
Tengo poco que hacer, y aún así lo dejo 
todo pendiente, porque he descubierto el placer de regodearme en las 
estupideces que no cometo. Apenas se me ofrece cosa alguna que me lleve a
 alguna parte, y menos aún las obligaciones, las cuales me dejan, más 
que todo lo demás, bien quieto en mi sitio.
Así, me dedico más bien a dejar que 
hagan otros, en la convicción de que, de no ocuparme yo de esta tarea, 
quedaría por todos olvidada. He de decir que me muestro en mi oficio tan
 ineficaz como cualquiera, pues si inacabable es el trasiego que observo
 en torno mío, no menos prolongado es mi reposo, que además entiendo 
siempre inconcluso y pendiente de ser retomado a la menor oportunidad.
Y de entre las cosas que presencio, soy 
especialmente aficionado a las conversaciones, pues tienen en común con 
mi labor que, acabada ésta, no queda de ella huella que diga “aquí se 
coció un guisante”.
No hace mucho, dejando morir la tarde en
 y con un café, tuve la suerte de que tomaran asiento casi a mi lado 
tres individuos a las que pude catalogar como un hombre monógamo, una 
mujer poliamorosa, y alguien que comulgaba con los principios de la 
agamia y que, a mi escasa pericia, no me pareció que se visibilizara 
como perteneciente a género alguno, conocido, inventado, o pendiente de 
invención. Consideré valioso el logro de éste último, y sólo me preocupó
 que dejarse el género por el camino le hubiera conllevado algún 
esfuerzo.
Descubierta, como digo, su condición, me
 apresuré a aplicar la oreja, y enseguida el lápiz, porque surgió en mí 
el inesperado deseo de hacer públicos sus pareceres sin atenerme en lo 
más mínimo al respeto de la privacidad.
Según mis notas, fue el monógamo quien arrancó, en términos parecidos a estos:
-MONÓGAMO: me inspiran el máximo interés
 tantas y tantas propuestas como recientemente han surgido en torno a 
los misterios del amor, y tantas como vosotros, con encomiable afán, 
investigáis y representáis. Veo muy necesario, sí señor, mirar a la 
realidad a la cara, sin miedo a enfrentar sus miserias, y con el ánimo 
dispuesto a resolver todo aquello que de malo descubramos; e incluso a 
mejorar lo bueno, porque siempre es esto enemigo de lo mejor (me 
encantó este proemio, porque hablando de las miserias del amor veía yo 
representada mi aversión a emprender aventura amorosa alguna). 
Pero he de confesar, y lo digo con todo 
respeto, que hasta el momento nada he escuchado, por allá ni por aquí, 
que me haga considerar al viejo amor peor que cualquiera de sus 
alternativas. Cuanto más conozco, más se reafirma mi fe en las 
perfecciones de este sentimiento, y veo que su realización en la pareja 
es muy superior, e infinitamente más hermosa, que el resto de las 
componendas.
La monogamia verdadera y feliz es, sí, difícil de alcanzar, y laboriosa (“y
 laboriosa” decía. ¡Para qué decir más! En el mundo que yo conozco toda 
laboriosidad conduce al mismo fin que lo sencillo, sólo que tras mucho 
más trabajo). Pero, ¿qué destino más feliz podemos imaginar que 
compartir la vida entera con una persona cuya alma no dejamos de admirar
 un solo día, y que nos brinda, a su vez, lo mejor de su admiración y de
 sus atenciones? (Esto no lo había yo observado nunca en mi vida, pero bien valía un brindis). Francamente,
 esta borrachera de armonía no la cambio por tribu, comuna u orgía que 
valga, y aún sin que llegue a durar siempre, pienso que el resto de los 
arreglos vivirán en la melancolía del verdadero amor de pareja, si es 
que han disfrutado del privilegio de conocerlo (Ese hombre merecía un aplauso. De haber estado seguro de que le habría servido para algo, a fe que se lo habría propuesto).
POLIAMOROSA: El amor es amor siempre. 
Haz un esfuerzo de imaginación. Suspende tu prejuicio negativo contra 
las relaciones múltiples y aplica esa misma admiración no a una, sino a 
muchas relaciones (del “uno” al “mucho” perdía la segunda ponente 
todo cuanto adornaba al primero. En discurrir qué podría haber en este 
mundo que abundando ganara sobre su escasez, casi pierdo las siguientes 
razones). Si la armonía perfecta con una persona es una felicidad 
inmensa, ¿cuánto no lo será si, además, se ama a una tercera o una 
cuarta? En ningún sitio está escrito que el amor deba reducirse a una 
relación entre dos. Antes al contrario, su cierre cierra también su 
crecimiento. La pareja se asfixia, se condena al final por no saber 
crecer incluyendo en ella a otras personas que renovarán su capacidad de
 querer. Nada que ofrezca la monogamia queda fuera del alcance del 
poliamor. Pero éste añade generosidad, independencia, lealtad verdadera.
 El poliamor es la ventana que viene a airear los sótanos de la 
monogamia (lo de airear lo vi muy a propósito, pues de tanta gente 
hablaba ya, y todo remetida en un sótano, que no se podía encontrar 
servicio mejor que el que ofreciera un respiradero).
M: Por esa ventana se va lo mejor de su esencia (en buena hora). Allá van los mejores momentos compartidos. Allá van los proyectos (bendita ventana, cara ya a mi corazón),
 fluctuantes entre unas y otros, que nunca crecen porque siempre se 
apoyan en mil patas con sus mil cojeras. A ver quién vuelve a pillar a 
la tranquilidad, a la confianza, que se fue corriendo, feliz y 
despreocupada por la ventana para no volver jamás, y dejar en su 
ausencia un infierno de angustia, miedos y marginación.
Creéis mejorar algo sólo porque dejáis 
de mirar sus faltas, porque tacháis sus defectos como si pudierais 
aplicar tinta sobre la realidad. El amor es un equilibrio, y en él hay 
que moverse con cuidado, porque es fácil derramar algunas gotas (de 
buen grado le habría hecho notar que el mejor modo de preservar el 
líquido aquél, ya fueran mieles u orines, era no mover el recipiente, 
sin cuidado ni con él). Vosotros os agitáis con la furia de quien no soporta más la tensión, y prefiere, en el fondo, el suicidio a la lucha.
¿Qué es, al final, el poliamor? Una 
utopía que no se realiza nunca. Queréis que la monogamia hable con 
valentía de sus limitaciones, y vosotros os ocultáis vuestros fracasos 
penosos y constantes. Vuestra única victoria tras cada tormento de 
celos, conflictos y pactos imposibles es que fuisteis poliamorosos. ¿Y 
qué con eso? Pensáis, llenos de fatuo despecho, que arrojáis un guante 
blanco al rostro de la monogamia, pero no es más que una manopla raída y
 mugrienta (¡qué verdad! Aunque la victoria de él tras su intervención no era otra que haber dicho una raída sarta de sandeces).
P: ¿Cómo se puede defender la monogamia 
y, a la vez, hablar de miserias? El poliamor no es un éxito garantizado,
 ni un sistema perfecto, ni un camino fácil, pero todas las ventajas que
 pueda ofrecer la monogamia sobre él son producto de los defectos mismos
 de la monogamia.
Nada perturba vuestros proyectos de 
pareja porque os aisláis del mundo. Vuestra armonía perfecta es la 
sugestión que os produce el elogio mutuo. El precio que pagáis por 
obviar las dificultades naturales de las relaciones es el encierro. 
Llamáis amor al simple narcisismo y, para poder entregaros a él, 
abandonáis el que debería ser verdadero objeto de amor, que es el mundo,
 la naturaleza, la gente. El poliamor abre la experiencia a una vida 
plena de afectividad, con sus conflictos, sí, pero siempre en un mundo 
entendido como un espacio amoroso. Creéis que amáis cuando, en realidad,
 vuestro amor consiste en cohibir vuestro amor, encerrarlo, concentrarlo
 y ver si, aumentando su densidad, parece mayor. El amor no puede ser 
mezquino, ni reducirse a uno. Amar es dar. Y dar a todos.
ÁGAM@: Y recibir de todos, supongo. Y 
amar a los animales y las plantas, y a las piedras grandes o pequeñas, y
 a las ideas y al aire. Amar es una emanación benigna que el amante 
proyecta en torno suyo, haciendo el bien y neutralizando el mal. Para el
 amor todo es importante, desde lo más soberbio hasta lo más humilde. 
Sabemos que alguien emana amor porque sonríe beatíficamente a todo, sin 
importar el olor que desprenda.
M: Mi simpatía hacia la novedad no 
alcanza a la agamia, y tu discurso me confirma en este parecer. ¿Ése es 
tu modelo? ¿La crítica zafia hacia el más sublime de los sentimientos?
A: Sí. Aunque yo la llamaría “el sublime desprecio hacia el más zafio de los sentimientos”.
M: ¿Y cómo te llamarías a ti? ¿”Quién 
que no cree en el amor; ni en el género; ni en la pareja;  ni en la 
fidelidad”? ¿”Quien se conforma con destruir”?
A: “Quien no cree en todas esas cosas” 
me gusta, porque bien cierto es que no creo. En cuanto a destruir lo que
 no existe me lleva, como imaginarás, poco trabajo.
M: Yo tengo un matrimonio; una mujer que
 me ama, a la que amo; unos hijos a los que entrego mi vida; un día a 
día en el que peleo porque todo ello siga adelante, por resolver cada 
problema que surge y por disfrutar de esta bendición. Todo eso no es una
 idea, sino que existe, ¡vaya si existe! ¿Qué tienes tú? Soledad y 
cinismo. Una propuesta, crees. Mírate: ¿eres la encarnación de tu 
propuesta? Entonces es que no propones nada.
P: Que no estés de acuerdo con su 
propuesta no significa que no sea válida. Tú eres feliz con tu forma de 
vida, pero esa forma de vida puede ser inadecuada para otra persona. Yo 
también pienso que renunciar al amor es un error; es más, creo que 
incluso la renuncia al amor es una forma de amor. Pero nuestra sociedad 
es muy diversa y nos ofrece una gama infinita de relaciones, ya sea por 
las variantes que producen las distintas identidades de género, los 
distintos niveles de compromiso, las distintas capacidades para abrir la
 pareja…
A: Claro, todo vale.P: Eso es.
A: Eso es lo que significa “poliamor”
P: Eso es.
A: “Poli”: Todo. “Amor”: Vale.
P: No, pero es la posición más tolerante que conozco.
A: La monogamia es infinitamente más 
tolerante. Predica la fidelidad, pero la abandona continuamente. Se 
considera afectuosa, pero vive una disputa sin fin. Adora como a una 
divinidad a quien convierte en esclavo. Dice “para siempre” y añade 
“mientras dure”. Frente a esto, la poligamia insiste en que hay que ser 
sincero, rechazando a los mentirosos; invita a reconocer el género 
propio, y tacha de reprimido a quien no lo encuentra; exige que el amor 
sea universal, y quien descubre odio dentro de sí queda excluido.
                  El poliamor no es tan 
tolerante como pretende, aunque debo reconocer que está dispuesto a 
considerar amor cualquier cosa que se considere amor a sí misma, que no 
obliga a evitar contradicciones a aquellos que necesitan de ellas para 
explicarse, y que ve con buenos ojos que cualquiera la traicione si es 
que lo hace por amor.
                  El poliamor es 
tolerante, lo reconozco, pero debe agradecer su tolerancia a la 
monogamia y a todo lo que de ella copia, que es la integridad, salvo la 
ingeniosa idea que le da nombre; y reza esta idea que lo que vale para 
uno bien vale para muchos, o que de donde comen diez comen ciento, pues 
sabemos por la muy verdadera vida de Cristo que, teniendo voluntad, para
 alimentar a una muchedumbre es suficiente con un pan y un pez, y aún 
sobra (de todo esto debo decir que ni entendí palabra ni sentí el 
menor interés por hacerlo, porque me pareció un galimatías de 
tolerancias que bien valía para tolerar mi desentendimiento, máxime que 
reclamaba poca atención, porque hablaba con la mirada perdida hacia otro
 lado, como si leyera lo que decía en la carta del mostrador).
M: Bien se ve cómo eres y lo que 
representas. Ni entiendes a tus enemigos ni respetas a tus aliados. 
Pocas personas se encuentran tan sensatas como esta mujer. Ella te 
brinda su comprensión y tú le pagas con desprecio. Yo, que me considero 
un completo convencido de las bondades de mi forma de vida, llego a 
dudar ante sus argumentos, y diría que, de saber que es alguien así 
quien fuera a hacerme conocer el poliamor, estaría incluso dispuesto a 
probarlo. Pero tú me pareces una aberración, un espíritu forajido, una 
mente sociópata. No eres sólo lo opuesto al amor, que ha estado con el 
género humano a lo largo de toda su historia, uniéndolo, hermanándolo, 
civilizándolo y aportándole dignidad, sean cuales sean las ingenuas 
aunque bienintencionadas críticas, puntuales y efímeras, a las que a 
veces se ha enfrentado. Tú eres lo opuesto a todo, a la moral, a la 
lógica, a la razón, a la convivencia, a la fraternidad, al bien. Eres, 
en definitiva, y por decirlo en una sola palabra, lo opuesto al 
“hombre”.
(Aquí se hizo silencio, porque nadie 
se decidía a contestar. A riesgo de discrepar con mis lectores debo 
decir que es mi parte favorita de la conversación, y que me habría 
gustado también como final y como principio).
M: Ah… no respondes…
A: El eco de millones de voces, desde 
los confines de la Tierra y los anales de la historia, resuena en tus 
palabras. Esperemos a que se acallen, porque si no se me va a oír fatal (creo
 que dijo esto porque en la mesa de al lado habían soltado un eructito, 
pero no me pareció tan estentóreo como para afearle así la conducta).
                  Si fuera lo opuesto al
 hombre ya te habrías pronunciado a mi favor, como has hecho con el 
poliamor, pues es sabido que, entre los monógamos, la mayor afición es 
la unión de los contrarios. Ante ti, mi mayor pecado dialéctico es la 
indefinición de género, que te impide saber si debes combatirme o 
seducirme.
                  Pero, ya que no 
compartiré ninguna otra cosa contigo, permite que comparta mi horror por
 mi propia persona, si es que ésta responde a los términos en los que la
 has definido. Soy lo opuesto a la moral, a la que tú eres lo idéntico, 
pues debe de ser una que se conforma con tenerse a sí misma por buena, 
sin que acto alguno pueda desdecirla. Lo opuesto a la razón, que es la 
facultad para confundir la verdad con la mentira mientras afirma que las
 discierne, también llamada esquizofrenia, y que es propia de quienes, 
al contrario que yo, porfían en argumentar con quienes no argumentan. 
Soy lo opuesto a la civilización, que eres tú, nodo de la humanidad 
sobre quien se concentran y destilan los legados de miles de culturas y 
pueblos. Pero eso sólo lo dices porque no puedes evitar, amoroso como 
eres, quererlo todo para ti, y verte como el centro de todas las 
dinámicas, objeto del más monstruoso de los egoísmos.
Giuseppe Colarusso
(Y de esto pasaron a hablar de otras 
cuestiones, y  arrojarse diversos objetos, en el mismo tono amable y 
conciliador. Me quedé, así, sin oír apología alguna de la agamia. 
Importaba poco, en cualquier caso, porque sabía de antemano que todo lo 
que pudiera interesarme lo iba a encontrar aquí).
republicado desde entretanto magazine
republicado desde entretanto magazine

... y si me pidieran que te defina diría entonces:
ResponElimina¡¡¡es una FIESTA.....!!!
aunque no...
no lo parezca