Sólo necesito alguien que me arregle. Porque a veces las noches dan miedo. Pierdes el equilibrio y da vértigo irse a la cama.
Cada seis meses, más o menos, me miro al espejo y no me reconozco. No sé quién soy y sólo soy capaz de mirarme en las fotos. Las fotos son siempre el pasado, aunque hayan sido tomadas hace un momento. Sin embargo, en el espejo hay alguien que me devuelve la mirada desde el otro lado, de manera presente, instantánea. ¿Y si no me gusto? ¿Y si quiero cambiar algo? ¿Y si descubro de repente la huella del tiempo? Me lavo los dientes mirando la pila del baño y así voy, evitando a ese señor del otro lado hasta que poco a poco me voy relajando, recomponiéndome, y un buen día me despisto y me llevo una sorpresa al mirarme. Entonces sonrío al pensar lo imbécil que soy.
Foto: Juan Francisco Casas
¿Por qué esta fobia semestral? ¿Porque estoy locatis y escribo en Sesión Golfa? También. Pero alguna vez puede que fuera porque andara buscando alguien en quien mirarme; alguien que fuera capaz de llenarme el agujero del estómago y ya no tenerle miedo a los espejos, nunca más. Irte a la cama y oler un perfume tranquilizador. Pero, ¿realmente necesito que alguien repare la imagen rota de mi espejo?¿Por qué tiene nadie que acarrear con la responsabilidad de arreglarme? Primero que nada y ante todo, si tuviera todas mis cosas en orden y en su sitio, sería todo un tedio. Segundo, si creemos que existe nuestra otra mitad, siempre vamos a estar incompletos. Tercero, y no menos importante, si creemos en los cuentos de hadas, siempre correremos el riesgo de morir envenenados con nuestro propio desencanto. Es por eso que quiero plantear un mundo nuevo que quizá quien me lea todavía no haya explorado. Tal vez ni yo. ¿Por prejuicios?¿Por miedo?¿Por qué se yo? Que sé yo. Convencido estoy querido lector de que puedes pensar en alguien que te atraiga, que conozcas de hace tiempo y con quien hayas tenido “tus momentos”. Te ha pasado que os quedáis solos los dos y sin ningún problema os emborracháis juntos sin necesidad de tener a nadie más. Habéis hablado de casaros si estáis solteros a los cuarenta. Es más, hicísteis manitas debajo de la mesa, así como quien no quiere la cosa y nunca lo habéis comentado. Sientes que te gusta esa chica y tú a ella seguramente no le desagrades. Os lo pasáis bien. De hecho, cuando está cerca tiendes a buscarla, tu inercia te lleva a bailar con ella en lugar de acercarte a desconocidas, porque os comunicáis, os gustáis, existe química. O lo que sea eso. Y ella sabe hacerte bailar.