dimecres, 10 de juny del 2009

Voy a buscar algo de agua, H.R.Herzen



Esa noche no supe volver a casa. No encontraba el camino tantas veces recorrido, no reconocía señales que me indicaran hacia donde ir, no estaban los árboles que me acompañaban en el andar cotidiano y tampoco veía aquellos edificios que siempre me parecían horribles. Y sin embargo no estaba perdido, caminaba con paso decidido, sabía donde estaba y lo que me iba a encontrar en cada momento, justo antes de verlo. Me refregaba los ojos y alegremente pensaba que estaba viviendo un sueño, así que me dispuse a disfrutarlo. Mis pies no querían detenerse y me guiaban afanosamente. Intenté cerrar los ojos para comprobar que nada se iba a interponer en mi camino pero no pude, intenté volver la vista atrás y por más que lo intentaba el camino y su paisaje giraban conmigo. Lo que en un principio me parecía divertido y emocionante, ya no lo era tanto. Pensé que lo mejor era despertarme porque no sabía a donde me llevaría este sueño y llevaba unas cuantas noches con experiencias oníricas no muy agradables. Lo que me confirmó que aquello debía tratarse de un sueño fue el paisaje reconocido de otro anterior. Uno de los últimos sueños me colocaba delante de un gran reloj de sol del cual me era imposible alejarme lo suficiente para ver qué hora marcaba. El camino de tierra que mis piernas me obligaban a seguir con piedras de colores a lado y lado era el mismo de aquel sueño. En una de las anteriores experiencias, cuando conseguí llegar a una distancia que me dejara interpretar la hora que marcaba, el sol ya no iluminaba y en su lugar se podía ver una enorme ventana a través de la cual se leía: “Fac modo quae moriens facta fuisse velis”. Aquella noche me desperté justo en ese momento y como recordaba perfectamente la frase la apunté en un papel. Imaginaba que era una frase escrita en latín pero no intuía por donde iba el tema, aunque supuse que fac o facta querían decir algo referente a hacer. El asunto de la frasecita no me inquietaba en absoluto y me olvidé de ella aunque tuve la intención de buscar su significado en algún momento. Así que esa noche en la que no sabía volver a casa y el camino daba vueltas a su antojo, deje de preocuparme y esperaba volver a ver la gran ventana de un momento a otro. Pero ésta no llegaba y me daba la sensación de que el sueño empezaba a ser muy largo. Pensaba que al día siguiente estaría muy cansado y me costaría levantarme pronto para ir a la playa en bicicleta. Me resigné a dejarme llevar y lo que en un principio me parecía emocionante ahora me aburría por completo. Al girar una curva choqué con una gran puerta en cuyo picaporte pude leer: “Mus uni non fidit antro”. No podía pasar y por fin mis pies se detuvieron. Allí me quedé sin saber qué hacer. No entendía la frase y no tenía ni idea de por qué mis sueños incluían ese tipo de acertijos o enigmas. Esperé. Esperé. Esperé... Y nada pasaba. Me senté. Tenía hambre y sed. Tenía sueño. “¡Mierda! ¡¡Esto no es un sueño!!” grité. Sospeché que no despertaría en mi cama. Y ahora qué hago. ¿Volvería atrás para encontrar el principio de mis pasos? ¿Abriría la puerta cerrada ante mí? Fue entonces cuando vi llegar un escarabajo del tamaño de un perro y me asusté un poco. Le cedí el paso y se dispuso a empujar la puerta sin éxito. Le ayudé girando una especie de pomo metálico. Miré al otro lado y vi una playa alargada bien soleada y entonces decidí seguir al bicho ese, no tenía nada qué perder y poco que hacer. Vi un cartel lejano e imaginé más palabras en latín. Caminé sorteando cangrejos saltarines que me querían morder los tobillos. A alguno lo tuve que patear bien lejos. Llegué al cartel que decía “Do not disturb”. Por fin pude entender un mensaje e intenté seguir sus instrucciones. No tenía nada que hacer y no hice nada, tampoco podía molestar. Pero a la vez pensaba si me iba a despertar o tendría que buscar algo de comida, un lugar donde dormir, algo de agua y todo lo típico de los cuentos de náufragos que llegan a una isla y no pueden volver. La idea me era atractiva pues mi vida en general no era nada interesante. Llevaba tiempo queriendo huir del mundo humano, de esa sociedad injusta y cruel devoradora de su propia especie y de lo que le daba de comer. Aunque cansado de relaciones personales complicadas y conflictivas, de amores absorbentes y amistades interesadas, de ilusiones maltratadas y pesadillas habituales, quería ser prudente ante esta nueva situación y sobretodo intentaba encontrar una explicación que no llegaba nunca. ¿Qué me había pasado? La idea del sueño era la más probable, pero nunca me había encontrado con uno tan largo y en el que viviera ciertas sensaciones de manera tan real y cercana. De todas maneras, seguía esperando a despertar para incorporarme de nuevo a esa miserable vida que arrastraba a diario. Vi unos árboles con frutos y me acerqué para probarlos. No se parecían a ninguno que hubiera conocido antes pero su sabor me recordaba a alguna fruta tropical. Calculé para cuantos días tendría alimento de aquel árbol y encontré a su alrededor otros árboles iguales y muchos más con otros frutos de otros colores. Por si acaso enterré una de las semillas que tenía en mi boca y agarré otra pieza que llevé a mi boca con gran placer. ¿Habría más gente en este lugar? No me creía lo que estaba pasando pero no sabía qué podía hacer. No tenía miedo porque me sentía el protagonista de algún cuento, alguna película, alguna cosa donde yo era el bueno que siempre triunfa. Asumí dejarme llevar y esperar a la noche que nunca llegaba y que nunca llegó. El sol no aflojaba y busqué una sombra donde descansar pensando en el último mensaje y a qué o a quién no debía molestar. ¿Y si me pongo a gritar? Quizá moleste a quien no debo, pero se enterará que estoy aquí y cambiará la situación de eterna espera. Si quiere guerra, ya veré cómo lo resuelvo, y si busca amistad, tendré compañía y quizá entenderé algunos porqués que me acechan. Esas eran mis cavilaciones cuando vi pasar a una niña gateando. Cómo no sabía qué hacer la seguí a cierta distancia intentando no hacer ruido. Si hubiera sido mayor, quizá hubiera intentado hablar con ella pero me temía que no iba a saber hablar cuando se giró y se dirigió hacia mí sonriendo. Yo también le sonreí y me acercó una piedra plana que arrastraba con dificultad. No sabía muy bien qué hacer pero decidí coger la piedra. En ella se podía leer “Volo ut Sis”. Necesitaba urgentemente un diccionario en latín para averiguar esas frases que seguro querían martillearme la conciencia o llevarme a alguna parte. La niña desapareció mientras leía de nuevo la frase y no supe por dónde lo hizo. Volvía a estar solo sin entender nada. Me estiré en la arena a ver si me dormía y se acababa esa pesadilla. Cuando abrí los ojos el cielo se había vuelto naranja y el mar parecía lava volcánica aunque el calor era el mismo del principio. Este sueño dura demasiado y pensé en confirmar lo que me parecía inevitable. Me acerqué a la orilla e intenté introducir un pie en la lava, pero fui incapaz porque el calor en los dedos me era insoportable a un palmo de distancia. ¿Y si me zambullo y acabo con esta pesadilla? Total, voy a morir igual, en mi vida de antes lo haría de cualquier estúpida manera o agonizando por años en una cama y aquí quien sabe si de aburrimiento o devorado por los malditos cangrejos. Aquí puedo sobrevivir un buen tiempo y todavía no he explorado esto que tiene pinta de ser una isla. Siempre estoy a tiempo de zambullirme así que lo dejaré para otro día, voy a buscar algo de agua.

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