diumenge, 31 de gener del 2010

Lo propio, Libertad R.



Néctar de Flor, ave que vuela....

Fluir con pleno goce, con éxtasis de ser, estar, pensar,
existir a la propia ansia y al propio albedrío;
requiere la profunda amorosidad hacia sí
amorosidad soberana, unificada y escindida entre lo propio y la paridad;
construir el propio universo de ideas, sueños, posiciones, símbolos,
gobierno del cuerpo, de la mente, del deseo.
Arquitectos de nuestra propia vida y nuestra muerte.
Y la paridad (El par – la par – porque no quiero hablar del otro, la otra).

Observar, aprender, comprender, contemplar el mundo del par, de la par;
ir, venir... dejar que vengan, que vayan...
mi albedrío y el suyo (el de él, el de ella)

Lo propio y lo par,
unido, escindido
Independientes pero hechos de lo mismo
Ying – Yang
misma especie
mismidad cósmica
diversidad universal

El ser que se teme en su soledad ,
se teme en el reconocimiento de sus falencias,
duda en la construcción de sus sueños,
flaquea en definir sus posiciones,
desconoce la hermosura de su lucha,
la profundidad y firmeza de huella....

irremediablemente intenta completarse. No ya con sus pares (pues no tiene la capacidad de concebirles) sino con los otros - las otras. Arranca a pedazos, araña, roba, invade, irrespeta, coloniza (o al menos lo intenta). Construye reglas, juegos de dominio. Se apropia del otro ser como de una presa; lo chupa, lo succiona y luego se lo carga como Karma, como dolor, como amor sufrido... Ay amor que torturas!!!! dicen tras de todo las y los desgraciados.

Amor Araña le digo yo!!! … y a propósito:

Hoy me cansé de tu amor araña, de tus colmillos clavados en mi plexo y en mi corazón
Me cansé del pelearme mi derecho a vivir como se me da la gana!
Me cansé de que rastrees mi calor con tus sensores para luego acorralarme
Me cansé de ese juego amor sufriente que chupa y yo luchando incansablemente por no quedar vacía.

Hoy recogida en la infinitud de mi propia compresión del universo y de mi vida,
me revisto de plumaje metálico, eléctrico
y de un picotazo te ahuyento!
Y de un aletazo me alejo

dissabte, 16 de gener del 2010

De flor en flor, Sandra Rojas


Durante mi época que a la gente le gusta llamar adolescente, una vez la madre de un amigo me dijo que lo que nos tocaba era “ir picando de flor en flor”. Se refería a tener relaciones diversas con personas de nuestra edad sin aferrarnos a ninguna como diciendo “ya os tocará encontrar a alguien con quien hipotecarse”. Diez años después de esa frase sigo pensando que soy como una abeja que extraigo de cada flor que me recibe aquello que me da vida. El símil me parece exquisitamente acertado porque una abeja recibe alimento a la vez que poliniza las flores, es decir, toma lo que necesita para generar vida y poner en relación a flores que, de otra manera, ni se conocerían. Aprende para repartir ese aprendizaje de cada flor entre todas las flores con las que se relaciona: da y recibe con el mismo entusiasmo.

Hay quien prefiere recibir el polen de una sola flor pero yo hace rato me cansé de ello, creo que quien quiere ser libre tiene que hacer lo posible para serlo, sino es cómplice de su esclavitud. Y no por ello una se libera de los conflictos que genera esa manera de ser ya que la libertad en el amor aumenta las oportunidades de conflictos y crisis relacionales. Cuanto más gana el amor en libertad y autonomía, más riesgos corre pues no está encadenado a las normas sociales, prejuicios morales y demás estrecheces que, aunque nos oprimen con sus limitaciones y castigos, nos dan cierta seguridad, confiabilidad y comodidad en nuestras relaciones.

No se trata de renunciar al amor porque eso es casi imposible, sino de vivirlo a gusto, de manera placentera, con libertad y autonomía para decidir qué queremos en cada momento sin que nadie se sienta mal por ello. Y recomiendo hacerlo sin afán, sin correr, sin prisas, para no equivocarse tanto porque estamparse contra un muro es entonces más fácil. Nuestras relaciones las vamos definiendo a base de ensayos y errores y por el camino nos equivocamos en múltiples decisiones que tenemos que asumir responsablemente. Porque equivocarse es de humanos, pero echarle la culpa a otra persona parece ser que es más humano todavía.

Así, hay que encontrar la manera tranquila de decir adiós al amor y sobretodo a ciertos amores que ya no nos aportan esa magia indescriptible que nos quitaba el sueño y nos hacía soñar en otros momentos de nuestra vida. Porque alejarse de alguien o de ciertas maneras de relacionarse con ese alguien en el momento oportuno demuestra algo de madurez, así como asumir sin traumas el fin de las ilusiones recordando con cariño lo que se aprendió al lado de esa ilusión. Porque el amor es nómada y no puede generar odio ni rabia ni resentimientos. Si el amor es para eso, entonces lo mejor es despedirse de toda conexión con la sociedad.

Y en ese camino de convivir con las desilusiones también hemos aprendido a no desesperarnos con los proyectos de amor porque diversificamos nuestros proyectos de vida y, por consiguiente, las relaciones con las otras personas son un pedazo de ese gran cosmos que nos envuelve. Vimos que teníamos que amar para existir porque casarse, tener hijos, ser una buena esposa y ama de casa era nuestro objetivo en la vida. Ahora tengo claro que lo primero es existir y luego amar. Ese falso amor nos ha cegado hasta el punto de negar el amor a la primera persona que lo necesita, nosotras mismas, porque sin ese amor es imposible amar al resto del mundo. Por ello a veces vemos a personas que “desprecian” el amor y las relaciones de pareja, pero en realidad huyen de ataduras morales y buscan amar al resto del mundo después de valorarse a ellas y autocuidarse. Así, quien se da el lujo de sentirse segura ante el amor es quien se ama a sí misma ante todo. Es imprescindible existir de manera placentera antes de amar en vez de necesitar ser amadas para sentir que existimos. No podemos ser tan vulnerables de pensar que otras personas (y mucho menos una sola persona) van a resolver nuestras carencias afectivas.

El siguiente paso sería entonces observar que hay personas que desprecian la cultura que nos ubicó en la exigencia del amor y no en la afirmación y su disfrute. Hay que dejar de exigir a las personas que queremos que sean de una manera y que hagan esto o aquello para calmar nuestra propia ansia y necesidad. Así, sería un bellísimo ejercicio de amor aceptar con cariño las diferencias y las reformulaciones de los vínculos y los deseos y necesidades de las otras personas aunque no coincidan con lo que nos gustaría vivir con esa persona. Es necesario agradecer al Dios que elegiste para sobrevivir —o a la cantante que te quita el sueño— que otras personas nos eligieran para compartir parte de sus vidas y, ocasionalmente o frecuentemente, sus cuerpos. Todo para ti no puede ser, porque los sueños de fusión y las idealizaciones son la la muerte de algo tan cotidiano como excepcional como es el amor.

Hay Amores..., Florence Thomas


A veces uno se olvida de que el amor feliz no tiene historia o, más exactamente, no hace historia. Por el contrario, el discurso amoroso refleja, casi siempre, una relación en crisis. Telenovelas, artículos de revistas femeninas y canciones nos dan un impresionante panorama de los estragos del amor. Abandonos, traiciones, celos, infidelidades y abusos de poder son el pan cotidiano de los discursos amorosos. Pero hay amores bastante excepcionales por cierto que no hacen historia, que maduran en silencio, que acogen los conflictos con generosidad y se permiten reformulaciones del vínculo; amores que duran porque saben madurar en la aceptación de la incompletud y de la diferencia; cada miembro de la pareja aceptó ser un otro privilegiado, mas no un otro único y exclusivo. Ya sabemos que en cuestión de amores, la exclusividad es la muerte. Ya sabemos que cuando uno quiere todo del otro, está matando el amor y hemos aprendido de la literatura que la lógica de la pasión es la muerte.
Pero hay amores que construyen lugares para el otro, para la otra, donde existen espacios para respirar fuera de la relación, que permiten enriquecerla y alimentarla del exterior. Sí, hay amores de dimensión humana, amores que, en lugar de la fusión asfixiante y absolutizante, instauran la preferencia, permiten la distancia, los otros, el mundo. Amores cuya sexualidad se asume en la carencia, cuya cotidianeidad acepta y enfrenta la dificultad y la crisis, que prefieren los intentos de reformulaciones en la creatividad, a la huida, la ruptura o las agresiones a la primera dificultad o desilusión. Amores más fraternales que pasionales, en los cuales la complejidad, la ternura, la complicidad y el discurso sustituyen la ceguera pasional y en donde el juego infinito de los mutuos fantasmas reemplazan el amor-sufrimiento. No son amores con menos dolor ni menos dificultades, sino con otro dolor; no un dolor de frustración, muerte y negación sino de aceptación de la soledad en cuanto meollo de nuestra condición humana. Un dolor civilizador y no aniquilador.
Estos amores que no hacen ruido también existen. Y hoy, tal vez asqueada por los amores enfermizos de telenovelas, de farándulas y jet-set, tal vez asqueada por la manera como la palabra amor se comercializa, se vende, se prostituye y significa hoy todo y nada, quise rendir un homenaje a los amores discretos, silenciosos y exigentes, que se viven como un imposible asumido; estos amores que construyen, desde una ética del respeto al otro o a la otra, civilización, humanidad y cultura. Conozco algunos de estos amores. Quiero decir algunas parejas que viven el amor así. Que saben que el otro no se puede consumir ni poseer, que saben que la serenidad en el amor descansa sobre el respeto de dos polos opuestos: por una parte el deseo de unión y por otra parte el deseo de separación, de autonomía. Que saben que la esencia del amor es libertad absoluta.
Dejemos de pensar que todo era mejor antes. En cuanto mujer, no lo pienso, no lo puedo pensar. Para mí, la intimidad entre hombres y mujeres se está construyendo desde estas nuevas mujeres de hoy, autónomas y protagonistas de sus vidas y nuevos hombres quienes, por fin, están cuestionando una masculinidad trasnochada.

diumenge, 3 de gener del 2010

Esa manía de ponerle nombre a las cosas, H.R.Herzen




Y siempre me pregunto por qué oscuro designio (de quién sabe qué dios maligno)
el ser humano (esa especie animal en que me materialicé en vida)
posee lo que le llaman el don del lenguaje (y más que un don es una maldición).
Todo lo que eran caricias, arrumacos, excitación, respiración entrecortada, deseos de contacto físico, latidos acelerados, besos, abrazos, saliva, alegría, feromonas, hormonas y un tremendo apoteósico e infinito etcétera se resumió en: sexo, o amor (para lxs más atrevidxs).

La gente la cagamos cuando le ponemos nombres a procesos bonitos. Que si vida comunitaria, que si consenso, que si pareja.... Y mi principal preocupación es, por un lado, intentar no poner nombre (clasificar, encasillar, generalizar) a las cosas que vivo; y por otro lado, paradójicamente, que los nombres y términos que use apunten concretamente a lo que quiero decir (tarea ya de por sí difícil en un analfabeto de la comunicación hablada como yo).

Por eso, me paso la vida hablando con la mirada, insinuando con el cuerpo, comunicándome con la sonrisa y compartiendo en la libertad de la desnudez. Soñando que el resto de seres de mi especie comparten mi lenguaje y mi predisposición a hacer de las relaciones humanas un volcán de sensaciones que no se detenga con ningún prejuicio ni obstáculo moral.
Comparto un bonito amor con una persona que me cuenta que cree que “el amor, las relaciones y la política son de ese grupo de temas de los que todos hablamos casi todo el tiempo (la mayoría de conversaciones terminan tratando sobre política, sexo y amor) pero que paradójicamente a veces sobre eso de lo que más hablamos es sobre lo que más ignoramos y en lo que más contradicciones incurrimos... sobre los que nunca tenderemos certezas, ni conclusiones y por lo tanto tampoco la última palabra”.
Todo venía porque le explicaba que mi principal miedo en este mundo es hacer daño a la gente que quiero y que ese dolor no es tanto por como soy yo y lo que hago (aunque sí creo que es más un precursor de dolor que el origen en sí mismo) sino por cómo es cada persona y cómo afronta las situaciones que le presenta la vida. No es de extrañar que esas preocupaciones se centran básicamente en las relaciones humanas donde entra el amor, los afectos, el sexo y las maravillas de todo acercamiento a otras personas.
¿Cómo decirle a alguien sinceramente que me gustaría que el amor que nos une fuera, sin dudarlo, para siempre? Primero que pienso que “para siempre” es similar a “nunca jamás” y que decirlo es una hipérbole fruto del apasionamiento de la razón. Pero es que además, con el tiempo entendí que las palabras enredan (las mías, demasiado) y que mis actos y mis gestos rematan el enredo con las supersticiones sociales y la madeja moral de nuestra cultura heteropatriarcal.
Aprendí también que en los enredos hay quien sufre mucho. Y aprendí después que yo sufro con el sufrimiento y más si tiene que ver conmigo. Por eso, desde hace un tiempo prefiero prevenir especialmente al resto de la gente ya que para mí llegó un día en que afortunadamente para mi salud mental dejé de sufrir por según qué cosas. Y no por considerarlas intrascendentes ni irrelevantes en mi vida o en la vida ajena, sino porque los callos sirven para algo: a veces duelen, pero la mayoría del tiempo adormecen un poco el dolor continuado.
Tampoco pienso que esté previniendo a niñitxs pequeñxs de que no se metan en líos; esa discusión la he mantenido alguna vez con personas que me decían que yo tenía toda la responsabilidad en el curso de algunas relaciones. Pienso que cada cual es adultx para meterse dónde y cómo le dé la gana y de esa manera asumir las consecuencias derivadas y, segundo, porque además yo soy quien va provocando al resto del mundo a entrar en inciertos (y quizá por ello apetecibles) laberintos mágicos de cariño.

Es por eso que la famosa canción de Sabina de las pastillas para no dormir se la cantaría al resto del mundo para que dejaran los problemas en algún abismo inalcanzable y vivieran la vida disfrutando de los momentos sin mirar atrás o a los lados. Porque aunque me reprimo bastante (por motivos ya expuestos y por mi propia tranquilidad vital) yo soy de esas personas que no deja pasar la tentación y me importa una mierda vivir 100 años.

Es por eso que sigo bien, sobreviviendo con tranquilidad a las cosas que me rodean y caminando hacia delante (sin mirar mucho para atrás) empujando cositas y dejándome llevar por otras. La vida no me parece orgásmica, más bien sensual y me sienta bien el sol y las buenas compañías, aunque también busque la oscuridad y mi soledad...