Tengo pasión Artaudiana.
Tengo versos puercos
Hoy tengo tantas ganas de revolcarme en lodo con ustedes
y que busquen en mi ombligo algún resabio de suave sombra.
Estoy sucia como jamás imagine,
procaz delirio de belleza grotesca que escurren en libélulas pegajosas.
¿Por qué escandalizarse, huir ante el cuerpo minado de lo obsceno?
¿Es que nos miramos tan cerca de nuestros miasmas
que tememos al hueso roto expuesto?
¿Tememos que la pasión se asome al horror?
…
Degusta trozos de vidrio y sentirás el rugir de tú garganta.
Juega con la polilla copulando en la punta de tus sudores, y lo mejor:
mezcla tus olores de calcetines sucios y bragas olorosas de semana
y aspiren fuerte, fuerte mientras cogen.
¿Por qué no en lugar de joder al que se puso traje de prójimo,
de vivir en esa eterna y pasmosa indiferencia que te vuelve cruel y maquínico,
te avientas un gas con otro y te ríes?
…
Juega a las escupitinas y chupa sobre el cuerpo
de un desconocido la delicada hierba de saliva jugosa.
La carcajada de la muerte es el mejor acto de buen gusto.
Sé fino, finamente guarro,
diviértete amando,
diviértete pudriendo a la desesperanza.
Las prácticas de las instituciones son jerárquicas, antidemocráticas y están, desde su raíz, viciadas, enfermas. Se presentan como un orden coercitivo y simbólico que acomodan sus artificios en las pieles de los humanos que comparten los espacios sociales. Desde la escuela, familia, trabajo, hasta las prácticas amatorias –traducidas como el exclusivo reconocimiento de la monogamia- son instituciones que se representan como ejemplos de la conducción humana en la formación del cómo, porqué, para qué y hasta con quien, pensar, vivir, aprender, amar.
La privación de libertades es condición sine qua non del ejercicio institucional, y he de referirme al campo aparentemente personal que ha condicionado y moldeado toda relación humana y de expresión de emociones, una lógica del orden social sobre nuestros deseos que se ha legalizado en los suburbios únicos del matrimonio, familia, monogamia y por supuesto en la concepción propia del amor romántico.
Desde pequeños nos enseñaron que había que vivir con esencialismos, dicotomías y determinismos biológicos, que hacían social, lo ya de por si natural del ser humano, de ahí que sea tan fácil hablar de naturaleza humana y los roles propios de los hombres y las mujeres, además de la necesidad de perseguir al humano y conformarlo en sus sentidos y acciones, ya que de otro modo se vuelve el lupus hominis lupus (el hombre es el lobo del hombre). Pero… temo decepcionarlos: Casi nada tiene de natural le queda al humano, sino es que su cuerpo ya también controlado, con sus correspondientes moquitos y miasmas, y más aún… todas estas honrosas instituciones, más bien son horrorosas en su papel de dispositivo contra el humano y que funciona en el control eficaz para sus propósitos de económicos, políticos e ideológicos.
Un ejemplo para arrancar. En el 2006 en una de las tantas tribulaciones del presidente George Bush y su cruzada frente a la posibilidad de los matrimonios homosexuales, el hoy casi infecto presidente dijo:
"El matrimonio es la institución fundamental de la civilización, y no debería de ser redefinido por ningún juez. El matrimonio tradicional es la base de una sociedad sana y el asunto debería de ser dejado en manos de sus protagonistas: el pueblo americano"[1].
¿Matrimonio como fundamental de la civilización? ¿Base para una sociedad sana? ¿Cómo se determina lo sano, lo enfermo? Pero… ¿por qué tanta preocupación en mantener intacta tan importante institución?
¿Podemos apostar que la monogamia y sus correspondientes “lógicos” matrimonio y la familia son instituciones naturales que fueron formalizadas para perpetuarse con exquisita imperturbabilidad ante los corazones melodramáticos de los enamorados, y que precisamente les han funcionado en las diferentes épocas, historias, sociedades y culturas?
¿Les parece que comencemos a desmenuzar al matrimonio?
El matrimonio es la principal causa de divorcio[2]. Groucho Marx
El significado etimológico de "matrimonio" hace referencia al derecho que adquiere la mujer que contrae el matri-monium para poder tener hijos dentro de la legalidad. (¡¡Oh!! Qué emocionante, gracias matrimonio por que gracias a ti, nuestros hijos no nacen bastardos) Esta concepción nace en el Derecho Romano y como un reconocimiento que se hace a la naturaleza de la mujer que siendo madre, será protegida, tutelada, subordinada a un pater familias o llamado tiernamente marido, por lo que de paso recordemos, la noción de cónyuge, así como la de esposa, que en ambos casos se refiere a estados de esclavitud, de yugo, de tutelaje, lo cual permite estructurar la familia y de este modo, crear un lazo de parentesco entre las personas que admite la procreación y correcta socialización de los hijos, además de regular el nexo entre individuos, y todos los parentescos que de ahí resulten, es decir, célula que se proyecta en la explotación ideológica y económica.
Hasta hace menos de dos centurias sólo había matrimonio religioso, al que se consideraba incluso un sacramento, y una vez que se institucionalizó quedó una definición totalitaria que reza así: Matrimonio es... "La unión de dos personas de distinto sexo, realizada voluntariamente con el propósito de convivencia permanente para el cumplimiento de todos los fines de la vida".
Que no se nos olviden los yugos y exclusividades; que quede clarísimo el heterosexismo, que por ningún momento se pierda de vista el poder que al masculino la investidura otorga.
Ahora vamos con la Familia: Nos referimos al conjunto de famulus (esclavos domésticos), es decir, el conjunto de esposa, hijos y esclavos pertenecientes a un hombre, sujetos a él, es decir, todos somos propiedad del pater familas, a lo que algún caballero andante “realizado” como padre de familia reivindicando a la historia, dirá: “Ya ves vieja, la historia tenía razón, ya decía que no estaba bien que te salieras del huacal con tus ideas feministas”.
Ingredientes fundamentales para la receta perfecta de familia: Propiedad privada y por consiguiente la necesidad de heredar, lo que lleva a la creación del matrimonio, primero en colectivo, pero después con modificaciones de tal especie que el círculo comprendido en la unión conyugal común, que era muy amplio en su origen, se estrecha poco a poco hasta que, ahora tenemos a la pareja felizmente monógama, de manera tal que el hombre pudiera y pueda tener la certeza de que, a quienes hereda sus bienes, serían sus descendientes consanguíneos. (De ahí la palabra patrimonio, porque los bienes son transmitidos por el padre.) Híjole, y eso que nos habían enseñado que la monogamia es natural porque ahí supuestamente se encuentra el “verdadero” amor.
Desde diversas ópticas la familia ha sido un germen bello en sus caricias excluyentes y totalitarias, la hegemonía que desde lo privado se ha institucionalizado. La feliz familia que nos procuran como postales pintorescas de comerciales haciendo las compras, celebrando el nuevo auto, o los regalos para los niños, es (si es que contamos con la adquisición monetaria para tal efecto) una efigie que permite de modo efectivo los tentáculos del consumo, siempre y cuando aparezca en la foto, la presencia de caritas perfectas y sonrisas de cartón. Por ello siguiendo a Lévi-Strauss, la familia moderna occidental se constituye como pilar fundamental donde se reúne la religión y el matrimonio.
¡Qué pena! Pero… ¿no es desde la madre y el nombre del padre cuando se ejercen las primeras grandes represiones que causan un hito en el modo de relacionarnos y asumir el contexto que creemos así “nos tocó vivir”? Me apena reconocer desde mi corazoncito familiar que la construcción de la célula familiar es el pilar para establecer relaciones económicas y sociales. Sino pregúntenle a George Bush como representante de todo un sistema con componentes ideológicos, políticos y económicos, por qué se opone en un cambio, por mínimo que sea de la concepción del matrimonio.
Por eso, las relaciones sexuales y eróticas, el matrimonio y la familia, la reproducción y la crianza de los niños han variado a lo largo de cientos de años. Y como dijese Fernando Savater, si alguien insistiese en casarse tras leer la definición Kantiana del matrimonio como mutuo arrendamiento de los órganos genitales, no cabe duda que tiene verdadera vocación.[3]
Te vas porque yo quiero
que te vayas.
Y a la hora que yo quiero
te detengo.
Yo sé que mi cariño te hace falta
aunque quieras o no.
Yo soy tu dueño.[4]
Pero ahora vamos a los condimentos perfectos que amalgaman las estructuras sociales y les da argumentos a novelas, películas y a un imaginario colectivo lleno de corazones grandes y muy rojos: El amor romántico y la monogamia.
El principio del amor de cortejo y la creación del amor romántico ideal, empezó en el siglo XI. En el sur de Francia, los hombres nobles desarrollaron un set de conceptos de amor y que aunque resulte fatalista y anti romántico, es preciso conocer como la ideología del amor construida en occidente y el cebo del romanticismo son los que sustentan en nuestras sociedades la estructura familiar y su organización.
Para el autor de El amor y Occidente [5], Denis de Rougemont, la cultura occidental nos presenta un modelo amoroso que ha llamado “romántico” con una serie de características sustanciales: 1) El amor está condenado, 2) siempre se encuentra presente la incesante lucha por el objeto ideal, para ello basta recordar a la hermosa e inmaculada Beatriz de la Divina comedia, 3) se presupone el gusto por las desgracias y los amores imposibles (Tristán e Isolda, Romeo y Julieta), además 4) la hiperidealización del amor y de la persona amada.
Los logros de la vida —además— se conforman con la obtención de trofeos y la posesión por ende del objeto amado que es encerrado en una jaula de oro para que no caiga en su irreparable destino y la pérdida irresoluta; para ello los celos y todo el imaginario construido alrededor de éste, donde se teme por la pérdida de la propiedad y el cese de la posesión, una enfermedad frenética que le pone un sabor agridulce pero siempre añorado a: “Te celo porque te quiero”.
Precisamente el ideal romántico que se consolidó culturalmente desde la alta edad media ofrece en un primer momento individualizar al amor y separarlo de lo colectivo, además de organizar una específica conducta guiando de modo faccioso las formas sentir con el otro a partir de nuestras propias necesidades/necedades, donde hasta el significado de enamorarse, cómo, con quién, a qué edad, de qué color, aroma y sexo está estratégicamente planeado.
Amor que se traduce como sacrificio, entrega irredenta, abandono de mi ser, pero sobre todo la del ideal de encontrar al ser que complemente, único e irrepetible y que le dé sentido a mi existencia: El príncipe azul o la princesa rosa. (¡Tú y yo juntos hasta la eternidad!)
Mujer, “he ahí tú camino, la búsqueda del amor como factor clave para la realización de la FELICIDAD” (momento de coro ¡chalala, la, la, la…!) entrega que se nos ha inculcado incluso a través de diversos imaginarios colectivos, desde la telenovela de las nueve de la noche, hasta nuestras heroínas literarias como Julieta, Madame Bovary, Melibea, la Dama de las Camelias, Ana Karenina... que no viven sino sufren el amor como proyecto fundamental de su vida.
Pero… otra vez peros. ¿Cómo se puede amar a quien te tortura? ¿Cómo amar a quien te anula? Hummm, se puede, siempre se puede.
El problema en el amor no es quitarse la ropa, sino quitarse el miedo.
Subcomandante insurgente Marcos.
En todas las manifestaciones sociales que aquí hemos desentrañado y en las que supuestamente se desenvuelve el amor de modo legalizado, nunca hubo un asomo de locura, de acuerdos, ni de goces compartidos. Sin duda, una sociedad basada en la concentración de poder e intercambio económico, empobrece cada área de la vida, enajena y cosifica al ser humano.
Un mundo globalizado que organiza los deseos, permite sistemas del lado o tendencias que sean, que refuerzan el heterosexismo, el patriarcado, la homo, les, bi, transfobia. Un germen para el exacerbamiento del sexismo, racismo y especismo en todo su esplendor.
Pero también lo imposible nos rebasa, nos muestra su rostro abierto, más allá de ojos y razones, más allá de instituciones. El amor puede llegarnos como un espanto, un acto político, un sucesión de infinidades absurdas, como una elegía en noche de lluvia, como un canto o un réquiem, como un vómito plagado de gusanitos de goces, o como voz que indica la perdida del yo, y la sujeción de la individualidad. El amor es una cárcel o una liberación. El amor es un tema del que no se quiere hablar, aún cuando se haya querido volver un fetiche de consumo.
¿Se puede alcanzar el límite de lo posible? Esa es pregunta abierta donde no se busca límites, ni soluciones, solo probabilidades, alternativas, y entre los marasmos, resistencias y acciones colectivas, sobrevive, se desenvuelve un proyecto libertario: el poliamor, es decir, la práctica o posibilidad de establecer relaciones intimas, amorosas, sexuales (no necesariamente) estables y duraderas con más de una persona, en un plano de equidad, mutuo acuerdo y honestidad entre las partes involucradas.
¿Sus ingredientes? Los más complejos: Honestidad, colectividad, horizontalidad, acuerdos, consenso, equidad, cuestionamiento de paradigmas, respeto por la libertad y la autonomía de la otra, del otro.
Resignificación del amor como acción ética colectiva que replantee las bases de convivencia humana, para lo cual sostenemos que mientras no se revisen paralelamente las relaciones de poder que están intrínsecas en toda relación intersubjetiva, entonces seguiremos reproduciendo tales relaciones en el campo de lo público, sin cuestionar de fondo los estándares de vida que el mundo occidental ya ha “diseñado” para todes. Por ello, nos revelamos ante quienes quisieron imponernos una única visión del mundo y por ende una sola manera de constituir relaciones de pareja y de familia.
Consideramos que una de nuestras apuestas vitales tiene que ver con el modo de vivir y asumir la relaciones en diversos ámbitos con los otros, otras. [6]
Una búsqueda que trascienda, que vaya más allá de reproducir otra vez los paradigmas del liberalismo y sus valores, que nos permita el sostenimiento de una democracia radical, y un cuestionamiento constante a cualquier forma de sujeción o alienación del sujeto; por ello cuando se habla de honestidad, no se trata de aquélla honestidad forzada, reducida a confesionario; sino intentamos formar relaciones amorosas basadas en la confianza, en la entrega y no en el poder.
No fue por casualidad que Émile Armand asoció el amor con la libertad y la camaradería amorosa (Armand, 1960). Para éste, el amor libre sólo podría existir fuera de cualquier tutela o constreñimiento estatal, religioso, familiar o vínculo contractual.
El proyecto poliamoroso se interesa por la libertad, lealtad, crecimiento de cada uno de sus participantes. Equidad, no igualdad.
¿La toma del poder? No, apenas algo más difícil: un mundo nuevo
Subcomandante Insurgente Marcos
Yo soy yo, tu eres tú, pero buscamos el modo en que sin que tú dejes de ser tú, ni yo, deje de ser yo, actuemos juntos, actuemos en colectivo.
Piénsenlo, reconozcámonos, ¿alguno/a de nosotros/as somos poliamores y no hemos podido desenvolverlo, comunicárselo a nuestra o nuestras parejas? ¿Somos realmente honestos con los otros/otras y con nosotros mismos? ¿Por qué no lo proponemos y abrimos el tema con nuestra pareja, en un plano de total equidad, intentando desechar aquellos prejuicios y tabúes milenarios?
Los transgresores del amor “convencional” hemos comenzado a construir otro espacio de comunicación, donde interactuamos con el caracol, es decir, comenzar a caminar y a moverse a velocidad de molusco, lentito pero seguro, devenir nómada, mirar no sólo los rostros, sino las ganas. Ser los verbos y escuchas, habitar nuevas casas de amor donde se hace música y poesía, se sabe a goce; además de resistir, resonar y responder.
Nuestras subversiones actuales no sólo sueñan y trabajan en la liberación de las barricadas, sino en nuestra propia auto-liberación.
Erradicar el Estado que nos habita en las ideas y en las acciones, ese voraz policía que como estrategias de control, ya se ejerce desde el micro poder, desde los papeles activo/pasivo, desde las relaciones de noviazgo y hasta en el momento de seducir y dar un beso. La primera batalla es contra la enajenación, nuestra apertura en la organización para auto-emanciparnos. El poder no sólo está afuera, al poder lo tenemos profundamente encarnado.
¿Cómo amamos? ¿Cómo creamos nuestras prácticas de libertad?
Ahora, resisto a la expresión univoca de cuerpo heterosexual y la heteronormatividad, resisto a un cuerpo máquina que marche de acuerdo a la función reproductora del sistema. Resisto a un modo exclusivo de amar, pensar, sentir, relacionarme, vivir, crecer, chupar, estar. Resisto a los prejuicios y estereotipos y reconozco mis eructos y los consecuentes gases, me gusta mi pancita y reconozco las jugadas de la gravedad sobre mis senos.
Me resisto a una lógica binaria en el sexo, en el género, en la visión de las personas, las cosas, las ideas. Resisto en la diferencia, en la otredad, reconociéndome como una sujeta política que está en proceso de construcción, resisto en el campo de los cuerpos deliciosamente puercos, donde lo que importa es la vorágine, la poesía.
Resisto no sólo en utopías, sino en la construcción de un mundo donde quepan muchos mundos y amores. Resistimos, estamos y no sólo andamos poliamorosos, sino niños, humanos con capacidades distintas, indígenas, transexuales, maestros, adolescentes disidentes, mujer con sombrero de anís, campesinos y bisexuales de guante y pipa (sólo para calmar el frío) activistas y artistas, feministas y bellos locos, estamos tantos, tantos, que nuestra fuerza puede quebrar, fisurar, romper. Tenemos equívocos y nuevas noches de preguntas, tenemos trabajo y mucho amor libre.
¿Amor libre? ¿Acaso el amor puede ser otra cosa más que libre? Cuando existe amor, la cabaña más pobre se llena de calor, de vida y de alegría; el amor tiene el poder mágico de convertir a un pordiosero en un rey.
Emma Goldman - De Anarchism and Other Essays (1917)
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[1] Bush George, 6 de junio, 2006, http://www.elpais.com//global/
[2] En el Distrito Federal de México se presentan en promedio entre seis y siete demandas de divorcio al mes, en cada uno de los 40 juzgados civiles, por causas como abandono de hogar y violencia intrafamiliar. El legislador consideró que lo ideal es la permanencia del vínculo matrimonial, empero insistió en que cuando ya no funciona una relación y resulta dañina para las familias lo más prudente es que se disuelva. Según cifras del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) , mientras en 1970 por cada 100 matrimonios había tres divorcios, para 2003 esa cifra se elevó a 11 separaciones legales por cada 70 matrimonios; en 2005 el incremento fue de entre 30 y 40 por ciento. El índice de divorcios más alto por cada 100 matrimonios se presenta en Chihuahua con 29; luego en Baja California con 26 y Yucatán con 23. En tanto, los de menor proporción son Hidalgo con cinco, Guerrero con cuatro y Oaxaca con tres.
[3] Savater Fernando, Un puritano libertino, en el suplemento La jornada Semanal en periódico Jornada, 1 de febrero de 1998.
[4] Jiménez José Alfredo, Ranchera. La media vuelta.
[5] De Rougemont, Deni, El amor y Occidente, Editorial Kairós, Barcelona, 1989, p, 23.
[6] Cuando las feministas dijeron, -decimos- lo publico es privado, lo privado es publico, colocamos en la mesa todos los factores culturales y sociales que se desprenden de la familia, el trabajo, escuela, amistades y en general todos los espacios públicos que conforman los espacios de la supuesta “vida personal de los sujetos” pero que es el reflejo del intento siempre incesante de homogenización, enajenación y reificación que pretende una sociedad heterosexista, patriarcal y homófoba.
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