divendres, 28 de maig del 2010

Santa pecadora, Denisse Legrand


Fuimos algunas pocas las que fuimos destinadas a llevar la divina carga de ser amantes. Rechazadas por la sociedad y por el gremio de mujeres mismo. “Desde tiempos lejanos las mujeres fuimos creadas para ser madres, éramos vientres dispuestos por y para conceder vida al mundo, darle a este mundo sus nuevos hombres dominantes". Quienes creen esto olvidan que para dar vida es necesario el encuentro de los cuerpos Pero era y aún es difícil para muchos conceder la imagen de la madre, fuente de vida, untada en sudor y deseo. Siguiendo el modelo de ascetismo tradicional represivo del sistema de valores sexuales, estas madres debían ser esposas, casi esclavas en lo vinculado a las emociones y las tareas del hogar. Según este modelo solo era bien vista la osadía de tener relaciones sexuales cuando su fin era reproductivo.

El hombre, siempre fue visto como fuente de virilidad y poder, en la mayoría de los casos elementos directamente proporcionales. Ellos, todologos y hábiles conocedores, suelen gritar a vivas voces que tienen más necesidad de sexo que nosotras. Como si por el simple hecho de ser XY llevasen un surtidor extra.
Esta creencia tiene varias justificaciones. El cumplimiento del rol (masculino y femenino), por la nombrada Deseabilidad Social, explicaría que algunos hombres no admitirían nunca tener un bajo deseo. No sea que dejen de ser vistos como machos alfa dominantes. La mujer, en cambio, ante cualquier demostración de sex appeal es, tildada con infinidad de adjetivos, y señalada con ese dedo acusador cargado de moral hipócrita. Resulta ser, y que opte por cerrar los ojos el que no quiera ver, que las mujeres tenemos relaciones sexuales, nos entregamos a lo carnal, somos fuente de placer para los demás y para nosotras mismas. Osamos cargar con pensamientos impuros y llevar nuestros cuerpos a su encuentro.

dimarts, 11 de maig del 2010

Sofía de los presagios, Gioconda Belli


La mano de Samuel empieza a moverse sobre su brazo y antebrazo. Sofía siente ligeros estremecimientos empezar a invadirle el pecho, desmadejándola. Hace mucho que nadie la acaricia. Nadie la ha acariciado jamás así de suave. Es cierto lo que dijo Samuel, se experimenta más liviana y un calor de flores le entra en las venas y baja hacia su ombligo. Con los ojos cerrados deja que las manos de Samuel suban hacia sus hombros, su cuello, el contorno de su frente, la profundidad de su pelo ensortijado. Ya no siente aspereza en su contacto, las manos de Samuel se han trocado en mariposas ciegas que revolotean sobre todo su cuerpo. Sin abrir los ojos, deja que el hombre le incline la espalda para quitarle la blusa; las mariposas, entonces, revolotean sobre sus pechos desnudos y cuando él le quita la falda, el calor de su cuerpo es ya tan intenso como el de la fogata y cuando abre los ojos, Samuel se ve hermoso y color de cobre bruñido, desnudo, despojándola del último vestigio de ropa. Las mariposas se posan tanteando sobre su sexo y Sofía abre las piernas y siente la urgente necesidad de ser penetrada hasta lo profundo de sí misma. Sin embargo, Samuel continúa multiplicando milagrosamente sus manos y a Sofía le parece que los grillos y las luciérnagas danzan con él en el cortejo de los machos y también le están haciendo el amor todas las criaturas de la noche. Por fin siente el sexo de Samuel entrando en su interior, un sexo vivo y de alta temperatura, cómodo y que no la ofende como el enorme miembro de René. En ese momento nada existe para ella mas que el movimiento fluido de aquel cuerpo hurgándole el placer que ella jamás ha conocido de esta forma. El hombre excava tenaz abriéndola a un mundo de experiencias apenas intuidas en sus solitarias exploraciones consigo misma. Sofía gime, se mueve contribuyendo en la búsqueda ciega del punto mágico que detonará los diques de las aguas que suben y buscan salida. La fogata apenas existe aún, la oscuridad es más densa.