Quizá estar de vuelta del idealismo de los años 70 hace que el escepticismo (¿cinismo?) sea la postura más común ante las propuestas que reclaman que las nuevas formas amorosas y afectivas van a “revolucionar el amor para siempre“, o incluso desmontar un mundo heterosexual*, patriarcal y capitalista al asumir romper la monogamia como una apuesta política, como dice Brigite Vasallo:
“El cambio de paradigma que propone la
ruptura de la monogamia obligatoria no es la banalización definitiva de
los amores, sino todo lo contrario: el compromiso final, el que late en
el fondo de los compromisos políticos, ideológicos y sociales, pero que
es bastante más jodido, bastante menos vistoso y bastante más arriesgado
(…). No vale la pena desmontarlo todo para volver a montar lo mismo con
otro nombre. Las nuevas formas de amarnos, de follarnos, de mezclarnos,
de relacionarnos no se pueden construir desde la miseria emocional sino
desde la alegría y desde el coraje, poniendo la propia vida en juego,
escribiéndola en las pancartas, enseñándola a nuestras hijas e hijos,
defendiéndola a cara descubierta, convencidas de que cada vez que le
abrimos la puerta a nuestro amor para que vaya a encontrar otro amante
estamos construyendo un mundo nuevo. Desde la intimidad menos vistosa de
nuestra vida privada, sí, pero con las bases mucho más perdurables,
mucho más transformadoras, de la vida propia como revolución cotidiana.”