En el imaginario colectivo e individual del anarquismo, el concepto y la práctica del amor libre ha sido objeto de innumerables polémicas y disensiones. La razón plausible de este hecho discurre de la dificultad en situar, teórica y experimentalmente, al individuo como entidad libre y soberana en el contexto de cualquier grupo, comunidad o sociedad. Cualquier expresión de vida, instinto, sentimiento, relación sexual o idea corporizada en un acto de amor libre por un individuo en una relación con cualquier otro individuo implica siempre una relación biológica y social. Para el común de los anarquistas, la síntesis de esa relación debe ser siempre sobrepasada por la libertad y la individualidad de cada individuo. Sin embargo para analizar y vivir el amor libre, implica que tengamos presente la conjugación de pulsiones de vida y relaciones sociales asentadas en la alteridad, en la identidad individual y colectiva, en la búsqueda del devenir absoluto que la utopía encierra y la vida cotidiana relativiza.
En el contexto de su historicidad, el amor libre, en tanto teoría y experiencias de vida concreta, no dejó de ser una gran utopía. Para la mayoría de los anarquismos que alcanzaron mayor visibilidad social –sobre todo el anarco-sindicalismo y el comunismo libertario- el amor libre se representa indeleblemente unido al proceso histórico de la construcción de una sociedad anarquista. Siendo así, para que el amor tenga un fundamento de libertad, es necesario que los sentimientos, el cariño, la amistad, la solidaridad y las relaciones sexuales sean integradas de una forma armoniosa y que queden exentas de cualquier resquicio de dominación y de explotación. La extinción de la sociedad capitalista, del Estado y de la religión se revela, un acto histórico imperativo de la revolución social. Con el fin del Estado, de la propiedad privada, del trabajo asalariado y del dinero quedan extintas las causas que transforman los individuos en seres alienados y embrutecidos por la mercantilización y prostitución de su cuerpo, de cuerpos castrados por la religión y moral de las sociedades vigentes (Albert, 1980).
En este sentido, el amor libre, si bien que tenga una relación estrecha con la libertad y la soberanía de cualquier individuo, en términos teóricos y prácticos, es sólo posible de realizarse, plenamente en una sociedad anarquista. El sentido práctico y utópico del amor libre fue, de este modo, relativizado por los anarquismos que alcanzaron mayor expresión social. Con la existencia de una sociedad anarquista, el sentido utópico del amor libre perdía consistencia histórica. Fue basado en esta suposición, que en el interior de las organizaciones y en las experiencias comunitarias anarquistas más relevantes, la práctica del amor libre se reveló casi siempre un fracaso. En la familia, en los sindicatos, en los ateneos, en las comunidades y en las escuelas consideradas libertarias, el amor libre se enfrentaba con los vestigios de la moral y de la religión, con el surgimiento de tipos de autoridad jerárquica en las relaciones entre hombre y mujer, entre padres e hijos y entre individuos diferentes. Los falansterios y comunidades de cariz libertario que se construyeron en los siglos XIX y XX en Europa, en los Estados Unidos de Norteamérica, América
Latina y en otros países son ejemplo significativos de la gran dificultad de la práctica del amor libre.
Si bien casi siempre ha sido objeto de un cierto ostracismo por parte de los anarquismos con mayor visibilidad social en términos teóricos y, en cierta medida, prácticos, los anarquistas individualistas fueron los que más se identificaron con el proyecto utópico del amor libre. No fue por casualidad que Émile Armand asocio el amor, con la libertad y la camaradería amorosa (Armand, 1960). Para éste, el amor libre sólo podría existir fuera de cualquier tutela o constreñimiento estatal, religioso, familiar o vinculo contractual. Fuera de cualquier moral o cualquier prejuicio basado en el pudor, en la virginidad, en el vicio, en la fidelidad sexual, en la virtud, en la procreación de la especie humana… el individuo para poder vivir plenamente el amor libre con otros individuos no necesitaba de ninguna institución o poder exterior a su individualidad y libertad.
Nuestra contemporaneidad en relación al amor libre esta atravesada por los mismos dilemas de nuestros compañeros del pasado. Cuando observamos nuestras vivencias es notoria nuestra dificultad física, mental y psíquicas en asumir con autenticidad nuestras pulsiones biológicas y las relaciones amorosas con los otros de forma libre y soberana El Estado, el Capital, el trabajo asalariado, el egoísmo, el poder, la religión y la moral están dentro de nosotros y cercenan, muchas veces, las hipótesis de vivir el amor libre.
Todavía, no podemos pactar eternamente con este tipo de raciocinio y de práctica. En tanto ética, moral y filosofía de vida, para la anarquía no existen límites para la profundización y la sistematización del amor y de la libertad. En todos los dominios de nuestra vida cotidiana, la autenticidad de los sentimientos, de la amistad, de la fraternidad, de las relaciones sexuales, del cariño, en una palabra, del desarrollo armonioso del amor libre, debe orientar el sentido de nuestra individualidad y libertad. Por todo eso, el amor libre está por encima de las querellas judeo-cristianas basadas en el bien y en el mal, por todo eso, el amor libre está por encima de toda la moral castradora y mutiladora del Estado, de las religiones y del capital que disciplinan y mercantilizan nuestro cuerpo como un objeto de frustraciones y fantasmas sexuales. Para todo aquél o aquella que se identifique con la anarquía, todas las relaciones sexuales que expresen el sentido de la libertad e individualidad biológica y social de cualquier ser humano no deben ser objeto de cualquier prejuicio moral o ético.
Sabemos cuán difícil es vivir el amor libre entre aquellos y aquellas que se dicen anarquistas. Los condicionamientos ancestrales de nuestra cultura judeo-cristiana, el egoísmo, el interés y hasta el altruismo cristiano, hacen de los anarquistas seres iguales a tantos otros, que en muchísimas ocasiones critican como seres alienados y adaptados a las contingencias del amor castrador burgués. Pero, si nosotros no conseguimos evitar muchas veces esa mutilación de nuestro cuerpo y de nuestra mente, por lo menos debemos tener conciencia de esa realidad negativa. Anarquía y Amor Libre son indisociables. Sin Anarquía no pueden existir las bases de la práctica del amor libre.
Sin amor libre es imposible pensar y vivir la anarquía de una forma utópica.
No obstante sabiendo las dificultades existentes, el sentido de la utopía en relación al amor libre debe ser cada vez más la base de nuestra vida cotidiana. El amor libre, libera nuestros cuerpos y nuestras mentes. Nos da la fuerza vital que alimenta nuestras relaciones con los otros. Nos libera de los atavismos que nos une a la civilización judeo-cristiana. Nos da el sentido, la motivación y la fuerza anímica para potenciar nuestra libertad e individualidad en la construcción de la amistad, de la fraternidad y del amor que fortalece los grupos, comunidades y sociedad que queremos libertarias. En la medida que el aprendizaje del amor libre es sin duda alguna el antídoto de todas las guerras, de todas las relaciones sociales atravesadas por el egoísmo, por la mercantilización del cuerpo y del sexo, por la dominación y exploración entre seres humanos y entre éstos y otras especies animales y vegetales, se impone sobremanera que hagamos de él un elemento estructurante de la utopía que aspira a construir una sociedad sin amos y sin dioses.)
1 Revista Utopía, Lisboa, Portugal.
(per José María Carvalho Ferreira (2004). Text extret de http://www.nodo50.org/ellibertario/)
En el contexto de su historicidad, el amor libre, en tanto teoría y experiencias de vida concreta, no dejó de ser una gran utopía. Para la mayoría de los anarquismos que alcanzaron mayor visibilidad social –sobre todo el anarco-sindicalismo y el comunismo libertario- el amor libre se representa indeleblemente unido al proceso histórico de la construcción de una sociedad anarquista. Siendo así, para que el amor tenga un fundamento de libertad, es necesario que los sentimientos, el cariño, la amistad, la solidaridad y las relaciones sexuales sean integradas de una forma armoniosa y que queden exentas de cualquier resquicio de dominación y de explotación. La extinción de la sociedad capitalista, del Estado y de la religión se revela, un acto histórico imperativo de la revolución social. Con el fin del Estado, de la propiedad privada, del trabajo asalariado y del dinero quedan extintas las causas que transforman los individuos en seres alienados y embrutecidos por la mercantilización y prostitución de su cuerpo, de cuerpos castrados por la religión y moral de las sociedades vigentes (Albert, 1980).
En este sentido, el amor libre, si bien que tenga una relación estrecha con la libertad y la soberanía de cualquier individuo, en términos teóricos y prácticos, es sólo posible de realizarse, plenamente en una sociedad anarquista. El sentido práctico y utópico del amor libre fue, de este modo, relativizado por los anarquismos que alcanzaron mayor expresión social. Con la existencia de una sociedad anarquista, el sentido utópico del amor libre perdía consistencia histórica. Fue basado en esta suposición, que en el interior de las organizaciones y en las experiencias comunitarias anarquistas más relevantes, la práctica del amor libre se reveló casi siempre un fracaso. En la familia, en los sindicatos, en los ateneos, en las comunidades y en las escuelas consideradas libertarias, el amor libre se enfrentaba con los vestigios de la moral y de la religión, con el surgimiento de tipos de autoridad jerárquica en las relaciones entre hombre y mujer, entre padres e hijos y entre individuos diferentes. Los falansterios y comunidades de cariz libertario que se construyeron en los siglos XIX y XX en Europa, en los Estados Unidos de Norteamérica, América
Latina y en otros países son ejemplo significativos de la gran dificultad de la práctica del amor libre.
Si bien casi siempre ha sido objeto de un cierto ostracismo por parte de los anarquismos con mayor visibilidad social en términos teóricos y, en cierta medida, prácticos, los anarquistas individualistas fueron los que más se identificaron con el proyecto utópico del amor libre. No fue por casualidad que Émile Armand asocio el amor, con la libertad y la camaradería amorosa (Armand, 1960). Para éste, el amor libre sólo podría existir fuera de cualquier tutela o constreñimiento estatal, religioso, familiar o vinculo contractual. Fuera de cualquier moral o cualquier prejuicio basado en el pudor, en la virginidad, en el vicio, en la fidelidad sexual, en la virtud, en la procreación de la especie humana… el individuo para poder vivir plenamente el amor libre con otros individuos no necesitaba de ninguna institución o poder exterior a su individualidad y libertad.
Nuestra contemporaneidad en relación al amor libre esta atravesada por los mismos dilemas de nuestros compañeros del pasado. Cuando observamos nuestras vivencias es notoria nuestra dificultad física, mental y psíquicas en asumir con autenticidad nuestras pulsiones biológicas y las relaciones amorosas con los otros de forma libre y soberana El Estado, el Capital, el trabajo asalariado, el egoísmo, el poder, la religión y la moral están dentro de nosotros y cercenan, muchas veces, las hipótesis de vivir el amor libre.
Todavía, no podemos pactar eternamente con este tipo de raciocinio y de práctica. En tanto ética, moral y filosofía de vida, para la anarquía no existen límites para la profundización y la sistematización del amor y de la libertad. En todos los dominios de nuestra vida cotidiana, la autenticidad de los sentimientos, de la amistad, de la fraternidad, de las relaciones sexuales, del cariño, en una palabra, del desarrollo armonioso del amor libre, debe orientar el sentido de nuestra individualidad y libertad. Por todo eso, el amor libre está por encima de las querellas judeo-cristianas basadas en el bien y en el mal, por todo eso, el amor libre está por encima de toda la moral castradora y mutiladora del Estado, de las religiones y del capital que disciplinan y mercantilizan nuestro cuerpo como un objeto de frustraciones y fantasmas sexuales. Para todo aquél o aquella que se identifique con la anarquía, todas las relaciones sexuales que expresen el sentido de la libertad e individualidad biológica y social de cualquier ser humano no deben ser objeto de cualquier prejuicio moral o ético.
Sabemos cuán difícil es vivir el amor libre entre aquellos y aquellas que se dicen anarquistas. Los condicionamientos ancestrales de nuestra cultura judeo-cristiana, el egoísmo, el interés y hasta el altruismo cristiano, hacen de los anarquistas seres iguales a tantos otros, que en muchísimas ocasiones critican como seres alienados y adaptados a las contingencias del amor castrador burgués. Pero, si nosotros no conseguimos evitar muchas veces esa mutilación de nuestro cuerpo y de nuestra mente, por lo menos debemos tener conciencia de esa realidad negativa. Anarquía y Amor Libre son indisociables. Sin Anarquía no pueden existir las bases de la práctica del amor libre.
Sin amor libre es imposible pensar y vivir la anarquía de una forma utópica.
No obstante sabiendo las dificultades existentes, el sentido de la utopía en relación al amor libre debe ser cada vez más la base de nuestra vida cotidiana. El amor libre, libera nuestros cuerpos y nuestras mentes. Nos da la fuerza vital que alimenta nuestras relaciones con los otros. Nos libera de los atavismos que nos une a la civilización judeo-cristiana. Nos da el sentido, la motivación y la fuerza anímica para potenciar nuestra libertad e individualidad en la construcción de la amistad, de la fraternidad y del amor que fortalece los grupos, comunidades y sociedad que queremos libertarias. En la medida que el aprendizaje del amor libre es sin duda alguna el antídoto de todas las guerras, de todas las relaciones sociales atravesadas por el egoísmo, por la mercantilización del cuerpo y del sexo, por la dominación y exploración entre seres humanos y entre éstos y otras especies animales y vegetales, se impone sobremanera que hagamos de él un elemento estructurante de la utopía que aspira a construir una sociedad sin amos y sin dioses.)
1 Revista Utopía, Lisboa, Portugal.
(per José María Carvalho Ferreira (2004). Text extret de http://www.nodo50.org/ellibertario/)
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