El amor es una construcción (cultural, social, política), y por eso, lo mismo que se construye, se puede deconstruir, reformar, eliminar, reconstruir, y transformar. El amor es una energía que mueve el mundo, y cambia con las épocas históricas y las culturas que se expanden a lo ancho del planeta, de modo que cambia, muta y se transforma como cualquier otra construcción humana. Otras formas de relacionarnos son posibles: ya es hora de que asumamos el reto colectivamente, con alegría y desparpajo, que liberemos al amor del patriarcado y del capitalismo, que inventemos otras formas de querernos, que reivindiquemos los afectos y los sentimientos como un espacio político, y que nos permitamos explorar otras formas de organizarnos.
Pese a que nos quieren hacer creer que
el romanticismo es un asunto privado e individual, lo cierto es que el
amor no es un virus ni una enfermedad a la que una ha de enfrentarse en
solitario. No estamos condenados a padecer el hechizo del amor
que nos roba el juicio y la sensatez, que nos quita horas de sueño, que
nos hace infelices y desgraciados, que nos enloquece y nos enajena sin
que podamos hacer nada por evitarlo. Se puede sufrir menos y disfrutar
más del amor, es cuestión de ponerse manos a la obra.
Tenemos que desmontar el amor
para volver a reinventarlo, y así transformar también nuestra forma de
organizarnos y de relacionarnos. Para acabar con este sistema
jerárquico basado en la explotación de la naturaleza, los animales y las
personas, y en la violencia de todos contra todos, necesitamos una
transformación política, económica, social, afectiva, sexual, y
cultural.
Necesitamos un cambio radical
profundo en nuestras formas de relacionarnos con las personas, con los
animales, con la naturaleza, con los pueblos y los países. Para
lograrlo, necesitamos crear redes de solidaridad y ayuda mutua, acabar
con la cultura del “sálvese quien pueda”, y trabajar colectivamente para
mejorar las vidas de todos y todas.
Necesitamos derribar la desigualdad de género para poder construir relaciones basadas en la libertad,
no en la necesidad y el interés egoísta de cada sexo. Tenemos que
desaprender lo que significa ser mujer o ser hombre, para poder ser como
queramos sin tener que someternos a las “normas de género” que nos
imponen un estilo de vida, unos estereotipos y unos roles, y nos
encierran en una identidad inmutable.
Despatriarcalizar el amor nos
permitirá amarnos y querernos de tú a tú, sin jerarquías, sin dominación
y sin violencia. Desmitificar todas nuestras historias de amor nos
permitirá querernos los unos a los otros tal y como somos. Para poder
desmontar el romanticismo patriarcal y capitalista, tenemos que
ensanchar el concepto de amor a toda la comunidad, sin reducirlo a una
única persona.
Tenemos que contarnos otros cuentos e
inventar otros finales felices, mostrar la diversidad amorosa y sexual
del mundo real, construir protagonismos colectivos y crear personajes
capaces de salvarse a sí mismos, alejados de la masculinidad o la
feminidad hegemónica.
Es necesario derribar las antiguas
estructuras de dependencia e inventarnos otras formas de relacionarnos
basadas en la solidaridad, la empatía, la libertad y la ternura social.
Así podremos acabar con las guerras románticas, aprender a juntarnos y a
separarnos con cariño, relacionarnos con amor con todo el mundo, y
diversificar afectos.
Queriéndonos bien podremos
acabar con las fobias y las enfermedades sociales como el machismo, la
misoginia, el racismo, la xenofobia, la homofobia, o el clasismo. Con
las guerras que hacemos contra los vecinos o los compañeros de trabajo,
contra los raros y los diferentes… con más amor común, tendremos más
herramientas para construir un mundo más pacífico y habitable.
Para aprender, organizarnos, celebrar, y
transformar colectivamente el mundo que habitamos necesitamos mucho
amor del bueno: es un asunto político que nos concierne a todos y todas,
por eso es tan importante sacar el debate a las calles y a las plazas, a
los congresos y las academias, a las asambleas y a los bares, a los
medios de comunicación y a los espacios de discusión pública. Ya
es hora de reivindicar el buen trato, el derecho al placer y al gozo,
el respeto mutuo, las relaciones entre iguales, la expresión de nuestras
emociones, la alegría de vivir y construir con más gente.
Tenemos que repensar colectivamente el
amor, liberarlo de las estructuras que lo constriñen, romper con las
normas del romanticismo tradicional y la doble moral sexual, derribar el
régimen heterosexual, acabar con la sacralidad del dúo, cuestionar
todos nuestros tabúes.
El reto es apasionante, porque
una vez analizado y desmontado el amor, tenemos que lanzarnos sin
referencias ni fórmulas mágicas a construirlo de nuevo, a
probar nuevas vías de relacionarse sexual y sentimentalmente, a crear
otros romanticismos que nos permitan sufrir menos, y disfrutar más.
Sí, otras formas de querernos son
posibles… hay que lanzarse sin miedo, apostar por la revolución de los
afectos y las emociones, construir nuestras propias utopías para
querernos bien, más y mejor.
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Este post es un fragmento del capítulo que Coral ha escrito para el libro colectivo (H)amor, de la editorial Con Tinta Me Tienes. Puedes leer el texto completo aquí.
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