—¿Qué es el amor? Es la eterna
pregunta. Al inicio de la Humanidad la gente follaba unos con otros,
sin distinciones, esto lo he leído. Todos con todos. Pero un día,
alguien decidió guardar a su pareja, no compartirla. «Es mía»,
dijo. —Respiré hondo sin atreverme a mirar alrededor—. Ahí se
jodió todo. Eso es el amor. Y el amor trajo algo peor: el
matrimonio.
Hubo un murmullo largo, varias toses que
querían animar a alguien a interrumpirme.
—Porque ¿qué es el matrimonio? Pues
bien, yo os lo voy a explicar. Querría decirles a los novios que a
partir de hoy se preparen porque van a poner a prueba realmente la
solidez de su amor. Con esto quiero decir lo jodido que es levantarse
con ganas de cagar y que el váter esté ocupado y descubrir que tu
mujer también mancha la ropa interior e incluso se saca los mocos o
se le escapa algún pedo o sufre colitis.
Bárbara me escuchaba, los ojos bien
abiertos, el gesto tenso. Claudio se acercó a mi posición de
orador, supongo que por si llegaba el momento de bajarme con un
puñetazo, un amigo siempre debía golpear primero antes de que un
desconocido lo hiciera. Pero yo continuaba:
—Y que el marido pierde pelo y atasca el
desagüe de la ducha y deja grabando el vídeo durante los pornos de
madrugada y, en definitiva, que dos ensucian mucho más que uno solo
y que el amor tampoco es de piedra. Eso es el matrimonio. —Yo no me
atrevía a confesar que aún guardaba mi jersey con los puños
vueltos, tal y como lo encontré en la maleta después de separarnos,
porque eso significaba que Bárbara había estado la última en
ponérselo—. El maravilloso sacramento del matrimonio es compartir
el cubo de la basura, el felpudo, el bidé...
Ahora era el centro de todas las miradas.
El momento perfecto para sacar la pistola y pegarme un tiro en la
boca.
—Os lo digo yo que soy un hombre que me
he hecho a mí mismo y los mayores desastres de mi vida me los he
causado yo solo, porque estoy solo —continué—. Sé que mi futuro
pasa por seguir haciéndome a mí mismo, incluso limitándome a hacer
el amor conmigo mismo. Así que si algún día me caso, será
probablemente conmigo mismo y el viaje de novios me saldrá a la
mitad de precio. Pero mi mierda es mi mierda.
Me invadió una extraña serenidad,
supongo que la calma del payaso, entre el carraspeo incómodo del
personal, bajo la mirada templada de Bárbara.
—O sea, y con esto termino: Bárbara,
Carlos. Carlos y Bárbara, que aportáis cada uno vuestra ración de
mierda a esta sagrada unión... Yo solo os deseo que seáis felices,
no como los demás. Aunque sea una felicidad de mierda, es la
vuestra. Hay que inventársela cada día, si podéis. Ah, y ¡vivan
los novios!
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