Nuestra sociedad nos da la seguridad de crecer en un modelo estable
de relaciones humanas y sexoafectivas en las que vínculos como la
amistad, el amor, la familia y el sexo y sus dinámicas y valores
derivados han cimentado consistente y firmemente. Ese modelo tiene
profundas ramificaciones en nuestros hábitos y códigos culturales,
así como en nuestras mentes, leyes e instituciones y a priori
tiene la batalla ganada a las minoritarias y marginales desviaciones
en materia de economía, salud, sexualidad, espiritualidad o
alimentación las cuales no deberían atemorizar a los guardianes y
defensores de ese mismo modelo.
Entonces, ¿por qué tenemos miedo de probar otros modelos de
relaciones y de interactuar con otras desviaciones marginales? Se
supone que no abandonaremos nuestro sólido bienestar porque se
fundamenta en unos argumentos bien claros y consolidados y que en
caso de que lo que empezó como un juego se pudiera convertir en un
enganche incluso convincente siempre podremos volver al redil de lo
estable y bien organizado. Los apóstoles de la rancia moral no
tienen por qué sufrir aunque también existe la opción de que unas
pocas curiosas y atrevidos se queden del otro lado, en la acera de
enfrente, esa tan poco transitada por estigmatizada y rarita.
Hablo, para ir concretando, de un amplio y diverso cuestionamiento de
la normatividad heteropatriarcal; un no encajar bien en ese molde
como si te quisieran incrustar en una caja pequeña, dura e incómoda
y tienes el cuello retorcido, las piernas a punto de encalambrarse y
preferirías no tener brazos. Hablo también de la huida por decisión
o inconsciente de las etiquetas y de las convenciones, aunque alguna
vez o frecuentemente recurras a algunas de ellas porque sencillamente
te gustan o te sientes más cómoda. Ya sabes que me refiero a esa
necesidad de romper cadenas y corsés, de transgredir lo que siempre
fue de la misma manera pero que a ti no te convence porque no va con
tu estilo o no te lo pide el cuerpo.
Un ejemplo. Tú tienes una relación sexoafectiva libre —libre
significa de mutuo consentimiento— que identificas como estable y
duradera con otra persona, que incluso proyectas una vida en común
en la salud y en la enfermedad y que puede incluir hijas, hipotecas,
apartamentos en la playa o en la montaña, cuentas de ahorro, yate,
recibos, coches, vacaciones, suegras, cruceros por el Caribe,
cuñados, etc. quien sabe si hasta que la muerte os separe aunque
ahora mismo lo desees—llámale pareja, compañera, novio o como te
parezca más adecuado o más te guste; hay hasta quien se casa y no
es solo por los 15 días de vacaciones en el trabajo; los términos
que usamos para describir el mundo son meras convenciones
semánticas—.
No estoy proponiendo que os paséis al poliamor, a la vida en manada
o a desarrollar una comuna en un pueblo abandonado ni a ningún
modelo de relación autodenominado libre o abierto porque cada cual
tiene que vivir a su manera como mejor se acomode a sus necesidades y
deseos. Pero simplemente quiero introducir un tema de debate, un
ejemplo sencillo y más habitual de lo que nos podríamos imaginar
—las estadísticas de la mal llamada infidelidad o de las
relaciones extraconyugales o fuera de la pareja alcanzan porcentajes
elevados, ergo es una necesidad vital que aumenta
proporcionalmente a la cantidad de sexo y rutina compartidos con una
sola persona— que sería bueno que incluso lo hablaras con esa
persona a quien confías tus sueños y pensamientos. Si no lo has
hecho todavía, me gustaría que un día de estos sacaras el tema con
esa persona a quien dices amar; será beneficioso para fortalecer los
lazos que os unen o para daros cuenta que o bien os estáis metiendo
en un tipo de relación al cual no queréis entrar o bien estáis
hablando de las mismas palabras con otros significados. No te
preocupes porque de la controversia más que del silencio incómodo
proceden los más importantes avances de la humanidad.
¿Crees que esa relación se perderá como una aguja en un pajar por
un flirteo sexual—tuyo o de la otra persona— con alguien que
parece más guapa que tú, más musculoso, con más tetas, más
inteligente o simplemente interesante? ¿Tienes miedo de que un ligue
de una o más noches, un rollo sexopasional más o menos frecuente o
una escapada de fin de semana alteren el equilibrio emocional y
existencial que tenías al lado del padre de tus hijos? ¿Dudas de
que esa mujer con quien despertar en la mañana te da energía para
vivir desaparezca de tu vida de un día para otro porque conoció a
alguien que le desata las pasiones más escondidas?
Pues puede pasar, es inevitable, entra dentro de las posibilidades;
de hecho hay que asumirlo como algo “natural” en estos tiempos
líquidos, de inmediatez y cambios constantes en los que a la vez el
instinto nos conduce a buscar la mejor recipiente o el mejor portador
y protector de genes aunque no queramos vivir esa aventura de traer
criaturas al mundo. La probabilidad de que ese amor de tu vida cambie
radicalmente su vida y transforme su relación contigo para acercarse
más a ese amor que acaba de irrumpir en su vida como un huracán es
incierta: puede que sea algo pasajero o que incluso la balanza de su
proyecto de vida te deje sin peso alguno. En este último caso una
recomendación es que en vez de tratar de dividir las relaciones
entre si existen o no existen —el típico está conmigo o ya no
está—, es preferible enfocarse en ver el universo de relaciones
como una totalidad continua en la cual los vínculos siempre existen
aunque sus formas cambien. Las relaciones humanas no son blancas o
negras, no es ahora sí/ahora no; hay grados y espacios
indistinguibles entre una situación y otra a los que deberíamos
adaptarnos flexiblemente para no transitar entre la amargura
intercalada de éxtasis cada vez que deshojas un pétalo de
margarita.
A la vez hay que pensar que algo no estaba bien engrasado si vuestra
relación que tenía sólidos cimientos se desploma como las torres
gemelas de New York: o hay más
cosas que no
sabíamos o era mentira lo de los cimientos bien anclados. Si
todo iba “bien”, esa persona no querrá sacarte de su vida,
incluso puede que se una más a ti por la libertad que vive a tu lado
y la confianza que le regalas para vivir y disfrutar sin
remordimientos. Podría darse el caso que tras largas reflexiones
sobre el mejor proceder te incluya en sus juegos sexuales con otros
seres y vivas fantasías que ni siquiera una típica película porno
te podrá mostrar —porque sabes perfectamente que ahí no suele
haber sentimientos y más que amor hay un mete-saca constante que
llega a aburrir— o que penséis en sumar una persona más a vuestro
proyecto de vida. Piensa que un colectivo es mucho más que la suma
de sus partes pero a la vez dependiente de esas partes para existir:
¿por qué no ir añadiendo partes a ese colectivo para que el
resultado acumulado sea cada vez más potente y más fuerte? Vale,
vale, paro el carro... parece difícil pero no es imposible.
Si amamos tanto a esa persona, deberíamos desear que sea feliz y que
disfrute su vida, su cuerpo y su intelecto al lado de otras personas
deseadas, excitantes, interesantes y que le aporten cosas que tú
nunca le podrás ofrecer por simple ley básica de la diversidad de
cualidades. Puede que no sea fácil, que haya momentos de tensión y
discusiones feas, pero si amamos tanto a esa persona debemos dejar
que sea feliz incluso si eso implica que vuestra relación cambie
tanto que ya no compartirás la cotidianidad, los sueños y los
proyectos y tu propia felicidad reciba un duro golpe. Duele, pero hay
que aceptarlo por el bien común para que el vínculo amistoso se
mantenga lo más fresco y sano posible. Es preferible desatar
amablemente todos los nudos que os unían antes que hacer
malabarismos con una relación incompleta y en constante tensión; no
hay que magnificar los buenos momentos del principio por un presente
absurdo y un futuro agónico.
Forzarse a mantener un modelo de relación en el que no crees o no
estás a gusto es un error porque a la larga el fin será
irremediable y acabará haciéndote más daño. Por eso, si esa
relación que te proponen incluye el intercambio de cuerpos con otros
individuos tampoco es bueno que dejes que los celos te coman como los
gusanos a los muertos si no es lo que deseas: o aprendes a convivir
con ello en confianza y experimentas una relación donde eso sea
posible o buscas tu propio modelo.
Otra corriente de pensamiento vendría a ser el placer epicúreo que
promulga que el camino de una vida sensata consiste en evitar que
placeres menores nos desvíen de placeres mayores. Hay quien prefiere
evitar una noche de sexo con alguien que le atrae pero es muy
probable que al día siguiente no formará parte de su vida por no
dañar una relación más consolidada. Pero el dilema epicúreo del
placer —no dejar que el corto plazo nos vele el largo, a veces pura
matemática existencial— presupone que esa relación a largo plazo
quizá no tenga buenas bases. En caso contrario no habría dudas: la
felicidad del carpe diem nos une a las afinidades y nos aleja
de las disimilitudes; las cadenas no significan fortaleza —más
bien represión— y los celos y las desconfianzas te llevan a la
esquizofrenia paranoide de dudar de todo. Y aunque la duda es sana
para no acomodarse en una relación —si no existe la posibilidad de
“perderla” puede que tampoco la cuidáramos como es debido—
certezas como la sinceridad y la lealtad son ineludibles si cualquier
relación se pretende estable.
Soluciones mágicas no hay pero, como decía antes, las estadísticas
nos muestran que tenemos una necesidad vital de, por lo menos, tener
sexo con otras parejas a las habituales de vez en cuando. Ello puede
que refresque de una manera inimaginable la relación original y si
ambas personas no dudan de que no se perderá tan fácilmente porque
simplemente no quieren que eso pase —el vínculo es muy fuerte, lo
que das y recibes te llena de vida, los proyectos en común son
claros— lo mejor sería echarle imaginación a un asunto que puede
ser complejo pero a la larga —y tras malos rollos, enfados,
discusiones, incomodidades, malentendidos y ganas de dejarlo todo—
te traerá las mayores satisfacciones de tu vida porque podrás vivir
a tu manera y compartir tu vida con personas que también quieren
vivir a su manera sin hacer daño a nadie.
Ante este panorama hay que esforzarse para que las relaciones sean
fuertes y sanas y tengan caminos dulces y sabrosos descansos que
renueven la pasión y hagan florecer la amistad, la confianza, el
cariño, el apoyo mutuo, la empatía y el placer de volar sin alas al
lado de quienes más deseas por sus bonitas cualidades y todo lo que
te aportan y puedes aprender a su lado. Será entonces cuando no
tendremos miedo a que esas personas a las que tanto amamos sean
felices y disfruten de su vida y su cuerpo en busca de placer. Quizá
entonces podremos decir que hemos madurado y hemos crecido como
personas, ese día estaremos un poco más cerca del paraíso.
Nunca he tenido ninguna relación de pareja o como quieran llamarle, soy muy joven y suena lógico, sin embargo es posible que vaya en camino al club de las “solteronas”, lo cual no me preocupa en absoluto pues vale bien aquel dicho que dice; “mejor sola que mal acompañada”,
ResponEliminaPerdería la cuenta si tratara de enumerar la cantidad de personas por las que me he sentido atraída, pero incluso con esas personas me es imposible entablar una relación medianamente estable, es indispensable para mí que entiendan que ni mi cuerpo ni el de ell@s viene con título de propiedad, la “infidelidad” no la considero algo grave, creo que es hasta sano y puede salvar relaciones, es absurdo pensar que somos el todo y lo suficiente para una sola persona, supongo que la gente tiene relaciones de pareja para compartir mucho más que la cama, entonces no veo cual es el problema con que nuestra pareja goce con el cuerpo de otr@s.
Cada quién con sus dilemas, la vida y el amor dan muchas vueltas, hay quienes terminan una relación por una infidelidad y quienes no hemos tenido relaciones por causa de las mismas, solo que en versión contraria.
"Todas las fuerzas e instintos por los cuales se conserva y se desarrolla la vida están proscritos por la moral." -F.Nietzche (1844-1900)-
ResponEliminaVivan el respeto y la libertad, y al revés.
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