Nos robaron el placer, como nos robaron otras tantas maravillas de la vida. Y si nos dejamos, los enemigos del placer colectivo y amigos de la destrucción nos las roban todas. La experiencia del placer libera y enseña a defender con las uñas ese mismo placer. ¿Por qué se imaginan que los poderosos no quieren perder sus privilegios? Porque los conocen de sobras y son tan mala gente que no quieren ni compartirlos; porque poder, se puede. También tengo claro que quien quiera sufrir, que sufra. No soy de esas personas, acepto sacrificios pero no sufrimientos.
Los derechos, como podría ser el mismo placer, no son inalienables al ser humano. Se recibe, dando; se encuentra, ofreciendo; se avanza, caminando; se gana, luchando. No nos enseñaron, más bien nos reprimieron todo ello. No nos prepararon, nos tiraron de golpe a la piscina, y desaprender es más difícil que aprender. Encontrar a nuestro ser salvaje no es fácil, pero, claro está, es posible. Nuestros deseos, liberaciones y despertares están ahí, pero si te quedas quieta, se alejan.
Vivir el despertar de nuestro ser salvaje es espectacular. Darse la confianza, la facilidad y la tranquilidad de disfrutar del placer erótico y sexual sin objetivos ni pretensiones ni límites ni culpas ni remordimientos. Con o sin compañía, transgrediendo normas y tabúes, recibiendo sin complejos ni obligaciones y con mucha alegría. Ese abrir los ojos para valorar el propio cuerpo conlleva otras liberaciones y otras miradas, un bastante de alegría y fuerza para afrontar con optimismo la miseria cotidiana y general que nos rodea.
Pareciera sorprendente que en algunos casos, más de los imaginados, hay personas que nunca han mantenido ciertas prácticas sexuales o las han mantenido con nula o escasa consideración hacía su propio placer, con la frustración que conlleva (si había expectativas) o la asunción de un nivel de placer mínimamente aceptable. Preocupante, sin duda. y cuando un torbellino de placer inunda sus cuerpos, pueden aferrarse tanto a ese torbellino que a veces ponen en la cuerda floja una antigua relación amistosa cariñosa, agradable y abierta. Personas que te acaban de conocer, pasan a "extrañarte" y a necesitar más; eso es, a generar más dependencias en vez de lanzarlas bien lejos; eso es, a sufrir, cuando antes aceptaban su camino sin aparente sufrimiento.
Es por ello que cierta “cautela” me acompaña a la hora de iniciar relaciones, luego me suelo ir de cabeza y sin cabeza. Aunque parezca lo contrario, espero a que otras personas decidan cómo y cuando. Me animo cuando esas otras personas de la que me enamoro cotidianamente saben de sobras dónde y con quien se están metiendo. Agradezco esa valentía y entonces creo que doy bastante y me gusta recibir como un espejo. El camino es largo, lento y hay que conocerse para saber qué ofrecer y en qué medida. La mayoría de veces soy tan fácil de complacer que no necesito más que dormir abrazada a alguien para sentirme bien y levantarme cargada de energía.
Esa “cautela” (que, sinceramente, generalmente no tengo para equilibrar mi salud mental con la de otras personas) me ha hecho alejarme de ciertas relaciones y no querer abrir nuevos caminos y diálogos con otras personas. También he asumido que el sexo y la buena compañía es una buena terapia de choque para ciertos estados de ánimo, y la he puesto en práctica para dar collejas en la conciencia. Así, lo que más me alegra de algunas aventuras es conocer a personas bellísimas de más cerca, haber recorrido su cuerpo y sentido su aliento en mi boca y sentir que han hecho añicos algunas barreras que las limitaban, porque solas no cayeron.
Yo, por cierto, no quiero más de lo que me quieran dar, aunque acepto todo tipo de masajes.
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