La primera vez que tuve sexo fue una experiencia casi completamente
apartada de la que tuvieron mis amigas. Yo fui a un instituto de chicas
de clase media-alta bastante prestigioso y la mayoría de mis amigas
tiene una historia de “la primera vez” que equivale más o menos a
consumir una cantidad poco razonable de éxtasis en un parque público y
consistía en ser “tomada” vigorosamente por un chico de 14 años detrás
de un arbusto.
Sus encuentros sexuales por lo que les quedaba de estancia en el instituto parecían remarcablemente similares. Mientras tanto, mi cereza fue románticamente diezmada a la relativamente conservadora edad de 16 años por un chico que amaba profundamente, y con el que saldría durante 3 años. Estábamos borraches y viendo Club Dread Uncut. Fue maravilloso.
El caso es que crecí con una enorme cantidad de fe en la monogamia. Tenía la idea totalmente estrafalaria de que follar era una actividad que debía ser encauzada exclusivamente hacia la persona que has amado durante años (mi madre hubiese acabado extasiada si lo hubiese sabido). Siempre pensé que la promiscuidad era un acto de bajo amor propio y tristeza femenina en general (porque eso es lo que hacen en las pelis, ¿no?).