dimarts, 11 de setembre del 2012

La carnalidad del amor o como no es posible amar sin cuerpo, Erika Irusta



Quiero amarte con la piel. De mi piel a la tuya. Sentirte. Que me sientas. Olerte y que me huelas. 

Se me escapa la vida entre los poros porque dicen que el amor, si es con piel, comprende el sexo y si hay sexo, hay pecado, hay fallo, hay temor. 

Acabo de ver a una niña india en un documental, estaba malita, recostada en su cama. Su piel brillaba con el aceite que su padre le ponía al masajear su precioso cuerpecito. He tenido unas ganas tremendas de acariciarla, olerla, amarla. Ahí he sentido que es esta carnalidad del amor lo que me hace sentir que con lxs niñxs el amor es incondicional. Lo es porque no hay tabúes que emborronen nuestra relación piel con piel. He sentido que así es como me apetece amar y sentirme amada, a través del tacto. Justo el último de los sentidos en emplear en esta sociedad y el primero en establecer las relaciones de amor y confianza gracias a la activación de la oxitocina (la hormona del amor). 

Estos días de verano estoy aprendiendo mucho del amor. De amar. Amar con permiso de la piel, o lo que otrxs llaman sexo. Y no es que los términos sexo o sexualidad me asusten. A mí, ya no. Es que creo que hemos perdido el hilo de lo que es relacionarse entre cuerpos. La sexualidad es el lenguaje del tacto. Es el amor hecho carne. Toda madre sabe que el vínculo entre su cuerpo y el de su criatura son una tremenda experiencia sexual y sensual. Ese vínculo une hasta en las mayores tormentas. Permanece latiendo aún bajo tierra. Por eso si te beso en los labios y te huelo la nuca el despertar, tu recuerdo se quedará impregnado en un pedacito de mí hasta la posteridad.

Así quiero amar yo. Con la boca, las manos, los pies, el vientre, los antebrazos, mi yoni, la lengua, las puntas de mis dedos. Sin el miedo a que te asustes. Sin asustarme de lo capaz que es mi cuerpo de amar tan redondo, tan puro y derramado. 

Este verano, una de mis lunas, mi luna de mar, me declaró que quería besarme en la boca. Me ruboricé a kilómetros de su pantalla. Sentí que debía pedir permiso a mi compañero para poder dar espacio a ese deseo, que también nacía en mí. Él me sonrió y me explicó que no hay nada más bello que amar. Yo entendí que no era necesario el permiso. Entendí que en el amor no hay propiedad. Sentí que, su amor, lo que quería de mi amor era la calidez, el peso, el rubor, los humores de mi corporalidad porque sin nuestro cuerpo, amada ¿cómo nos íbamos a amar? 

Recién observo mi cuerpo derretirse al acunar a esa pequeña niña de la pantalla, comprendo el sentido del beso en la boca de Elena. Amar piel con piel comprende la deshinibición de la infancia. Aquella donde mis amiguitas y yo nos besábamos tórridamente. Aquellas primaveras en las que nos acariciábamos vigilando el pomo de la puerta. Creo que nunca me sentí tan amada como entonces... Nuestras bocas de fresa degustaban el amor sin prescripción, apellido, horario o desviación. Así quiero volver a besar, tocar, acariciar, olisquear. Sin culpa, siguiendo la voz de mi cuerpo y aprendiendo a escuchar la del otro cuerpo. 
Antes veía algo sucio en todo esto. Hace muy poco sentía un velo turbio cubrir mis palabras por vergüenza. Ahora mismo siento que no hay mayor vergüenza que la de no acariciar cuando se siente. Privarnos y privar de contacto está matando el mundo. Estamos echxs para amarnos, gozarnos. Si no fuera así ¿por qué al sentirnos amadxs, sentimos tanta felicidad? la plenitud viene en forma de mano cálida, de guiño canalla, de sonrisa cómplice, de beso en la frente... 

Hoy decido amar con la piel. Darle cuartelillo a mi pequeña Erika para que bese, toque sin temor ni remordimiento. 

Este verano Elena me robó muchos besos. Alicia me ofreció el primero. Yo espero a que nuestros cuerpos lleguen donde ya llegaron las palabras (e incluso que dibujen otros caminos) y a que este cuerpo mío ya no tema, porque el amor, el verdadero verdadero, tiene olor, sabor y gesto. 

Día 24: fase premenstrual

republicado de el camino rubí

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