dimarts, 26 d’agost del 2014

La construcción simbólica del amor, Julián Fernández de Quero

Todo el mundo está de acuerdo en considerar al amor como un aspecto importante en la vida de las personas.  Hay quien considera que el ochenta por ciento de la producción artística y cultural universal ha girado y gira en torno a este asunto tan vital y tan personal. Si partimos de la definición que José Antonio Marina  enuncia de la evolución humana  “La Humanidad lleva doscientos mil años saliendo de la selva de la Naturaleza e inventándose a sí misma” , consideraremos que el amor es una construcción simbólica inventada por la inteligencia creadora a partir de una necesidad biológica, el parto prematuro de la cría humana.  En efecto, las especiales transformaciones anatómicas y fisiológicas  ocurridas en el cuerpo de la  hembra humana a causa del Bipedismo, en los orígenes de la especie, relacionadas con su aparato sexo-reproductor, convierte el parto en prematuro y la cría humana viene al mundo a medias de hacer, sin terminar, algo que no le ocurre a la mayor parte de las crías animales.  Esta invalidez vital de la cría humana  plantea la necesidad evolutiva de asegurar la protección y el cuidado de una persona adulta que garantice su  supervivencia, lo que se logra mediante la potenciación de una capacidad afectiva genéticamente heredada pero poco desarrollada.  El primer afecto ontogenéticamente potenciado como recurso para la supervivencia de la cría humana es el apego y, a partir de él, el cerebro afectivo humano se desarrollará considerablemente, hasta el punto de que las últimas investigaciones llegan a la conclusión de que en la vida de las personas es mucho más importante el desarrollo y educación de la inteligencia emocional  que de la inteligencia instrumental.  En palabras de Félix López,  catedrático de Psicología de la Sexualidad, de la Universidad Pública de Salamanca, al ser humano se le puede definir como  “Un ser para amar y ser amado”.

 Partir de la consideración de que el amor es un afecto construido culturalmente, nos plantea una serie de ventajas para el análisis. En primer lugar, su historicidad, es decir, que las condiciones sociales y culturales de cada época histórica ha influido en la construcción del amor, en su socialización y en su expresión personal y colectiva.  Por ejemplo, no se tenía la misma idea del amor en la cultura griega y romana que en la cultura medieval, renacentista o moderna.  La cultura modela y modifica el afecto amoroso en función de las condiciones históricas. La segunda ventaja es su plasticidad, es decir,  si el amor es un afecto moldeable culturalmente,  podemos pensar en  modificarlo a la luz de su conocimiento para eliminar los aspectos negativos adheridos por culturas anteriores, con el fin de convertirlo al  cien por cien, en un recurso positivo para el bienestar y la felicidad del ser humano. Por ejemplo,  el prejuicio de que el amor puede convivir con la violencia, que lleva a muchas mujeres maltratadas a perdonar los golpes de sus compañeros sentimentales y a padecerlos en aras de un  amor  tan irreal  como traumático, es un prejuicio a erradicar de las mentes por las nefastas consecuencias que acarrea.

Antes de seguir, tendremos que ponernos de acuerdo en qué es el amor  pues existe mucha confusión y tergiversación al respecto. Nuestra cultura, heredera del puritanismo religioso por un lado, y del romanticismo rebelde por otro,  nos ofrece unas ideas  erróneas acerca del amor. Desde el puritanismo, el amor sería un sentimiento abnegado y generoso, de carácter espiritual,  que nos llevaría a renunciar a bienes personales  en aras de una entrega total al ser amado. Se pone como ejemplo el amor matrimonial (no tanto del esposo a la esposa sino de ésta a aquél) y el amor maternal en el que la madre renuncia a sí misma por el bienestar d e los hijos. Desde el romanticismo, el amor se concibe como un sentimiento pasional  que se confunde con el enamoramiento y que se expresa a través de la sexualidad.  Las dos fuentes culturales suelen situar la sede orgánica del amor en el corazón, independizándole de la mente y por lo tanto, considerándolo un fenómeno natural, espontáneo, irracional, instintivo y a-histórico, llegando a acuñar la frase  “El corazón tiene razones que la razón no entiende”.


Pues bien,  la racionalidad científica y filosófica actual nos pide modificar estos prejuicios culturales por otros más acordes con los datos que nos facilita el conocimiento.  Lo primero es que la sede orgánica del amor no es el corazón (un órgano musculoso cuya función es bombear sangre continuamente) sino el cerebro, órgano físico en el que se realizan las funciones afectivas, instrumentales, abstractas y racionales en general.  Los afectos son productos de la inteligencia emocional y, por lo tanto, susceptibles de ser encauzados, fomentados y manipulados por la razón.  No son espirituales sino que tienen una base orgánica  cerebral  cuya disfunción o enfermedad puede alterar la calidad de su producción y expresión, como ocurre en el caso del autismo.   

Lo segundo es que, si nos atenemos a la clasificación de los afectos que hace José Antonio Marina en “El laberinto sentimental” , éstos puedes dividirse en tres grandes grupos: Las sensaciones, los deseos y los sentimientos.  El mismo autor, en su “Diccionario de los Sentimientos” , considera que el amor no es un sentimiento, sino un deseo de  vinculación, la pulsión  evolutiva que dirige a tomar contacto con los demás y buscar su ayuda y protección.  Así, el amor sería el aspecto afectivo de la sociabilidad,  y permite establecer una discriminación cualitativa de nuestras relaciones sociales, de manera que siempre valoramos más aquellas que tienen más carga amorosa  (familiares, pareja, amistosas) que las que tienen menos.  El primer amor  como deseo de vinculación sería el  Apego, el afecto que lleva a la cría a buscar una vinculación con un adulto que le ayude a sobrevivir.  Por lo tanto, el amor como deseo de vinculación tiene un punto de partida egoísta  (nuestro deseo surge de nuestra necesidad) que es positivo porque solos nunca sobreviviríamos, y es el camino que nos lleva al altruismo y la solidaridad como afectos de reciprocidad (si los demás me ayudan que menos puedo hacer yo que ayudarles a ellos). Es un error entender la actitud altruista y solidaria como negación del egoísmo, puesto que llegamos a ser altruistas y solidarios por puro egoísmo y sólo si yo me siento bien, puedo hacer cosas para que los demás se sientan bien y viceversa.

Así, pues, el amor es un deseo de vinculación  que, en la medida en que se satisface en la vinculación estable, se convierte en un hábito sentimental, de baja intensidad y larga duración.  El amor nunca tiene por qué convertirse en una pasión salvo que responda a disfunciones o alteraciones psíquicas o esté manipulado culturalmente por prejuicios como los derivados del romanticismo.  No se puede confundir el amor con el enamoramiento, pues el primero es el aspecto afectivo de una vinculación estable que puede racionalizarse y madurarse, mientras que el segundo es el componente afectivo de la respuesta biológica  reproductiva  que fija la atención en el objeto erótico de la cópula  y es irracional y  breve en el tiempo  (según los estudios, sólo puede durar un año o dos, según las condiciones) . Al ser  una construcción simbólica, el amor puede expresarse de diferentes formas, según el simbolismo de la vinculación establecida. Así,  las vinculaciones amistosas, familiares, de camaradería,  permiten expresar el amor  mediante comportamientos asexuados, mientras que el amor erótico y de pareja, se expresa fundamentalmente a través de la sexualidad.
 
Refiriéndonos concretamente al amor erótico, diversos autores han establecido distintos estilos amatorios según las personas ponen el acento en el desarrollo de determinadas actitudes y comportamientos o en otros.  Por ejemplo, Stenrberg  (1986-88) aplicando métodos similares a los usados en el estudio de la inteligencia, propone una teoría triangular, llamada así porque se representa por un triángulo equilátero con tres vértices: Pasión,  Intimidad y  Compromiso.  La pasión tendría como contenidos fundamentales el deseo, la atracción, el placer de la experiencia sexual y los sentimientos de éxtasis y tormento asociados al éxito o fracaso de la vinculación (elementos típicos del enamoramiento). La intimidad tendría como componentes básicos la comunicación, la comprensión, el respeto, los sentimientos de vinculación, unión  y proximidad, el apoyo emocional y el deseo de lograr el bienestar de la otra persona (elementos típicos del amor) . El compromiso tendría como componentes fundamentales la decisión libre de querer y la voluntad expresada en conductas de mantener la unión (elementos típicos de la estabilidad). La combinación de estos tres componentes en diferentes grados e intensidades, da lugar a distintos estilos amatorios: El pasional, donde predomina los elementos de la pasión, el amistoso, donde predomina la comunicación íntima,  el formal donde predomina el compromiso, el romántico,  donde se combina la pasión y la intimidad, el apego, donde se combinan la intimidad y el compromiso, el fatuo, donde se combinan la pasión y el compromiso, pero éste vinculado al poder de la pasión. Por último, el autor considera el Amor Pleno, cuando los tres componentes de pasión, intimidad y compromiso, se combinan de forma equilibrada y recíproca.    A partir de estos estilos amatorios se pueden establecer  muchas  díadas o relaciones de pareja, dependiendo de los matices personales que se introducen en la relación. Las carencias y disarmonías de cada persona puede dar lugar a diferentes desajustes o desequilibrios más  o menos costosos. Otra consideración importante es el aspecto histórico y cultural que afecta a estos estilos y les condiciona. Mientras que, en el pasado de nuestra cultura,  las parejas se formaban por el compromiso establecido por los padres y legitimado por las iglesias como eterno, en la cultura occidental actual, las personas deciden libremente con quién se vinculan, cómo se vinculan,  que componentes priorizan en su relación y el tipo de compromisos que establecen, dando lugar a una mayor fragilidad de las vinculaciones y a altas cotas de divorcialidad y separación.

Otro enfoque más psicológico de los estilos amatorios es el que establece la teoría de Lee (1977-88) que distingue entre estilos primarios y secundarios. Los estilos amatorios primarios serían: El amor apego o Storge, que se caracteriza por la combinación de intimidad y compromiso. El amor pasional o Eros, que pone el acento en la sexualidad.  El amor lúdico o Ludus, en el que predomina el deseo de disfrutar de las relaciones sin compromiso ni demasiada vinculación íntima.  A partir de estos tres estilos amatorios primarios y de su combinación, surgen tres estilos secundarios que son:  El amor obsesivo o Manía,  que es posesivo y celoso, lleno de miedo a la pérdida de la persona amada y ansiedad por su ausencia, siendo una combinación de  Eros y Ludus, sufriendo miedo al abandono e incapacidad de asumir compromisos.  El amor pragmático o Pragma, en el que la vinculación se establece como un sistema de contraprestaciones  que se mantienen porque compensan. Es una combinación de Ludus y Storge, porque se tiene control en la elección y se establecen compromisos estables. El amor desinteresado o Ágape, en el que la relación se establece sobre el altruismo que compromete a la persona aunque no reciba reciprocidad por parte de la otra. Es una combinación de Eros y Storge porque supone una apuesta amorosa por la otra persona con un compromiso de incondicionalidad.
Los recientes estudios sobre el Apego han permitido también desarrollar teorías acerca de estilos amorosos basados en la combinación de los diferentes estilos de apego familiares de cada miembro de la pareja.  Así, los estilos de apego Seguro, Evitativo y Ansioso, según predominen en la biografía de cada una, inducirá a establecer diferentes estilos amatorios desde la combinatoria de los mismos, teniendo en cuenta que en cualquier combinación en la que esté presente el estilo de apego Seguro, tiene más garantías de estabilidad y  éxito  que en las posibles combinaciones que se puedan dar con los otros estilos de apego, más inestables y conflictivos.
Como se puede comprobar, aparte de la creatividad literaria y artística, los seres humanos han reflexionado mucho acerca del amor en un intento de comprenderlo, conocerlo a fondo y educarlo de la manera que fuera más positivo para lograr el bienestar y la felicidad de las personas y de los colectivos.  El cine no ha escapado a esta inquietud humana.  Bien sea porque una gran parte del cine suele ser la expresión en imágenes de historias literarias, bien sea porque hay autores independientes que suelen usar el cine para captar directamente la realidad en imágenes o transmitir sus ideas  a través de ellas, el caso es que el cine es un excelente recurso a través del cual se expresan las diferentes culturas amatorias  y las vivencias amatorias personales.  Espero que este texto sea un buen recurso que os ayude a  reflexionar acerca del amor que expresarán las películas que vamos a ver en este seminario. Muchas gracias.    
republicado desde fundación sexpol 

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