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¿Alguna vez discriminaste a alguien por heterosexual? Si nunca antes te habías hecho esta pregunta, es porque sos una construcción del régimen político de la “heteronormatividad” en tanto producción sexuada de un cuerpo como varón o mujer. Las buenas noticias son: hay cura para tu enfermedad. Lo primero que sería deseable es que dejes de pensar en el sexo como si formara parte de la historia natural de las sociedades humanas, tal como afirma la filósofa Beatriz Preciado en su Manifiesto Contrasexual. De cara a lo que podrías creer y a su evidencia material, el hecho de que seas varón o mujer, y que así te definas, no tiene que ver tanto con cómo lucen tus genitales según lo ha dictado la nueva Diosa de la Humanidad Moderna, “Naturaleza”, sino con el hecho de que lucen como lucen porque han sido producidos (junto con tu percepción e interpretación sobre lo que ves) por un conjunto de dispositivos garantizados para la reproducción del Capitalismo Global Integrado Heterosexual (CGIH) en términos de hijxs y sistema. De hecho, el cuerpo heterosexual es uno de los artefactos del CGIH con mayor éxito en el arte de gobernar con los que cuenta la sexopolítica decimonónica, producto de una división del trabajo de la carne según la cual cada parte del cuerpo se define respecto a su función reproductora y productora de feminidad o masculinidad. En tanto régimen político, el CGIH opera desde la heterosexualidad para asegurar la relación estructural entre producción de identidad de género (femenino/ masculino) y la distribución sexuada de ciertos órganos (llamados genitales u órganos sexuales o reproductivos) y no otros, según un orden binario que se pretende estable y definitivo. Lo que estamos queriendo decir es que si por casualidad tu placer sexual adulto pasa por chuparte el dedo gordo, este sistema de ordenamiento de los hechos humanos y no humanos, conscientes y no conscientes, te establecería como perverso, y luego pasarías a ser objeto de control, corrección y normalización dentro de las lógicas heteronormativas. Con especial vehemencia, este régimen extrae del circuito de producción de placer de los cuerpos asignados políticamente a la identidad “varón” al ano. Recuperar al ano como centro erógeno de placer permitirá romper con la irreversibilidad de roles que los cuerpos sexuados adoptan en tanto varón o mujer, es decir, tengan pene o vagina. El régimen político del CGIH se funda, así, sobre la clausura del ano. El trabajo del ano, dirá Preciado, “no apunta a la reproducción ni se funda en el establecimiento de un nexo romántico. Genera beneficios que no pueden medirse dentro de una economía heterocentrada”. Considerado abyecto, el ano opera como un territorio de productivización política, susceptible de hacer estallar las lógicas disciplinarias del heterocapitalismo en su ordenamiento sexuado de los cuerpos. Si estás entendiendo bien este texto, queremos decir que lo que te define como heterosexual y varón no es lo que vos creías, que tenés pija y pensás que libremente has optado por las chicas; sino que sos varón en tanto practicás una manera de afectarte sexualmente con tu propio cuerpo y especialmente con el de otrxs. Tal como afirma Preciado: “Occidente dibuja un tubo con dos orificios, una boca emisora de signos públicos y un ano impenetrable, y enrolla a estos una subjetividad masculina y heterosexual que adquiere status de cuerpo social privilegiado”. En el heterocapitalismo las identidades se definen por su potencial condición penetrador o penetrado. Todo aquello que se presente de manera poco convencional según esta referencia, apartándose del orden binario fijado por el régimen heterosexual y sus enclaves disciplinarios, será considerado un desvío patológico susceptible de ser normalizado. Pero la subjetividad varón heterosexual es una creación capitalística reciente; incluso la palabra que designa tu deseo, heterosexualidad, no tiene mucho más de 100 años de existencia, y comenzó como un desvío similar a lo que hoy la psiquiatría llama “ninfomanía” (heterosexualidad = apetito desmedido por mujeres). La palabra heterosexual, entonces, apareció escrita por primera vez en la historia en 1868 cuando Karl-Maria Kertbeny acuña los términos homosexual y heterosexual, en una defensa de los primeros. Es decir, no siempre estuvo entre nosotrxs ni siquiera la referencia lingüística. Asimismo, la filósofa lesbofeminista Monique Wittig afirma que la heterosexualidad no constituye un deseo preconsciente, natural, prelingüístico, espontáneo; ni una elección, orientación o inclinación sexual, sino, muy por el contrario, un discurso opresor de todo aquel cuerpo que esté en el lugar de la “otredad” o “dominado”, que impide, en el mismo gesto, la creación de categorías para hablar en otros términos. La heterosexualidad o relación obligatoria entre “varón”/”mujer” se torna incuestionable, previa a todo ordenamiento socio-cultural, y crea leyes generales que valen para todas las sociedades, todas las épocas y todxs los individuos. Si todavía te quedan ganas de seguir pensando que sos heterosexual, y peor aún de seguir practicando acríticamente un ordenamiento social opresor penetrativo, te estás perdiendo de mucho...
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