Las dinámicas generadas dentro de las
relaciones de amor romántico siguen siendo, por desgracia, nuestro pan
de cada día; incluso dentro de relaciones con otros nombres. Esto lo
expresa muy bien La Otra en una de sus canciones, en la que dice: “nadie nos dijo que fuese a ser fácil sacarse de dentro los cuentos de un príncipe azul”.
Vivimos en un mundo heteropatriarcal
empapado de relaciones de un supuesto amor que, tal y como nos hacen
creer, es lo mejor que nos puede pasar; o incluso lo único que hará que
nuestra vida tenga sentido. Esas dinámicas relacionales nos atan y nos
amordazan cada día, no las dejamos de ver ni siquiera en relaciones
supuestamente libres, y eso nos preocupa y lo que es peor, nos duele.
En este texto compartimos reflexiones con
el fin de ayudar a deconstruir ese aprendizaje, o al menos a ponerle
palabras. Esperamos que os sea útil de la misma forma que lo ha sido
para nosotras escribirlo:
Una de las maravillas del feminismo es que nos ayuda a entender y
ponerlepalabras al sentimiento que hemos tenido y tenemos en todas y
cada una de nuestras relaciones.
Después de nombrarlo, entendemos que el amor romántico reproduce un
sistema de dominación. Nos explicamos: el amor romántico surge y se
construye dentro del régimen heteronormativo, aunque esto no quiere
decir que no exista el pensamiento amoroso romántico en relaciones entre
personas con otro tipo de identidades.
Es decir: sabemos que este término y todo lo que engloba (roles de
poder, celos, dependencia, control…) no se da únicamente en relaciones
heteronormativas, es más, se construye en este régimen y se extrapola a
otras relaciones entre otras personas, con otras identidades y no
únicamente afectivo-sexuales.
Para que nos entendamos: la mierda posesiva y jerárquica que se
construye entre los príncipes y las princesas Disney también se dan
dentro de la relación únicamente afectiva de Juanjo y Pepa. O entre
María y Sonia, que son bolleras y tienen una relación afectivo-sexual.
De hecho, la posesividad y jerarquía se introducen también en muchas
ocasiones en nuestras relaciones amistosas.
Y ya que hemos tocado el tema de los príncipes y las princesas Disney; es de Brigite Vasallo de donde sacamos el término “amor Disney” para referirnos a lo que otras veces llamamos “amor romántico”. Esta autora hace la apreciación de que ese romanticismo puede llevarnos a pensar en cenas con velitas y revolcones frente a la estufa, y que en eso no está lo malo. Lo que Vasallo señala es el veneno que hay en el siguiente paso, en la transformación de ese romanticismo en un “amor Disney”. En la eternidad, la exclusividad y el “amor único”.
¿Cuántas veces nos han bombardeado y bombardean con el mensaje de “el
amor verdadero es el primero”? Por no hablar de la nula autosuficiencia
que nos da la sociedad por no estar “complementadas” por un hombre
(heteropatriarcado en vena) “¿tienes novio ya?” “se te va a pasar el arroz”, etc.
Lo que no nos cuentan nunca es que detrás de esas relaciones que las
películas, canciones y cuentos de hadas nos pintan tan bien, hay
maltratos psicológicos, físicos, violaciones y asesinatos. Esas
relaciones que todas hemos tenido, tenemos actualmente o conocemos a
alguien muy cercana que está o ha estado en esa situación. Relaciones
que reproducen la realidad patriarcal en la que vivimos. Si has llegado
hasta aquí, estés o no de acuerdo con lo expuesto, aconsejamos que le
dediques un par de horas a ver y escuchar a Pamela Palenciano, que lo
explica a la perfección desde su vivencia personal – vídeo
Visto que el amor romántico es una mierda y nosotras somos “súper
feministas”, un día leyendo sobre todo esto, se nos planteó la
posibilidad de dejar de estar aparentemente atadas poniéndole el nombre
de “amor libre” a nuestras relaciones. Y entonces: OH QUE MARAVILLOSA
IDEA: SE VAN A ACABAR TODOS LOS PROBLEMAS. Pues no. Echemos el freno, no
todo es tan bonito.
Somos conscientes de que la heteronormatividad, sus roles de género
impuestos y una retahíla de parámetros, normas e instituciones
estructuradas bajo el sistema patriarcal nos han condicionado y nos
siguen condicionando en nuestras relaciones. Pero esto no implica que la
fe en querer cambiarlo sea el único motor necesario para hacerlo
posible.
La intención es importante, desde luego, pero de nada sirve decir “quiero hacerlo” y no combatirse por dentro para conseguirlo. Esto es difícil, así que vamos por partes:
Entendemos que la idea del “amor libre” es poder
desarrollarnos como personas individuales de forma autónoma y mientras
compartir vida, lucha e inquietudes (sexuales o no) con todas las
personas que queramos. Pero entendemos también que, cada persona
individual que participa en estas relaciones, tiene unas emociones,
muchas de ellas alimentadas por imposiciones según su posición social.
Es decir: muchas veces, nuestras expectativas y emociones en una
relación están impuestas por todo ese mundo Disney del que hablábamos
más arriba. Se nos impone socialmente que queramos a alguien que cambie
por nosotras, aprendemos a esperar indefinidamente esos cambios como la
bella durmiente que espera en la torre a ser rescatada. Socialmente, los
conceptos de amor y sacrificio están tan estrechamente relacionados que
debería darnos miedo. Se nos educa para que esperemos ciertas cosas en
una relación, y así poco a poco vamos dejando de escucharnos a nosotras
mismas, hasta que no sabemos lo que realmente queremos.
Está claro que no partimos de la misma base en una relación
heterosexual, cuando nuestras emociones impuestas han sido y son
alimentadas para hacernos dependientes, supeditando nuestro amor propio a
nuestra estabilidad en la relación con ellos. Mientras ellos, por mucha
deconstrucción interna que lleven a cabo, seguirán manteniendo y
expresando su posición porque en algún momento querrán aprovecharse
(aunque sea inconscientemente) de lo que esta misma les proporciona.
En estas relaciones, nosotras seguimos teniendo el rol de cuidadoras y
asistentes, que no está mal si así lo decidimos, pero si estamos
construyendo relaciones horizontales, qué menos que equiparar los
cuidados y destruir los roles impuestos socialmente ¿no? Sabemos que
deconstruir los privilegios que la sociedad te da por pertenecer a un
grupo opresor puede ser difícil, porque implica enfrentarse a un montón
de contradicciones, pero a nosotras nos va la vida en ello.
Por tanto, siguiendo con el tema, sentimos que lo bonito de las
relaciones libres no impuestas, es que no existe una presuposición sobre
lo que es esa relación o el hacia dónde va, sino que es una relación
que se construye mediante la comunicación con la/s otra/s persona/s de
la misma.
¿Se pueden tener relaciones abiertas sin la necesidad de hablar las
cosas? Sí, claro, por supuesto. Pero no presupongas que las otras
personas son como tú y tampoco quieren hablarlo. Habrá que comunicar a
la otra parte que no se quiere hablar para que no sea una decisión
unilateral.
Esto puede parecer una bobada, pero entra dentro de esa revolución
tan importante que deberíamos hacer todas antes de hacer ninguna otra: “la revolución de los cuidados”.
Empatizar con la/s otra/s persona/s, ponerse límites personales y
comunicar esos límites para que las demás implicadas en la relación
elijan libremente en base a sus límites personales automarcados.
Vamos a poner un ejemplo heterosexual de esto: A Juan le gusta Andrea
y a Andrea le gusta Juan. Andrea es capaz de llevar las relaciones
afectivosexuales que tiene Juan con otras personas que ella conoce o no,
pero tiene un límite y es que no lleva bien que sean personas demasiado
cercanas. A Juan le gusta una amiga cercana de Andrea.
Sería genial que Juan le dijese a Andrea que le gusta su amiga, puesto que, empatizando, es obvio que la imposición social no le va a hacer erradicar los celos y que si Juan se lía con la amiga de Andrea, puede que Andrea lo pase mal. ¿Qué pasa si Juan se lo dice a Andrea? Que Andrea decide libremente como afrontar esa situación. FIN.
No somos menos poliamorosas por saber identificar hasta donde estamos
dispuestas o hasta donde podemos llegar. Es más, implica una escucha
interna enorme que nos va a ayudar a crecer.
Es posible que nuestros límites emocionales vengan impulsados por
esas emociones impuestas, como los celos, pero obviarlos es absurdo,
porque existen y duelen igual. Mejor ir destruyendo poco a poco las
contradicciones que nos generan, que hacer como si no existieran y que
nos destruyan como lo han hecho hasta ahora con todas y cada una de
nosotras.
Como dice una buena amiga, que también ha participado en la
elaboración de este texto: ‘’todo es una cadena, todo confluye y choca,
siempre quedan cosas por pulir y así será en este sistema.”
Vivimos desde el YO, desde el ego, por eso a veces no vemos las opresiones que ejercemos, ni a las que nos someten o nos sometemos. Y viviendo en la era del aislamiento egocéntrico, cosas tan necesarias como lo comentado anteriormente (cuidados, apoyo mutuo, revisión de privilegios) se hacen cuesta arriba y provoca que derrocar todo un sistema de relaciones personales se vuelva difícil, incomodo, lento, vertical y doloroso.
Por tanto, creemos que en ningún caso es justificable que un término
que se supone que es creado para englobar prácticas relacionales
liberadoras, acabe por legitimar actos egocéntricos (algunos cargados de
privilegiados) si estos se realizan sin estar bajo la premisa del
respeto.
Se trata de concebir la libertad individual como un bien inexpugnable
pero no ajeno a todo lo que le rodea; podemos hacer lo que queramos,
siempre y cuando asumamos las consecuencias de nuestros actos y no
olvidemos que no somos el ombligo del mundo y que a menos que vivamos
aisladas en una cabaña en el monte. Lidiar con el plano colectivo es
algo cotidiano, importante y a cuidar
Luchar contra este modelo de mundo basado en la competitividad, el
egoísmo y los privilegios sociales, exige establecer y mantener un
equilibrio entre la autocrítica, la autoestima y la constancia.
A modo de síntesis: como hemos dicho antes, quizá otra de las
cuestiones más importantes a tener en cuenta para comenzar a disfrutar
las relaciones con el resto de personas de maneras no normativas, sería
la sinceridad y la comunicación. No exigirse más de lo que puedas dar,
asumir tu punto de partida sin culpas, demonizaciones ni
victimizaciones. Sabiéndote responsable de tus actos y sentimientos,
siendo consciente del contexto y de cómo este te ha influenciado,
estableciendo objetivos concluyentes sin pecar de inmediatistas e ir
avanzando poco a poco, con paciencia, contigo misma y junto a tu manada.
En definitiva: nos encantaría tener la solución a todos estos
problemas y dar una alternativa real a esto, que viniese con un libro de
instrucciones para no perdernos por el camino, pero todas sabemos que
no existe. Nos quedan muchas lágrimas, frustración, desilusión, desgana,
enfado, culpabilización inconsciente e impuesta. Pero afortunadamente
también nos queda mucho análisis y muchas amigas que nos acompañan en
los mismos.
Terminamos citando a una de nuestras “maestras” en este tema, Mari Luz Esteban sobre la necesidad de repensar el amor:
“Cualquier teoría política y radical del
amor requiere, por tanto, contextualizarlo y descomponerlo analítica y
culturalmente, requiere mostrar de qué estamos hablando cuando hablamos
de amor. El dilema no es si el amor importa o se puede vivir o no sin
amor, el dilema es cómo redefinirlo, construirlo y aprenderlo de maneras
alternativas. Es posible que en una era que reivindica el amor por
encima de todo lo demás (ojo, el amor de pareja, no el amor a la
naturaleza o a les amigues, etc) sea difícil vivir sin vínculos
amorosos. Pero en todo caso parece urgente de-construirlo,
des-centrarlo, des-encarnarlo y re-enmarcarlo.”
republicado desde patriarcado criminal
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