Siempre que el momento y la negrura
sean propicias,
mis manos caminan solas; recorren todo
mi cuerpo.
Acarician mi vientre, mis muslos y mi
pecho,
mis músculos se hacen dúctiles.
Y siento cómo mis labios se agigantan,
y quiero darte un beso… O que me
beses;
mi piel alumbra sudorosa.
Alguna vez traté, de pensar solo en
mí,
ser únicamente la protagonista de mi
propio placer;
pero algo debo advertir: y es que eres
tú de mi mente el punto g.
Así que ya no trato.
Aunque en esa ocasión,
en ese duelo mental contigo,
lograra además placeres multiplicados;
descubrir nuevas zonas y maneras, y
reconfirmar que
en cada lugar de nuestro cuerpo se
esconde el placer.
¿Y luego? pues, hago preciso todo lo
que tanto me encanta hacer,
evitando tratar.
Maravillado me hallo.
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