divendres, 13 de setembre del 2013

Calientapollas, Mónica Quesada

La sexóloga de Pikara Magazine nos habla de la famosa figura de la mujer 'calientapollas'

“¡Hola, Mónica! Es la primera vez que me lanzo a decir esto, pero ya me estoy agobiando un montón. Tengo 19 años y nunca he tenido penetración. Disfruto un montón liándome con chicos, pero cada vez lo hago menos porque están esperando algo que por ahora no me apetece… ¡e incluso me agobia! Mis amigas me dicen que si sigo así voy a coger la fama de calientapollas… ¿qué hago?” Saray.
Ilustración de  Sonia R. Arjonilla
Ilustración de Sonia R. Arjonilla

¡Hola, Saray!
El término calientapollas tiene la propiedad de aunar un gran número de las limitaciones de este sistema cultural patriarcal en el que nos movemos… ¡incluso se contempla en la RAE!
Calientapollas:
1. com. vulg. Persona que excita sexualmente a un hombre sin intención de satisfacerlo.

Con esta definición, me surgen algunas dudas: ¿De qué depende que alguien se excite?; ¿Todo el mundo se excita del mismo modo?; ¿Quién mide la satisfacción de la excitación?; ¿Qué alguien se excite por algo que yo haga, me compromete a algo?; ¿Dónde está escrito que si alguien se excita conmigo tenga que satisfacerle?; Si mi excitación acaba, ¿tengo derecho a terminar el encuentro?; ¿En que cambia la expresión “si yo excito” frente a “alguien se excita conmigo”?. En esta última pregunta se encuentra parte de la cuestión. Es decir, aquello que me excita es responsabilidad mía. Esta elusión de responsabilidad me recuerda al ejemplo del helado del artículo “Nada por aquí, nada por allí”. Recordémoslo: Imagínate que me encantan los helados. Y te veo a ti pasar con uno de tres bolas… ¡tres bolas!. Y no sólo eso, sino que te recreas en pasar lentamente frente a mi…
Si mi excitación termina, ¿tengo derecho a terminar el encuentro?
En un mundo en el que nos hubiesen enseñado (y hubiésemos aprendido) que la responsabilidad de satisfacer mis ganas de helado es del resto de la gente, podría pasar lo siguiente:
a. Me compro un helado y nos lo intercambiamos hasta que tú decides que ya es suficiente. Y yo, en vez de quedarme en lo que he disfrutado de esa parte de helado, me dedico a llamarte calientagargantas porque no me has dejado comer hasta donde yo creo que tendría que haber comido, sin percatarme que lo que sí he comido lo estaba disfrutando. ¡Pero oye! ¡No hemos llegado hasta lo que socialmente se considera el final! ¡y es tu responsabilidad el que yo me haya quedado con ganas de más!
b. Tú decides que no compartes el helado no porque no te apetezca, sino porque temes que la otra persona te llame calientagargantas o acabes indigestándote por comer más helado del que te apetecía.
c. En el caso de que tú no quieras compartir el helado conmigo, entiendo que si comes helado delante de mí es porque te gusta provocar. En realidad no comes helado porque te guste, sino porque te gusta que el resto te miremos y por eso, automáticamente, te conviertes en una calientagargantas.
El término calientapollas funciona como un limitador de los encuentros eróticos, puesto que marca y acota el camino a seguir. Ridículo, ¿verdad? Pero para ser tan ridículo, en ocasiones, no dista tanto de la realidad.
Esta forma de entender la sexualidad está medida en función del criterio del deseo sexual masculino, en la que el deseo sexual femenino no existe y, de existir, está supeditado al masculino. Esta creencia hace que en algunos encuentros eróticos, el papel femenino sea el que frena mientras que el papel masculino esté centrado en llegar a la meta establecida socialmente: penetración y orgasmo. Y esto lleva a una limitación del disfrute: limitador para la mujer, puesto que centra la atención del encuentro en evitar que se piense de ella cosas que no son y limitador para el hombre puesto que supedita el placer a la eyaculación y orgasmo (cuando en realidad son dos procesos diferentes). Así, si nuestra atención está centrada en frenar o acelerar, no estamos disfrutando realmente del camino sino de lo que está por llegar. Y no sólo eso, sino que dificulta el descubrimiento de los deseos propios, ya que no nos permitimos indagar en qué es aquello con lo que realmente disfrutamos, esté o no dentro de lo normal: o, lo que es lo mismo, la norma social.
Si nuestra atención está centrada en frenar o acelerar, no estamos disfrutando realmente del camino sino de lo que está por llegar. Sé que alguien estará pensando que, aún siendo esto cierto, hay personas que saben qué excita y lo explotan para conseguir sus objetivos. Efectivamente, hay personas que pueden usar la excitación de otras para conseguir aquello que desean… pero la responsabilidad de dárselo es de aquellos que se lo dan. Sin más. Aquí además nos encontramos con el mito de la mujer mala que usa argucias sexuales para conseguir favores y el hombre inocente que está cegado por la excitación.
Aquí además nos encontramos con el mito de la mujer mala que usa argucias sexuales para conseguir favores y el hombre inocente que está cegado por la excitación.
Siempre me ha resultado curiosa esta creencia, puesto que se le da un papel casi mágico al sexo, como si fuese una entidad propia que posee a los hombres para nublarles el pensamiento lógico y excusarse en que “no pude evitarlo”. La excitación es un proceso corporal que puede alterar ligeramente la conciencia (tanto en hombres como en mujeres) al entrar en juego otro tipo de energía, pero de ahí a nublar el entendimiento hay un mundo. Es más, desde aquí es como si las mujeres tuvieran el poder y el control sobre la excitación mientras que a los hombres les posee… y no deja de ser una mentira que tras ser 100 veces repetida se convierte en realidad.
Así pues, llegamos a la conclusión de que el término calientapollas funciona como un limitador de los encuentros eróticos, puesto que marca y acota el camino a seguir. Saray, si tú buscas el placer en estos encuentros, juega y disfruta hasta donde tú quieras. Si la otra persona se molesta, ya es adulta para decirlo o gestionárselo como mejor le convenga, pero no es tu responsabilidad. Y recordemos que si me como un helado es para saborearlo yo; el que otra persona no sea capaz de saborear el suyo es SU problema y tendrá que aprender a gestionárselo.
Para terminar, te invito a hacerte las siguientes preguntas: ¿Qué es para ti el final de la excitación sexual? ¿Cómo te sentirás si haces algo que no te apetece? ¿Conseguirás disfrutar con alguien que está haciendo algo que no le apetece contigo?

republicado de pikara magazine

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