dimecres, 19 d’abril del 2017

En defensa de la promiscuidad, Elfy Scott

La primera vez que tuve sexo fue una experiencia casi completamente apartada de la que tuvieron mis amigas. Yo fui a un instituto de chicas de clase media-alta bastante prestigioso y la mayoría de mis amigas tiene una historia de “la primera vez” que equivale más o menos a consumir una cantidad poco razonable de éxtasis en un parque público y consistía en ser “tomada” vigorosamente por un chico de 14 años detrás de un arbusto.

Sus encuentros sexuales por lo que les quedaba de estancia en el instituto parecían remarcablemente similares. Mientras tanto, mi cereza fue románticamente diezmada a la relativamente conservadora edad de 16 años por un chico que amaba profundamente, y con el que saldría durante 3 años. Estábamos borraches y viendo Club Dread Uncut. Fue maravilloso.

El caso es que crecí con una enorme cantidad de fe en la monogamia. Tenía la idea totalmente estrafalaria de que follar era una actividad que debía ser encauzada exclusivamente hacia la persona que has amado durante años (mi madre hubiese acabado extasiada si lo hubiese sabido). Siempre pensé que la promiscuidad era un acto de bajo amor propio y tristeza femenina en general (porque eso es lo que hacen en las pelis, ¿no?).


Habiendo entrado en mis veintipocos me doy cuenta de lo increíblemente engañada que me encontraba con respecto a mis ideologías y la de los demás. En serio, debería tener tatuado en la frente “DTF” (Down to fuck, dispuesta a follar) a estas alturas.

Es interesante cómo sin dudarlo acepté la idea de que las mujeres dedicadas a ser promiscuas eran invariablemente aquellas que eran infelices con ellas mismas o que estaban intentando desesperadamente cabrear a sus padres, conceptos que surgen de una de dos: a) conservacionismo religioso o b) una sarcástica competición sexual. Como individuo ahora practicando entusiasmadamente la alta práctica de la promiscuidad, he descubierto que mi autoestima es, de hecho, mayor de lo que antes creí posible. Hay pocas cosas más satisfactorias para el ego en este mundo que un buen polvo, rápidamente seguido de una afirmación para el tío apalancado en tu cama de que debe irse pronto “porque, eh, que es hora de mi desayuno”.

Ahora he alcanzado un punto en mi vida en el que toda forma de ideales románticos se ha disipado completamente para mí después de una infancia viendo demasiadas pelis de Hugh Grant, y me inclino a creer que puede que la felicidad a largo plazo sea alcanzable de una forma muy diferente a chupar la misma polla todas las noches.

Resulta que el sexo “sin sentido” (meaningless sex) tiene bastante sentido para mí, sobre todo por el contento que se cosecha de una independencia completa.
Además, tras un tiempo tus abdominales comienzan a tener un aspecto fantástico.

Las ideas inherentemente juiciosas como “el paseo de la vergüenza” empezaron a fastidiarme por esta razón; me gustaría tomarme un momento para rebautizar esta mierda como “el paseo del juego”, si nadie tiene ninguna objeción en particular.

La noción de que los seres humanos no están biológicamente diseñados para la monogamia es una cuestión de profunda contención en el mundo de las ciencias de la evolución. De todas formas, hay una vasta cantidad de evidencia física y conductual para la teoría.

También, si alguna vez has estado en una relación por más de un año y te pasó que te pusiste a buscar alguien con quien ligar en un bar atestado después de 3 cubatas, no parece tan ilógico después de todo.
Christopher Ryan y Cacilda Jetha condujeron un estudio exhaustivo de las raíces biológicas de la sexualidad en 2010 llamado En el principio era el sexo (Sex at Dawn), que presenta un argumento bastante convincente sobre que las relaciones monógamas son un constructo social y que al parecer los seres humanos están hechos para deshacerse de los feos indiscriminadamente.

El que nos guste ver pornografía es una indicación bastante obvia de esta idea; ¿te has parado siquiera alguna vez en considerar lo raro que es que te estés tocando los genitales mientras observas otras 2 (o 16, lo que estés viendo) personas revolcándose desenfrenadamente?

Tampoco es coincidencia que nuestros parientes genéticos más cercanos sean los animales más salidos del planeta – los bonobos en vez de darse la mano se restriegan los genitales entre ellos. El sexo en los grupos de bonobos es tanto un saludo, como una discusión y una apología tres en uno.
Si alguna vez has estado en una relación de mierda, esto te va a sonar terriblemente familiar.

Incluso asumiendo que las relaciones monógamas pueden ser muy bonitas – y es muy genuinamente agradable enrolarse en actividades rollo pareja como cocinar pasta y tener sexo al mediodía en el salón – definitivamente nuestra sociedad está acribillada con sucesos asociados con fallos en la fidelidad. Los divorcios aumentan anualmente (casi 50.000 en Australia en 2012 solamente), ser infiel es asombrosamente común e incluso evitando estos inconvenientes, algunas veces llegarás a casa para rápidamente masturbarte en tu sofá antes de que tu pareja llegue del trabajo porque ese camarero increíblemente atractivo te echó una miradita.

Todo el mundo tiene antojos de satisfacer sus vidas sexuales y parece ingenuo creer que esto puede ser efectivamente conseguido con una pareja para el resto de nuestras vidas. Quizás la “carta blanca” podría ser algo viable.

Anaïs Nin y Henry Miller, siendo los excelentes amantes bohemios que eran en los años 30, tenían este concepto de distinguir entre amor necesario y amor periférico: el paradigma de la legendaria relación abierta. Por mucho que ese concepto pareciera imposible para mí cuando era menor, creo que ahora puedo entender la práctica: quizás deberíamos dejar de estar tan ofendides por los sentimientos que todes experimentamos y en su lugar intentemos alimentar ideas más sanas sobre nuestras necesidades sexuales.

Casi todes nosotres nos hemos liado con otra persona en un contexto completamente desprovisto de conexión emocional, así que los celos en ese sentido parecen irracionales. No estoy sugiriendo que la monogamia debiera ser abolida de ninguna de las maneras: a todes nos encanta el amor. Lo que digo es que deberíamos dejar de avergonzarnos por reconocer nuestros caprichos genitales (¡apuntad “Los caprichos genitales” como el nombre de mi próximo grupo de rock!).

Habiendo dicho esto, estar soltere está lejos de ser un yermo virtualmente habitado por adultes inútiles y gente solitaria y que es perpetrado por el ubicuo constructo del amor romántico. Nadie merece pena por fallar al conseguir pareja porque, admitámoslo, estar soltere es algo cojonudamente brillante.
Y de forma muy similar a las manchas de sexo salvaje que hay en mis sábanas, quizás estaríamos mejor si el énfasis general en la codependencia simplemente fuese borrado con un buen lavado.

Este texto es una traducción de Amor Libre Spain de un artículo en inglés, no es original de Amor Libre Spain

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