Encuentro de hombres fans de los Pequeños Ponies, denominados “Bronies” (Washington DC, 2012). |
Salir del armario no es fácil. Educar a un niño o a una niña para que no tenga que salir de ninguno es todo un desafío.
Cuando yo tenía la edad que tiene ahora el buen hijo,
estaba enamorada de mi mejor amiga: Mariona Matagalls. Lo recuerdo
perfectamente: su suave pelo rubio y liso, sus graciosas coletas, la
visión de sus braguitas azul marino en una ocasión en la que, mientras
jugábamos, se le levantó la falda. Tenía cuatro años. En prueba de amor
eterno le regalé mi Pequeño Pony. Años después me he enterado de que los
coloridos Little Pony se han convertido en un símbolo de la
diversidad sexual y los unicornios de la bisexualidad. La vida te gasta
este tipo de bromas. Mi madre cuenta cada Navidad cómo por esa misma
época me acerqué a ella un día con expresión grave y le hice la
siguiente ceremoniosa confesión: "Mamá, soy lesbiana". Y
que ella, con la misma seriedad, me respondió que me querría igual,
independientemente de a quién amara, que lo importante es que fuera
feliz. Lo cuenta riéndose muchísimo de esa dramática y relamida niña,
dando a entender que era una estrategia para llamar la atención. Un
juego. No sé de dónde saqué la palabra " lesbiana", en todo
caso está muy bien disponer de las palabras para decir las cosas. Es
por eso que no escatimo vocabulario con mi hijo; la sangre menstrual es sangre menstrual y el pene es el pene,
luego él ya se encarga de inventar " sangre mágica", "chorrilla" y otros imaginativos epítetos. Y esto no
porque quiera que sea un pedante o por mi formación filológica, sino
porque tener la palabra justa para liberar una realidad vivida, para
comunicarla, tiene propiedades salvíficas, ensancha el mundo que
habitamos y es el rasgo primordial de la lengua materna: una lengua en
la que las palabras coinciden con las cosas. Una lengua tan poderosa que
es capaz de hacer que se disipen los fantasmas, como hiciera Virginia
Woolf con To the Lighthouse [Al Faro], que logró hacer
que se desvaneciera el espectro de su madre; el exorcismo del arte y a
la vez el más grande monumento a la obra civilizadora materna.
La heteronormatividad obligatoria mata. No
exagero. Quiero recordarlo porque a menudo observo que no lo tenemos
suficientemente presente cuando nos relacionamos con los niños y las
niñas. Como si las banderas con el arcoiris, el glamour drag y el confeti del Gay Pride fueran una especie de excrecencia frívola, un producto de una serie de graciosos freaks,
el bufón marica del rey, y no una articulación política muy seria. He
visto cómo un amigo hetero -pero hetero recalcitrante, de esos sin una
sola brecha- le recriminaba a una amiga lesbiana su supuesta cobardía
por no salir del armario en su trabajo, sabiendo que su mejor amigo en
el instituto se había suicidado por el rechazo de la familia. Podría dar
ejemplos como este a puñados, pero no hace falta, todas los conocemos.
Observo con horror que de las mujeres que están juntas en una relación
de pareja con frecuencia se sigue diciendo que son "amigas". No son "amigas", señores, se comen
el coño, como leía el otro día en la foto de una pancarta de la mani
del Orgullo en Madrid.
Por eso cuando a mi hijo alguien le pregunta
maliciosamente por si le gusta alguna niña de su clase o si tiene "novia", se me hiela la sangre. Por eso cuando mi hijo juega con sus amigas y alguien hace algún comentario sexualizando su
relación, haciéndola encajar en un modelo romántico y heteronormativo,
me dan ganas de zarandear a la persona y gritarle: " ¿Es que eres idiota?". Punto uno: no des por sentado que mi hijo es
heterosexual. Punto dos: tampoco des por sentado que mi hijo es gay.
Punto tres: métete en tus asuntos y mantén tu basura heteronormativa
lejos de mi familia. No des por sentado que haber construido mi nido de
amor con un hombre heterosexual signifique que haya superado mi " fase bollera" o que el padre del buen hijo sea un hombre a
lo John Wayne, porque a lo mejor es más maricona de lo que crees. De
hecho, William Wyler se quejaba de que el tieso vaquero " anda como un maricón" y Miller decía de él que no solo caminaba como
tal, sino que lo era. Sea como sea y hablando en plata: heterosexual no
significa heteronormativo (¡Thanks God!), aunque haya que
trabajar duro para que no sea así. En este extraño nidito las plumas y
las cicatrices son bienvenidas. No des por sentado que porque a mi hijo
le chifle el color rosa eso vaya a determinar su orientación sexual.
¿Entiendes?
Después del primer amor -no correspondido- con
Mariona, la niña rubia de las coletas, hubo otros, hombres y mujeres. Y,
con ello, una larga deconstrucción de mi armario. He sacado cada uno de
los clavos que sujetaban la estructura con mucha dificultad, a veces
dejándome la piel, con los dedos magullados. También con inmenso placer,
libertad y gozo. Las mismas sensaciones que vibran en el aire cuando
constato que el padre postpatriarcal tiene una relación profundamente
epidérmica con el buen hijo. Cuando operaron a mi hijo de una
criptorquidia, en la sala de reanimación, llamaba a su padre, no a mí.
El enfermero comentó lo inusual del caso, se supone que llaman a su
mamá. Cómo explicarle que el hombre que no se desparrama sensualmente,
el que se contiene, el de la piel dura, está íntimamente vinculado con
la masculinidad tradicional. El hombre que no sabe tocar a otros
hombres, que no se permite gozar de esa caricia -aunque se identifique
como hetero-, que se pone rígido cuando el otro le propone un abrazo que
tal vez dure más de lo común, es que se ha tragado la semilla de la
homofobia. Por eso considero que la ternura entre mi pareja -este hombre heterosexual- y mi hijo es política.
Cada beso, cada abrazo, cada “Te quiero” entre un padre o cualquier
figura masculina que forme parte de la cotidianeidad del niño hacen que
el armario, esa incómoda pieza del ajuar que la sociedad y nosotros
mismos, casi por defecto, dejamos a nuestras criaturas, sea más fácil de
desmontar, más enclenque. Esa ternura masculina además cumple otra
función: pone en evidencia la esterilidad simbólica del macho. El macho
hetero, el prota de las películas del porno mainstream, el
patriarca y el minimachirulo que se niega a jugar a cambiar pañales
porque le parece deshonroso, digámoslo abiertamente: es un gran
reprimido, sufre de frigidez simbólica. No goza, finge gozar. No se
desparrama, se mutila para no sentir. ¡Que alguien le parta el armario
con un hacha! Ojalá a mi hijo le baste con soplar para romper el suyo,
si algún día lo necesita. En esta casa no vamos a esperar a descubrir
los cortes en sus dedos, vamos a soplar ya desde ahora, como el
ambicioso lobo del cuento de "Los tres cerditos" (en este
caso los cerditos se llaman Patriarcado, Heteronormatividad y Violencia patriarcal) por él y por todos los niños y niñas, que el día de mañana van a hacer de este mundo un lugar mucho más hermoso.
(Entrando en fase premenstrual…).
Para saber más:
-DIOS, OLGA de, Monstruo Rosa, Zaragoza, Apila Ediciones, 2013
-MURARO, Luisa, El orden simbólico de la Madre, Madrid, Horas y HORAS, 1994.
-SAU, Victoria, Paternidades, Barcelona, Icaria Editorial, 2010
-Tomboy, de Céline Sciamma (Francia, 2011)
-WARD, Jane: "Queer Parenting for heteros and anyone else" en http://feministpigs.blogspot.com.es/2011/10/queer-parenting-for-heteros-anyone-else.html (cons. 7 de Marzo 2013).
en totamor gracias a the violet balloon
los corchetes vacios son adrede? o puede ser que blogspot esté interpretando esos como algún comando interno?
ResponEliminalo digo porqué esto es lo que se lee ahora: le hice la siguiente ceremoniosa confesión: <>.
y tiene toda la pinta de estar mal.
uffff... tienes razón, corregido
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