diumenge, 3 de gener del 2010

Esa manía de ponerle nombre a las cosas, H.R.Herzen




Y siempre me pregunto por qué oscuro designio (de quién sabe qué dios maligno)
el ser humano (esa especie animal en que me materialicé en vida)
posee lo que le llaman el don del lenguaje (y más que un don es una maldición).
Todo lo que eran caricias, arrumacos, excitación, respiración entrecortada, deseos de contacto físico, latidos acelerados, besos, abrazos, saliva, alegría, feromonas, hormonas y un tremendo apoteósico e infinito etcétera se resumió en: sexo, o amor (para lxs más atrevidxs).

La gente la cagamos cuando le ponemos nombres a procesos bonitos. Que si vida comunitaria, que si consenso, que si pareja.... Y mi principal preocupación es, por un lado, intentar no poner nombre (clasificar, encasillar, generalizar) a las cosas que vivo; y por otro lado, paradójicamente, que los nombres y términos que use apunten concretamente a lo que quiero decir (tarea ya de por sí difícil en un analfabeto de la comunicación hablada como yo).

Por eso, me paso la vida hablando con la mirada, insinuando con el cuerpo, comunicándome con la sonrisa y compartiendo en la libertad de la desnudez. Soñando que el resto de seres de mi especie comparten mi lenguaje y mi predisposición a hacer de las relaciones humanas un volcán de sensaciones que no se detenga con ningún prejuicio ni obstáculo moral.
Comparto un bonito amor con una persona que me cuenta que cree que “el amor, las relaciones y la política son de ese grupo de temas de los que todos hablamos casi todo el tiempo (la mayoría de conversaciones terminan tratando sobre política, sexo y amor) pero que paradójicamente a veces sobre eso de lo que más hablamos es sobre lo que más ignoramos y en lo que más contradicciones incurrimos... sobre los que nunca tenderemos certezas, ni conclusiones y por lo tanto tampoco la última palabra”.
Todo venía porque le explicaba que mi principal miedo en este mundo es hacer daño a la gente que quiero y que ese dolor no es tanto por como soy yo y lo que hago (aunque sí creo que es más un precursor de dolor que el origen en sí mismo) sino por cómo es cada persona y cómo afronta las situaciones que le presenta la vida. No es de extrañar que esas preocupaciones se centran básicamente en las relaciones humanas donde entra el amor, los afectos, el sexo y las maravillas de todo acercamiento a otras personas.
¿Cómo decirle a alguien sinceramente que me gustaría que el amor que nos une fuera, sin dudarlo, para siempre? Primero que pienso que “para siempre” es similar a “nunca jamás” y que decirlo es una hipérbole fruto del apasionamiento de la razón. Pero es que además, con el tiempo entendí que las palabras enredan (las mías, demasiado) y que mis actos y mis gestos rematan el enredo con las supersticiones sociales y la madeja moral de nuestra cultura heteropatriarcal.
Aprendí también que en los enredos hay quien sufre mucho. Y aprendí después que yo sufro con el sufrimiento y más si tiene que ver conmigo. Por eso, desde hace un tiempo prefiero prevenir especialmente al resto de la gente ya que para mí llegó un día en que afortunadamente para mi salud mental dejé de sufrir por según qué cosas. Y no por considerarlas intrascendentes ni irrelevantes en mi vida o en la vida ajena, sino porque los callos sirven para algo: a veces duelen, pero la mayoría del tiempo adormecen un poco el dolor continuado.
Tampoco pienso que esté previniendo a niñitxs pequeñxs de que no se metan en líos; esa discusión la he mantenido alguna vez con personas que me decían que yo tenía toda la responsabilidad en el curso de algunas relaciones. Pienso que cada cual es adultx para meterse dónde y cómo le dé la gana y de esa manera asumir las consecuencias derivadas y, segundo, porque además yo soy quien va provocando al resto del mundo a entrar en inciertos (y quizá por ello apetecibles) laberintos mágicos de cariño.

Es por eso que la famosa canción de Sabina de las pastillas para no dormir se la cantaría al resto del mundo para que dejaran los problemas en algún abismo inalcanzable y vivieran la vida disfrutando de los momentos sin mirar atrás o a los lados. Porque aunque me reprimo bastante (por motivos ya expuestos y por mi propia tranquilidad vital) yo soy de esas personas que no deja pasar la tentación y me importa una mierda vivir 100 años.

Es por eso que sigo bien, sobreviviendo con tranquilidad a las cosas que me rodean y caminando hacia delante (sin mirar mucho para atrás) empujando cositas y dejándome llevar por otras. La vida no me parece orgásmica, más bien sensual y me sienta bien el sol y las buenas compañías, aunque también busque la oscuridad y mi soledad...

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