“El
amor es una ilusión, una historia que una construye en su mente, consciente
todo el tiempo de que no es verdad, y por eso pone cuidado en no destruir la
ilusión.”
El
Grupo de Bloomsbury, al que pertenecía, liberó el sexo de toda culpa y
vergüenza. Virginia tuvo una aventura
con Clive, el marido de su hermana, Vanesa. Las dos hermanas estuvieron en el foco
de muchos tríos. Virginia había crecido traumatizada por los abusos sexuales
cuando era niña de su hermanastro y se sentía naturalmente inclinada por las
mujeres mayores que ella. Antes de aceptar a Leonard, había rechazado a
numerosos pretendientes. Más tarde tuvo un amor apasionado con Vita Sackville. La
admiración de Vita Sackville por Virginia Wolf se desbocó desde el primer
momento. “Adoro a Virginia. Pocas veces he quedado tan prendada de alguien. La
cabeza me da vueltas pensando en ella”. Las anotaciones íntimas de Virginia no
fueron tan entusiastas: “No es muy de mi gusto severo: recargada, bigotuda, con
los colores de un periquito y toda la soltura de la aristocracia, pero sin el
genio del artista”. Les costó dos años alcanzar cierta intimidad y varios más
admitir que se querían. Fueron amantes y vivieron su relación con libertad. Se
acostaron por primera vez en diciembre de 1925. Su amor continuó de modo
intermitente, durante tres años, sin perjudicar aparentemente a sus maridos. Virginia
no era una mujer sensual, pero, aunque estaba enamorada de su marido, en el que
confiaba más que en nadie en el mundo, había confesado abiertamente que le
atraía su propio sexo”. De hecho, su relación con Leonard era casi asexual.
“Qué placer sería poder tener amistad con mujeres: ¡una relación tan secreta y
privada comparada con las relaciones con los hombres!” había escrito en su
diario.
Sin
embargo, antes de hundirse en las aguas del río Ouse, Virginia había escrito a
Leonard en su despedida “Queridísimo, si alguien hubiera podido salvarme,
habrías sido tú. Pero no tenía derecho a destrozarte la vida. Juntos hemos sido
todo lo felices que pueden ser dos personas”.Su suicidio para no hacer sufrir a
los seres que la rodeaban fue su verdadera prueba de amor.
Alexandra Kollontai
Alexandra
Kollontai es una de las defensoras del
Amor Libre.
Según su análisis, el amor ha surgido del instinto biológico de la reproducción, pero a través de milenios de vida social y cultural se ha espiritualizado para convertirse en un complejo estado emocional, así, el amor se puede presentar bajo la forma de pasión, de amistad, de ternura maternal, de inclinación amorosa, de comunidad de ideas, de piedad, de admiración, de costumbre y cuantas maneras imaginemos. Hasta el punto de que “no parece fácil que una sola persona pueda satisfacer la rica y multiforme capacidad de amar que late en cada ser humano”. Alexandra invitaba a las mujeres a consumir la sexualidad como un vaso de agua, quebrando así con las viejas relaciones sexuales que eternizaban la opresión de la mujer. Todo tipo de unión por amor era válido, a excepción del que podía poner en peligro la salud y la prostitución. Criticaba el derecho de propiedad no sólo sobre el cuerpo, sino también acerca del alma del compañero, la costumbre de “dominar” al ser amado o bien de hacerse su esclavo”. Alexandra defiende la unión libre entre dos personas. Esta unión se debe basar en el mutuo respeto a la individualidad y la libertad del otro y por tanto rechaza la subordinación de la mujer dentro de la pareja y la hipocresía de la doble moral. Para ella los seres humanos viven aislados en una sociedad donde las opciones de una vida libre para las mujeres son tan limitadas que la soledad moral en la que viven hace que éstas se aferren con enfermizo apego al hombre. Kollontai propone una sociedad basada en la solidaridad, el compañerismo y la igualdad de sexos, donde una Mujer Nueva inicie una auténtica revolución sexual donde no se acepte la subordinación a los valores, deseos, conceptos y hábitos de los varones que siguen dominados por una cultura patriarcal que ha fomentado durante siglos hábitos de autosatisfacción y egoísmo, y entre estos, el de someter el “yo” de la mujer.
Según su análisis, el amor ha surgido del instinto biológico de la reproducción, pero a través de milenios de vida social y cultural se ha espiritualizado para convertirse en un complejo estado emocional, así, el amor se puede presentar bajo la forma de pasión, de amistad, de ternura maternal, de inclinación amorosa, de comunidad de ideas, de piedad, de admiración, de costumbre y cuantas maneras imaginemos. Hasta el punto de que “no parece fácil que una sola persona pueda satisfacer la rica y multiforme capacidad de amar que late en cada ser humano”. Alexandra invitaba a las mujeres a consumir la sexualidad como un vaso de agua, quebrando así con las viejas relaciones sexuales que eternizaban la opresión de la mujer. Todo tipo de unión por amor era válido, a excepción del que podía poner en peligro la salud y la prostitución. Criticaba el derecho de propiedad no sólo sobre el cuerpo, sino también acerca del alma del compañero, la costumbre de “dominar” al ser amado o bien de hacerse su esclavo”. Alexandra defiende la unión libre entre dos personas. Esta unión se debe basar en el mutuo respeto a la individualidad y la libertad del otro y por tanto rechaza la subordinación de la mujer dentro de la pareja y la hipocresía de la doble moral. Para ella los seres humanos viven aislados en una sociedad donde las opciones de una vida libre para las mujeres son tan limitadas que la soledad moral en la que viven hace que éstas se aferren con enfermizo apego al hombre. Kollontai propone una sociedad basada en la solidaridad, el compañerismo y la igualdad de sexos, donde una Mujer Nueva inicie una auténtica revolución sexual donde no se acepte la subordinación a los valores, deseos, conceptos y hábitos de los varones que siguen dominados por una cultura patriarcal que ha fomentado durante siglos hábitos de autosatisfacción y egoísmo, y entre estos, el de someter el “yo” de la mujer.
Fueron
muy pocas las mujeres de su época las que llegaron a repudiar el puritanismo
como ella. Emma estaba convencida de que el sexo era «tan vital como la comida
y el aire", y subrayó la contradicción que existía en el hecho de que las
mujeres fueran obligadas por una parte a ser asexuadas y por otra, a vender su
cuerpo a través del matrimonio o la prostitución pública. Simbolizó durante su
época las posiciones de autonomía femenina, de amor libre, de una total falta
de prejuicios. Emma llegó hasta asumir la defensa de los homosexuales, algo que
casi ningún revolucionario notorio de su tiempo se atrevió a hacer. En su
formación revolucionaria, Emma fue antes feminista radical que anarquista. Para
Emma era mucho más importante el factor ideológico y creía que el centro del
problema radicaba en el machismo, en el hecho de que los hombres eran “tiranos
inconscientes" y la sumisión actuaba sobre las mujeres como un «tirano
interno". La mujer estaba educada para ejercer como tal “Casi desde la
infancia, escribió, las jóvenes aprenden que el más alto objetivo en la vida es
el matrimonio", eran incapacitadas para el goce sexual, por lo cual «la
vida de estas muchachas se destruye por la frustración". En el momento en
que la mujer contempla la sexualidad de igual a igual que el hombre,
sistemáticamente es tratada como alguien monstruoso o enfermizo. Hasta los
hombres más avanzados se sienten incómodos ante mujeres así y actúan sin
excepción en plan dominante. Por eso, Emma tiene claro que la emancipación de
la mujer será obra de la mujer misma: El desarrollo de la mujer, su libertad,
su independencia, deben de surgir de ella misma, y es ella quien deberá
llevarlos a cabo. Primero, afirmándose como personalidad y no como mercancía
sexual. Segundo, rechazando el derecho de cualquiera que pretenda ejercer sobre
su cuerpo; negándose a engendrar hijos, a menos que sea ella quien los desee;
negándose a ser la sierva de Dios, del Estado, de la sociedad, de la familia,
etc., haciendo que su vida sea más simple, pero también más profunda y más
rica. Es decir, tratando de aprender el sentido y la sustancia de la vida en
todos sus complejos aspectos, liberándose del temor a la opinión y a la condena
pública
En
cuanto a las relaciones amorosas de Emma
podemos citar varias, sin embargo las más importantes fueron Johann Most, cuya
personalidad atrajo fuertemente a Emma durante cierto tiempo y pasó a ser además
de su discípula, su amante. Esto no duró mucho y Emma empezó a cuestionar ambos
roles. La ruptura entre Johann y Emma no tardó en producirse. El lugar que
había dejado vacío Johann no tardó en ser ocupado y esta vez por dos hombres a
la vez. Alexander Berkman, que desde entonces pasó a ser su compañero casi
inseparable, y un pintor también de origen ruso con los que estableció un
menage a trois que transcurrió sin incidentes internos dignos de mención, pero
que al puritanismo norteamericano le pareció el colmo de la perversidad.
Susan Sontag dijo que
había “amado a hombres y mujeres .A la edad de 17 años, tras un noviazgo de
diez días se casó con Philip Rieff. El matrimonio entre Sontag y Rieff duró
ocho años, se divorciaron en 1958. Desde entonces sostuvo relaciones con Harriet
Sohmers, una escritora y modelo
estadounidense con la que convivió tras una intensa relación en París en 1957.
Entre los años cincuenta y los setenta fue amante de la dramaturga cubana María Irene
Fornés. Los últimos años de su vida mantuvo una relación sentimental con la
fotógrafa Annie Leibovitz. Leibovitz declaró que Susan había sido una de las
personas más influyentes de su vida. Fue lo más lejos que ambas llegaron no
sólo a la hora de declararse homosexuales sino de reconocer que mantenían una
relación que iba más allá de la amistad. El pudor y silencio de Sontag acerca
de sus relaciones amorosas quizá se pueda definir en esta frase:
“Amar
duele. Es como entregarse a ser desollado y saber que en cualquier momento la
otra persona podría irse llevándose tu piel”.
Simone
de Beauvoir y Jean Paul Sastre se conocieron en París en 1929. Ella tenía 21
años y él 24. Simone de Beauvoir fue una niña solitaria, apegada a su padre,
quien le enseñó el amor por los libros y el conocimiento. Jean Paul Sartre
siempre vivió como un niño consentido y ególatra que de adulto buscó refugio en
las mujeres, el alcohol, las drogas y la filosofía. La solitaria y el ególatra convirtieron
su relación en un ejemplo de libertad y
modelo de ruptura con las formas de vida burguesas tradicionales. Fueron unas
de las parejas más polémicas del siglo XX. Se trataron de usted durante más de
50 años, nunca vivieron juntos, se negaron a contraer matrimonio y tener hijos,
y es conocida la liberalidad con la que ambos aceptaban que el otro miembro de
la pareja mantuviera relaciones con terceras personas.
Simone de Beauvoir escribió:
republicado desde mujerícolas
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