Separar el sexo del amor no es una cuestión moral, es un asunto de supervivencia.
Querer es cuidar, escuchar, recordar cumpleaños, olvidar agravios, contar bobadas, interesarse por tonterías, llamar a deshoras, escribir frases de sobra, prestar, pedir, ofrecer, recibir… Y no se puede follar con toda la gente con la que se tiene eso.
Y sería una pena tenerlo sólo con la gente con la que se folla…
Eso no parece difícil. En esta posmodernidad individualizada y disfuncional, quien no tiene gente con la que comparta eso, se muere. Al menos de pena. Quien no tenga familias inventadas a golpe de intercambiar cenas, farras, problemas y mudanzas, no tiene nada.
Yo quiero a mucha gente. Y muchas de esas personas me quieren a mí. Con algunas no he follado nunca, y -con otras- ni siquiera lo tengo previsto. Porque hace tiempo que no follo con quien quiero.
Porque con quien yo quiero follar no quiere hacerlo conmigo, o porque con quien quiero hacerlo, no le quiero. O porque hay gente que quiere, y yo no me entero. O porque a veces no sé lo que quiero. O sí quiero, pero sin querer. Y me intento permitir cuidar el amor lo suficiente como para no mezclarlo con el sexo, pero no siempre me dejo.
Porque me han contagiado ese anhelo, el de querer querer a quien deseo. Y me hago un lío preguntandome si deseo a quien quiero, y si querer es ponerle expectativas al deseo… Y empiezo a darme cuenta de cuánto me pierdo… me pierdo un poco saber querer sin deseo… pero, sobre todo, me pierdo desear sin anhelos.
republicado desde disfuncionalA
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