Tradicionalmente la sexualidad se ha
concebido como un ámbito de la experiencia humana situado al margen
del discurso, y concretamente, al margen del discurso político, al
ser entendida como una pulsión o instinto natural1. Sin embargo,
lejos de estar inscrita en la naturaleza, la sexualidad se construye
discursivamente2 y desempeña un papel esencial en la conformación
de un determinado orden social. De esta forma es regulada de
distintos modos en los distintos sistemas sociales, que propician,
favorecen e institucionalizan determinadas formas de expresión
sexual al tiempo que actúan de forma coercitiva o directamente
prohibitiva con respecto a otras que se consideran potencialmente
peligrosas y desestabilizadoras del orden social.
Sexualidad y reproducción son
reguladas socialmente, al tiempo que las modificaciones y
transformaciones en los discursos y las prácticas sexuales
constituyen un aspecto trascendental, y no marginal, en los procesos
históricos. Es por ello que la sexualidad debe ser historizada, es
decir, analizada y contemplada desde una perspectiva histórica y
sociocultural.
Como construcción sociocultural e
histórica, la sexualidad no se encuentra aislada del ámbito
político, sino que constituye en sí misma una cuestión política,
siendo el sistema sexual parte esencial del sistema social. Desde
esta perspectiva es especialmente interesante el análisis del
discurso anarquista con respecto a la sexualidad. Esto es así por
dos razones fundamentalmente: en primer lugar, el anarquismo conectó
abiertamente las esferas política y sexual, al considerar que el
proceso de cambio social debía darse de forma paralela en el ámbito
personal y en el político; en segundo lugar, en consecuencia puso en
circulación discursos alternativos y contrahegemónicos con respecto
a los discursos dominantes sobre la sexualidad, de forma coherente
con su concepción de lo que debía ser una organización social
antiautoritaria.
No quiere esto decir que los autores
anarquistas impusieran una ruptura absoluta con respecto a los
discursos dominantes. Por el contrario, muchas de sus concepciones
sobre la naturaleza de la sexualidad humana, y sobre lo que en ella
era “normal” o “desviado”, los reprodujeron de forma acrítica
erigiéndose nuevamente en discurso regulador de la sexualidad. Así,
al tiempo que combatían los prejuicios religiosos sobre el sexo, con
frecuencia adoptaban posturas esencialistas con respecto a la
diferencia sexual. Toda propuesta innovadora se inscribe en un
contexto sociohistórico pudiendo difícilmente desvincularse de una
forma radical de las concepciones generales de su época. Así, como
ha señalado Richard Cleminson en sus trabajos sobre la política
sexual en el anarquismo español, esta estuvo siempre caracterizada
por una fuerte tensión entre la ruptura y la tradición3.
Frente a las concepciones marxistas de
toma del poder estatal, el anarquismo propugna el cambio social
mediante un proceso de transformación cultural y el desarrollo de
nuevos modos de relación de los que estén excluidos la autoridad y
la coacción. Al no centrar su crítica social en las relaciones de
producción, atendiendo de esta forma a una diversidad de problemas
sociales y humanos no circunscritos exclusivamente al ámbito
económico, el anarquismo consideró esenciales para la
transformación social revolucionaria aspectos como la liberación
sexual y la subversión de las tradicionales relaciones de género.
La revolución social no podría limitarse de este modo a un cambio
en los sistemas políticos y económicos sino que debía incluir un
cambio sustancial en los modos de relación entre los individuos,
proyecto en el que, necesariamente, tendrían lugar las cuestiones
relativas a la vida privada y la sexualidad. Así, el proyecto
anarquista de reforma sexual, como parte fundamental de su proyecto
de revolución social, incluía como condición esencial la
emancipación de las mujeres, la construcción de relaciones de
género igualitarias y antiautoritarias y la elevación de una nueva
moral sexual que suplantara a la vieja moral burguesa.
Sexualidad y naturismo: hacia el amor
libre
Se podría quizá decir que en el
pensamiento anarquista español existió cierta tensión entre las
concepciones esencialistas y constructivistas de la sexualidad. Esta
aparente contradicción no lo es tal sin embargo, si tenemos en
cuenta cuál era su concepción de la naturaleza humana y de la
sociedad. Para la mayoría de teóricos anarquistas, la sexualidad
era concebida como un hecho biológico natural, reprimida por la
coacción de una moral calificada de absurda e hipócrita que,
partiendo de la concepción cristiana de la negación del placer y la
misoginia, la asociaba al pecado y la perversión. Por otro lado,
esta misma moral coaccionadora y represiva está configurando unas
determinadas pautas de comportamiento sexual, que no son naturales
sino socialmente construidas.
Como ha señalado Álvarez Junco, las
corrientes revolucionarias se han caracterizado, en contraposición a
las conservadoras, por la valoración positiva de lo natural y el
rechazo a lo artificial y convencional [4]. El pensamiento libertario
constituye el ejemplo paradigmático al propugnar la vuelta del ser
humano a la Naturaleza y vincular abiertamente anarquismo y
naturismo:
Siempre predicaron los anarquistas la
vuelta del hombre a la naturaleza; en efecto, todas las anomalías,
injusticias y opresiones, radican en haberse alterado las leyes
naturales, en perjuicio de unos, para favorecer a otros. (…) Las
ideas naturismo y anarquismo van tan íntimamente unidas, que no
pueden separarse (…)5
Desde la perspectiva libertaria, la
explotación, la injusticia y la desigualdad significan un
quebrantamiento de las leyes naturales. Como males artificiales, la
ley, la propiedad y la autoridad crean un medio social inarmónico
que corrompe al ser humano desnaturalizando su conducta6. Por el
contrario, la naturaleza es orden y armonía, la naturaleza es, en
esencia, anárquica. Y también en el ámbito de la sexualidad, la
oposición entre naturaleza y sociedad, instinto y ley, sería una
constante en el discurso anarquista. “La sociedad, ciegamente, se
enfrenta contra el instinto, contra la Naturaleza, y legisla,
codifica y organiza el amor”, escribía la anarquista
individualista brasileña María Lacerda de Moura7.
Frente a los artificios y leyes que
coaccionaban la plena expansión de la libertad humana, incluyendo la
expresión de su naturaleza sexual, su defensa de la liberación
sexual y el combate contra esta moral coaccionadora y represiva se
realizará de dos formas: bien defendiendo la legitimidad del deseo
sexual como fuerza instintiva y natural, fuente de salud y placer, o
bien insistiendo en el carácter cultural y artificial de las normas
de comportamiento sexual, que se fundamentan en valores históricos y
sociales y son, por tanto, modificables.
Los anarquistas propondrán así una
reforma sexual cuya finalidad será la destrucción de esa vieja
moral burguesa, estrechamente vinculada a los valores de la sociedad
capitalista, y la elevación de una nueva moral. De acuerdo con las
tradicionales concepciones ácratas, que consideraban que el ser
humano se había apartado de la naturaleza al obedecer a unas leyes
que contradecían sus derechos naturales, esta nueva moral no podía
ser otra que la “moral de la naturaleza”, aquella acorde a una
supuesta naturaleza humana esencial.
Las propuestas anarquistas de
liberación sexual, en consecuencia, otorgarían un lugar
privilegiado en su discurso a la cuestión del llamado “amor
libre”. Frente a cualquier intento de institucionalización y
reglamentación sociopolítica de las relaciones amorosas, la
sexualidad debía expresarse libremente de acuerdo a la propia
naturaleza humana. Y a grandes rasgos el anarquismo concebía que era
la libertad la esencia de esta, aquello que definía al ser humano
como tal, concediéndole su capacidad creativa y de transformación,
de forma que las formulaciones rígidas, autoritarias y dogmáticas
no significaban sino trabas al desarrollo del potencial humano.
Las críticas anarquistas se centraron
en el autoritarismo y la jerarquización inherentes al modelo de
familia “burguesa”, cuestionando la posición subordinada de las
mujeres en la misma, así como los intereses económicos que
condicionaban los matrimonios. Así, el concepto libertario de “amor
libre” nacía en el siglo XIX como una reacción contra la moral
sexual dominante. Para los anarquistas, la familia debía
fundamentarse pues en el amor, no en el interés, y el propio amor,
en la libertad, como sentimiento “natural” y por tanto ajeno a
toda reglamentación o mandato social. Su discurso constituía de
esta forma una crítica de carácter profundamente moral a la
mentira, la hipocresía y la intervención de intereses materiales en
las relaciones interpersonales pero también a las relaciones de
poder. El matrimonio y la familia, instituciones fuertemente
patriarcales, se fundamentaban además en el ejercicio del poder
masculino y la llamada “doble moral sexual”, que juzgaba de modo
muy desigual los comportamientos sexuales de varones y mujeres:
Oímos diariamente hablar demasiado de
la libertad de los oprimidos y de la noble causa de la justicia
social. Pero no oímos nunca, salvo en muy contadas ocasiones, que
esos mismos apóstoles libertarios se refieran a la necesidad de
declarar íntegramente libres a las mujeres. Queremos dejar de ser
esclavos de los fuertes, pero no queremos dejar de ser tiranos de los
débiles. Hay una cruz más pesada que la esclavitud económica de
los asalariados, y es la esclavitud de la mujer, paria entre los
parias, obrero sin salario y sin relevo, que está día y noche al
servicio de su amo, llámese éste marido, padre, hermano, tutor o
amante. (…) Consecuente con la nueva ética destinada a regir la
nueva sociedad (…) surgirá naturalmente una sola moral para los
dos sexos y esa nueva moral no podrá admitir sino uno de estos dos
términos: “mujeres castas para hombres castos” o “mujeres
libres para hombres libres”; pero nunca el de “mujeres castas
para hombres libertinos”. Mas, como lo primero es imposible, por
ser contrario a la naturaleza sexual humana, razón por la cual ha
fracasado en todos los pueblos donde se practica la extorsión legal
del matrimonio monogámico; y como la única moral concebible para
una sociedad que aspira a liquidar la mentira, el fraude, la
simulación y la hipocresía como fundamento de sus costumbres sería
la moral basada en las leyes supremas de la naturaleza, es claro que
lo primero falla por su artificialidad 8.
Junto a la institución matrimonial, la
prostitución sería también duramente atacada por los anarquistas,
que subrayaban el aspecto económico y los conceptos religiosos sobre
el sexo como sus causas determinantes. Siendo una consecuencia
directa de la sociedad capitalista, y de la “moral del matrimonio
impuesta por la Iglesia y sostenida por el Estado”, solo con la
transformación revolucionaria de la sociedad era posible su
desaparición. “La prostitución o trata de blancas, como antes lo
fuera la esclavitud, es la lógica consecuencia del régimen actual
de convivencia social. (…) Solamente puede desaparecer con la causa
que lo origina, la sociedad capitalista”9. Asimismo en muchas
ocasiones se entendía que el matrimonio, en la sociedad del momento,
representaba una garantía de seguridad para las mujeres, ante el
temor de ser abandonadas teniendo hijos, señalando la dificultad que
para ellas implicaba la puesta en práctica del amor libre en una
sociedad que les negaba la igualdad económica, política y sexual.
Era también necesaria la construcción de una nueva sociedad para la
realización efectiva del amor libre.
En definitiva, matrimonio y
prostitución serán sometidos a juicio crítico y rechazados como
instituciones antinaturales fundadas sobre la propiedad, la autoridad
y la opresión que, lejos de conectar con la verdadera naturaleza
sexual humana, no son sino pilares que sustentan el orden social
capitalista.
Ya el socialista utópico Charles
Fourier, cuyo pensamiento cuenta con una considerable presencia de
componentes libertarios, había imaginado una sociedad
antiautoritaria, a la que llamó “Armonía”, caracterizada por la
ausencia de aparatos estatales y gubernamentales, basada en la
espontánea asociación de individuos10, y había realizado una
amplia critica al sistema de género imperante y a la regulación
política de las pasiones, que en un orden social libre deberían
circular libremente, sin trabas ni coacciones de ninguna especie.
Así, sostenía que el adulterio y la prostitución, basados en el
engaño y la opresión, no eran sino el producto de un sistema
opresivo fundado sobre la institución matrimonial, la monogamia y la
fidelidad. Este autor consideraba además que el estatus de las
mujeres en la civilización era de esclavitud, y que la libertad de
las mujeres era condición necesaria para la existencia de una
sociedad justa. Fourier fue sin duda más lejos que la mayoría de
los críticos sociales de su tiempo e incluso posteriores, al superar
cualquier forma de esencialismo sexual y defender abiertamente formas
de expresión sexual fuertemente condenadas por la sociedad,
afirmando que no existían conductas sexuales desviadas o
incorrectas11.
Muchas de las críticas anarquistas al
matrimonio y la familia, implicaron no obstante más bien una crítica
al matrimonio burgués en su aspecto jurídico y económico, de modo
que el “amor libre” significaba en la mayoría de las ocasiones
únicamente “unión libre”, unión sin intervención civil ni
religiosa que, no obstante, mantenía intactos, especialmente en la
práctica, los modos de relación que cuestionaba a nivel teórico.
Esta unión libre que reproducía los
errores de la unión matrimonial fue también objeto de
cuestionamiento y crítica. Para Federica Montseny, el modelo a
seguir en cuanto a moral sexual no será otro que “la pura moral de
la Naturaleza”, llegando a poner como ejemplo a los animales que,
tras saciar el amor, “se separan, continúan sus vidas
individuales, sus vidas que ninguna moral, ninguna ley, ninguna
religión regula”12. La familia se fundamentaba generalmente en la
sumisión de la mujer, que debía por ello “convencerse de que el
matrimonio legalizado o la unión libre, cualquier norma reguladora
del amor y basada en la convivencia, es perjudicial para ella”. Así
insistía en que el verdadero amor libre no ha sido por nadie puesto
en práctica hasta el momento puesto que este tan solo se ha
diferenciado del antes conocido por prescindir de la consagración
religiosa o civil. En las uniones libres, la mujer continúa en una
posición subordinada con respecto al hombre, que coacciona su
libertad. Asimismo la convivencia y la coacción ponen fin,
irremediablemente, al amor. Para ella, la solución se encontraba en
el individualizamiento, en el amor sin convivencia y la desaparición
del hogar13.
La pareja fue ampliamente cuestionada
por algunos como una institución sexual “a favor del macho”, y
“extraña a la naturaleza psicosocial del ser humano”, en
palabras de Mariano Gallardo, que sometía también a crítica el
hecho de que fuese el ideal de realización sexual de la especie
humana en base a una falsa idea acerca de la inferioridad natural de
las mujeres. Su visión era sorprendentemente lúcida si tenemos en
cuenta que la apelación a las “leyes de la naturaleza” ha sido
habitualmente utilizada para justificar la división sexual y la
opresión social de las mujeres. De esta forma llega a plantear que
las formas de asociación sexual socialmente legítimas, en este caso
la pareja constituida por mujer y hombre, no se fundamentan en unas
leyes naturales sino que constituyen un régimen político, de
acuerdo con las conveniencias de un determinado orden social: “Por
ley de naturaleza el sexo humano es igualitario. (…) La pareja
humana no está fundamentada en las leyes reguladoras de la vida
sexual de nuestra especie, sino en las conveniencias particulares de
una clase social, de un sexo o de una religión, o bien de un
determinado régimen político. (…) No es cierto que la mujer sea
inferior al hombre. (…) téngase en cuenta que esa pregonada
inferioridad es puramente artificial, fruto inevitable de una
civilización (…)14”.
Diversos autores se preocuparon así
por la elaboración teórica de propuestas encaminadas a la
construcción de nuevos modos de relación en el ámbito amoroso. Uno
de los principales teóricos del “amor libre” fue el anarquista
individualista francés Émile Armand. Su ideal de liberación
sexual, tenía origen en las teorías de los socialistas utópicos,
principalmente en Fourier que, como hemos visto, había propuesto la
experimentación por parte del individuo de todas las formas posibles
de amor y asociación, lo que además propiciaría la liberación de
la mujer. Director de la revista L´En Dehors en Francia entre 1922 y
1939, las ideas de Armand encontraron eco en ciertos sectores
libertarios españoles al ser sus artículos divulgados en La Revista
Blanca, dirigida por la familia Urales, y en la revista valenciana
Estudios. En ellos expuso sus ideas acerca de una sexualidad sin
trabas, proponiendo revolucionarias alternativas a la familia15.
Contra ella dirigió fundamentalmente sus críticas, al calificarla
como “un Estado en pequeño”, así como hacia los celos, que
podían ser de tipo propietario, sensual y sentimental y que no
significaban sino un sentimiento autoritario basado la necesidad de
dominio, por lo que debían ser tratados como cualquier “pasión
enfermiza” y combatidos mediante la abundancia sexual y
sentimental.
Armand establecía además una relación
explícita entre la moral sexual tradicional y el autoritarismo,
entre la estructura sexual y política de la sociedad: “El Estado
tiene, en efecto, un gran interés por que las relaciones sexuales
tengan como corolario el establecimiento de la familia, porque esta
es la imagen reducida de la sociedad autoritaria”16. Desde este
punto de vista, la familia es rechazada puesto que se entiende como
la unidad básica de la organización social presente, como
institución fundada en relaciones de poder, en que la esposa obedece
al marido, así como la propia infancia aprende también ya a
obedecer, por tanto como institución de reproducción del orden
social.
Frente al amor esclavo de las
sociedades autoritarias, debía oponerse el amor libre de la sociedad
anárquica. El anarquismo debía combatir el amor celoso como una
“categoría del arquismo” y la monogamia, artificial, sería
derrocada por un régimen de “camaradería amorosa”. Por ella
entendía “una concepción de asociación voluntaria que engloba
las manifestaciones amorosas, los gestos pasionales y voluptuosos”17.
“La fórmula del amor en libertad, todos a todas, todas a todos,
está llamada a ser la preferida del medio anarquista”18.
Sin duda, la propuesta armandista
apuntaba a un profundo cambio en la psicología amorosa de los
individuos de forma que el amor “perdería gradualmente su carácter
pasional para llegar a ser una simple manifestación de
compañerismo”, una forma de amor más acorde a un medio social en
que la libertad individual fuese plenamente respetada y que al tiempo
propiciaba los sentimientos de solidaridad y amor en la colectividad,
al no quedar circunscritos al ámbito egoísta y propietario de la
familia.
Pero esta concepción no estaría
exenta de críticas. A ella, María Lacerda de Moura opondría,
siguiendo a Han Ryner, su propuesta de “amor plural”. Así,
establecería una interesante discusión con Armand, que podemos
seguir en la prensa libertaria española de los años treinta. Si
bien compartía su idea de lucha contra los celos, contra el instinto
de propiedad sexual, desde un punto de vista particularmente
feminista, combatió abiertamente el concepto de “camaradería
amorosa” que, a su modo de ver, “esclaviza a la mujer, la hace
servil y mata el verdadero amor; es el retorno a la promiscuidad, el
comunismo sexual degradante, en el cual la mujer continúa
representando el papel de cosa, objeto de placer”.
Por ello esta autora se expresó tanto
en contra de la estricta monogamia como del “comunismo sexual”:
“la unión monógama y la familia indestructible son la base y
sostén de la religión, del Estado, y de la propiedad privada”. La
liberación sexual de la mujer es condición esencial para la
emancipación humana. El individuo “que impone a la mujer un amor
único, uniforme, para toda la vida, que monopoliza, que sojuzga y
coacciona las expansiones sexuales femeninas constituye un enemigo
inconsciente de la emancipación humana y un obstáculo para el
progreso ético de la Humanidad”19.
Sin embargo, “la amistad, la simpatía
y el amor no se imponen”. El amor debía ser una elección
individual espontánea, no reducible a la mera satisfacción del
instinto sexual al margen de cualquier afinidad afectiva, y por ello
la fórmula de amor plural era a su modo de ver la más adecuada a la
naturaleza humana. Por otra parte, también estaba presente en sus
textos la idea, en cierto modo esencialista, de que la naturaleza
femenina repugna la promiscuidad y que “el amor de la mujer es más
sentimentalista que sexual”20.
Errico Malatesta fue otro de los muchos
anarquistas que escribieron sobre amor libre, si bien lo hizo
problematizando el concepto. Los males del amor, sostenía, no son
modificables sino por lenta evolución, los celos, pese a ser un
“sentimiento lamentable”, no son modificables a voluntad y un
cambio en el régimen político y económico no es suficiente para
transformar “los sentimientos de los hombres”:
Algunos dicen que el remedio se
hallaría en la abolición radical de la familia, la abolición de la
pareja sexual más o menos estable, reduciendo el amor al solo acto
físico o, mejor dicho, transformándolo, con el añadido de la unión
sexual, en un sentimiento semejante a la amistad, un sentimiento que
reconozca la multiplicación, la variedad, la simultaneidad de los
afectos. ¿Y los hijos? Hijos de todos. (…) Se nos dice, eliminadas
las cuestiones de intereses, todos los hombres serían hermanos y se
amarían unos a otros. (…) Pero aún esto no es el amor. Amar a
todo el mundo se parece mucho a no amar a nadie. (…) Por lo demás,
el amor es lo que es. Cuando se ama fuertemente, se siente la
necesidad de contacto, de la posesión exclusiva del ser amado. Los
celos, comprendidos en el mejor sentido de la palabra, parecen formar
y forman generalmente una sola cosa con el amor. El hecho podrá ser
lamentable, pero no puede cambiarse a voluntad 21.
No hubo, como podemos ver, uniformidad
ni homogeneidad, sino una diversidad de discursos acerca de lo que el
amor libre debía significar, aunque todos ellos, en resumidas
cuentas, apuntaban al individualismo y la autodeterminación del
individuo en materia amorosa. De esta forma, y pese a sus
divergencias, parecían confluir en una idea común: la necesidad de
eliminar el autoritarismo en las relaciones sexuales, la lucha contra
la existencia de un único modelo de relación socialmente legítimo
y la defensa de la diversidad en este sentido, de acuerdo a los
distintos temperamentos individuales. En cualquier caso las formas de
vida sentimental o sexual debían decidirse “a posteriori” y no
“a priori”, estar abiertas a la comparación, la experimentación,
la tentativa o el ensayo22.
En relación con el amor, la anarquía
no puede decir sino una sola cosa: abolición del matrimonio oficial,
de las leyes que lo regulan, de la esclavitud económica que lo
impone, de la prepotencia del macho sobre la hembra, que es el origen
o la consecuencia de ese matrimonio. (…) ¿Pluralidad de amores?
¿Amor único? Será lo que será. (…) El amor es un sentimiento
muy complejo y una necesidad muy individual, muy diversa en sus mil
manifestaciones para que los anarquistas puedan adoptar al respecto
una sola y exclusiva teoría y regla de conducta23.
Y el propio Armand expresaba: “Cuando
los individualistas reivindican la libertad de la vida sexual -en
todas las circunstancias: tanto fuera como dentro de la unión-, no
se pronuncian ni a favor ni en contra de la unicidad o pluralidad en
el amor. Dogmatizar en este sentido o en el otro es igualmente
antiindividualista”24.
Por su parte, Mariano Gallardo sostenía
que, dado que no todos somos iguales, y que “en la Naturaleza no
hay nada sistemático ni rutinario”, tampoco en el dominio del amor
debía haber reglas o fórmulas únicas: “Una fórmula de amor
única para todo el mundo, es un desatino, y no tiene nada de
naturista. Lo natural, creo yo, es que cada cual tome el camino que
más de acuerdo esté con su peculiar manera de ser. El que se sienta
monógamo, que lo sea. La mujer que precise tres maridos, que los
tenga. Y la que no quiera casarse, que no se case. Esto es lo
natural”25.
Desde su concepción de que el sexo
“natural” se hallaba reprimido, condenado a la prohibición, el
discurso anarquista respecto a la sexualidad pretendió ser
subversivo, erigirse en discurso alternativo y contrahegemónico.
Concebirla como un hecho biológico natural y hablar abiertamente,
científicamente, de ella, implicaba un desafío al orden social
burgués afianzado en el siglo XIX, a su política sexual represiva
para la que la única sexualidad socialmente legítima era aquella
que tenía lugar en el seno del matrimonio con una finalidad
reproductiva.
Neomalthusianismo y control de la
natalidad
Estas propuestas de liberación sexual
se hallarían, pues, fuertemente vinculadas a la idea de la necesidad
de la educación sexual de forma que la restricción voluntaria de la
natalidad y el ejercicio de la maternidad consciente en que se basaba
el neomalthusianismo formarían parte esencial de esta apuesta por
una revolución en las costumbres sexuales.
No solamente el ser humano debe conocer
qué delicias -sentimentales, emocionales, físicas- nos reserva la
vida sexual, sino también qué responsabilidades implica. Una
educación sexual seria no debería ignorar el problema de la
procreación voluntaria (…). O, en fin, las precauciones a tomar
para evitar los peligros temibles de las contaminaciones venéreas.
(…) Los individualistas no separan “libertad de vida sexual” de
“educación sexual”26.
A finales del siglo XIX, ya el pedagogo
anarquista Paul Robin había fundado la Liga de la Regeneración
Humana en Francia, basada en el principio de combatir la pobreza
mediante el autocontrol de la natalidad. En 1900 se celebraba en
París de forma clandestina, dada la prohibición de las autoridades,
el Primer Congreso Neomalthusiano Internacional, al que asistieron,
entre otros, el propio Paul Robin, Francisco Ferrer Guardia y Emma
Goldman. En él se acordaba la creación de una Federación Universal
de la Liga de la Regeneración Humana, que se encargaría de luchar
en pro de una maternidad libre y consciente. La Liga tendría su
propia sección en España desde 1904 y crearía en Barcelona el
primer centro de planificación familiar en España 27.
La aceptación de las ideas
neomalthusianas sin embargo no había sido unánime. Autores como
Federico Urales o Leopoldo Bonafulla, se habían opuesto a la
reducción de las tasas de natalidad entre las clases trabajadoras,
por considerarla un freno a la revolución proletaria. Las propias
concepciones de Kropotkin acerca del apoyo mutuo, la solidaridad y la
abundancia de recursos para abastecer a toda la población mundial,
oponían al darwinismo social un proyecto revolucionario de
transformación social fundamentado en el reparto equitativo de los
recursos 28.
Malthus había sustentado que el
crecimiento de la población tenía lugar en progresión geométrica
mientras que el crecimiento de la producción y los recursos se
efectuaba en progresión aritmética ocasionando un grave
desequilibrio. El neomalthusianismo anarquista se basó sin embargo
en una peculiar resignificación de sus tesis. La limitación de
nacimientos entre las clases populares era para los anarquistas
concebida como una estrategia defensiva frente a las condiciones de
vida impuestas por el capitalismo y como una estrategia de
emancipación femenina, de modo que la preocupación por la
superpoblación, aunque contemplada, no fue central.
Si las altas tasas de natalidad eran
consideradas como algo beneficioso para el Estado, el
neomalthusianismo anarquista significó más bien una oposición
directa a los discursos poblacionistas de la burguesía y de los
régimenes totalitarios llegando a plantearse, incluso, como forma de
resistencia política frente al capital y la guerra29. Así el “birth
control” fue considerado un instrumento emancipatorio en manos del
proletariado, manifestándose contra aquellos que opinaban que
“haciendo muchos hijos habrá más anarquistas”, y que
enseñándoles a ser rebeldes la sociedad cambiará antes. Profundo
error. El exceso de población obrera ocasiona paro forzoso y
abaratamiento de la mano de obra al tiempo que sirve para nutrir los
ejércitos capitalistas. Por ello, los gobiernos fomentan la
natalidad “concediendo ridículos premios a las madres de
fecundidad extraordinaria”30.
María Lacerda de Moura se lamentaba
por el hecho de que revolucionarios como Kropotkin o Bakunin hayan
sido hostiles al neomalthusianismo, que en sus propias palabras es un
“instrumento revolucionario” y “un medio de combate social”.
“Los motivos invocados para desencadenar la represión contra las
ideas neomalthusianas resúmense en el siguiente postulado
burgués-capitalista-religioso: La patria necesita soldados; la
fábrica, obreros, y la Iglesia, fieles”31.
Por otra parte, pese a afirmar la
necesidad de reducir las tasas de natalidad, Malthus había rechazado
explícitamente el uso de métodos anticonceptivos, propugnando la
castidad y la abstinencia sexual32. La ruptura del neomalthusianismo
con las ideas de Malthus estribó además en la aceptación, defensa
y divulgación de la anticoncepción como forma de control de
natalidad.
La disociación de reproducción y
sexualidad sería, pues, uno de los principales puntos de ruptura del
discurso anarquista. Para Armand, la reproducción no constituía una
necesidad ni un instinto y las relaciones sexuales no tenían una
finalidad únicamente reproductiva. Además, frente a la opinión de
los detractores del control racional de la natalidad y en clara
ruptura con el discurso médico dominante que había conceptuado a
las mujeres como seres maternales y asexuales por naturaleza,
consideraba que la maternidad no es la razón de ser fisiológica de
la mujer, que debe disponer de su persona para decidir libremente.
Así, exponía su tesis individualista de la procreación voluntaria:
En un medio basado sobre la explotación
y la autoridad, lo que buscamos, nosotros, anarquistas de ambos
sexos, es vivir nuestra vida pero sin renunciar a las delicias del
amor sexual, ni a las exigencias de nuestra naturaleza sentimental.
Para la mujer, pues, la procreación no es una función indispensable
en la vida. (…) Los procedimientos preventivos, permiten a nuestras
compañeras, ser madres según su voluntad. Es un medio de
resistencia de más, contra la opresión y el determinismo de las
circunstancias exteriores33.
Además de constituir una forma de
resistencia, la limitación de nacimientos como vemos implicaba un
cambio sustancial en la concepción de las mujeres y de cuál había
de ser su papel en la transformación social. María Lacerda de Moura
denunciaba que tanto para los reaccionarios como para los
revolucionarios, la mujer no es otra cosa que “una máquina
destinada a fabricar carne de cañón o de barricada. Para ellos, no
existe el problema femenino. (…) La mujer para ellos está al
servicio de la procreación irreflexiva e inconsciente. Es tan solo
la matriz fecunda e inagotable, destinada a producir los soldados
burgueses, o bien los soldados rojos de la revolución social”34. Y
la propia Emma Goldman, también activa propagandista neomalthusiana,
escribía: “¿Quién lucharía entonces en las guerras? ¿Quién
haría de carcelero o de policía si las mujeres se negaran a dar a
luz indiscriminadamente? ¡La raza, la raza!, gritan el rey, el
presidente, el capitalista, el sacerdote. Hay que salvar a la raza,
aunque la mujer sea degradada al papel de pura máquina […]”35.
En esta labor de difusión del
neomalthusianismo en España (y en América Latina) tendría un papel
fundamental la revista Estudios, así como su precedente Generación
Consciente, obligada a cambiar de nombre en 1923 a causa de la fuerte
represión gubernamental contra la propaganda por la procreación
consciente. Ampliamente dedicadas a la publicación de artículos
acerca de la sexualidad, ambas pretendían hablar abiertamente de
ella, abordarla desde una perspectiva científica y laica, borrando
los prejuicios religiosos sobre el sexo que constituían una traba a
la emancipación humana. A través de esta tarea educativa perseguían
así incidir en la transformación social considerando que la
trascendencia de la cuestión sexual es absoluta por su relación con
las cuestiones sociales. Los puntos esenciales de su programa fueron:
-Educación sexual y lucha contra la
ignorancia en esta materia.
-Abolición de la prostitución y lucha
antivenérea.
-Libertad sexual de la mujer.
-Maternidad consciente, control de la
natalidad y propaganda neomalthusiana36.
Así, Estudios difundió a partir de
los años veinte (al igual que muchas otras publicaciones
anarquistas) una amplia información acerca de los métodos
anticonceptivos dando a conocer algunas de las principales obras
sobre la materia como Contracepción y procreación prudencial, de la
doctora Stopes; Medios para evitar el embarazo de G. Hardy, La
educación sexual de Marestán, o Generación consciente de Frank
Sutor; el folleto de Bulffi Huelga de vientres o Profilaxis
anticoncepcional, de Hildegart. En ambas aparecieron además con
frecuencia artículos de reformadores sexuales no vinculados al
movimiento libertario y que pertenecían sin embargo a un movimiento
reformista eugénico, tales como Luis Huerta, Gregorio Marañón,
Luis Jiménez de Asúa o Nicolás Amador.
Desde sus páginas, Isaac Puente
esgrimía los siguientes argumentos en pro del neomalthusianismo:
-La anticoncepción, practicada por las
clases cultas, debe dejar de ser un privilegio para convertirse en un
derecho. La disminución de las tasas de natalidad no entraña un
peligro para la conservación de la especie aunque sí perjudica a la
presente organización social al disminuir “la carne de cañón y
el número de brazos”. El obrero tiene derecho a mejorar su
posición económica y “no aumentar el número de los sin trabajo”.
-Existen, además, razones de orden
eugénico y médico: tal es el caso de los individuos que no deben
reproducirse por padecer enfermedades hereditarias o taras
transmisibles.,
-Es necesario disociar la práctica
sexual de la procreación y reconocer el “derecho a la cópula no
reproductora, el derecho a gozar del amor por el amor mismo”.
-Lo moral es “limitarse a tener
solamente los hijos que bien se pueden criar y educar”.
-Desde ningún punto de vista es más
defendible el neomalthusianismo que desde el de la maternidad
consciente. Derecho de la madre a serlo plenamente y a dejarlo de
ser. Emancipación de la mujer de la esclavitud de su sexo: el parir
incesantemente37.
Las décadas de los veinte y treinta
del siglo XX habían conocido el desarrollo de un movimiento de
reforma sexual de carácter eugénico protagonizado por una élite
profesional de médicos, abogados o juristas preocupados por la
herencia y por cuestiones higiénicas, la mortalidad infantil, o las
enfermedades infecciosas. La Liga Española para la Reforma Sexual,
integrada en la Liga Internacional para la Reforma Sexual, fue
fundada en 1932 por Hildegart Rodríguez, y presidida inicialmente
por Gregorio Marañón. Hubo contactos entre ambas corrientes de
reforma sexual, la libertaria y la protagonizada por la élite
profesional, mas la divergencia de sus planteamientos impidió una
estrecha colaboración38.
A diferencia de los profesionales no
vinculados al movimiento libertario, los anarquistas insertaban la
reforma sexual en el seno de un proyecto revolucionario más amplio.
Sus máximos representantes, los doctores Isaac Puente y Félix Martí
Ibáñez39, mantuvieron posiciones revolucionarias y no concebían
una reforma sexual al margen de la transformación de las estructuras
socioeconómicas. Y si bien con frecuencia entre los reformadores
sexuales anarquistas también eran aducidas motivaciones de carácter
eugenésico, estas siempre partían de una perspectiva
anticapitalista, teniendo para ellos una finalidad claramente
emancipadora.
La ideología neomalthusiana en el seno
del anarquismo español cobraría, ya en la década de los treinta,
en el contexto de la II República, una especial fuerza, gozando de
una amplia aceptación. La propia CNT, en su Congreso celebrado en
Zaragoza en mayo de 1936, había incluido la educación sexual y la
procreación consciente entre los aspectos a considerar por el
comunismo libertario40. Y la política sanitaria impulsada por los
anarcosindicalistas durante su gestión, en plena guerra civil, entre
noviembre de 1936 y mayo de 1937, con la cartera ministerial de
Sanidad a cargo de Federica Montseny y la Consejería de Sanidad de
la Generalitat a cargo de Félix Martí Ibáñez, había incluido un
proyecto de reforma sexual y eugénica que contempló incluso la
legalización de la interrupción voluntaria del embarazo41.
Conclusiones
El pensamiento feminista ha puesto de
manifiesto cómo nuestras formas de pensar y sentir el amor y la
sexualidad, aparentemente primigenias o naturales, se encuentran
profundamente mediatizadas por la cultura dominante. Asimismo, ha
cuestionado ampliamente la dicotomía público/privado, insistiendo
en el modo en que las esferas política y sexual se encuentran
interconectadas, en que lo personal es político, y en que los
factores de cambio en la sociedad no se dan de forma exclusiva en el
llamado espacio público, sino en buena parte por las
transformaciones en la vida privada y la sexualidad.
Dado que, como hemos visto, el discurso
anarquista vinculó estrechamente el problema sexual al
político-económico, su defensa de una revolución sexual no tenía
una implicación meramente personal y privada sino que se constituía
en un pilar básico de la transformación social. En las páginas de
Estudios, Hem Day, había afirmado la necesidad de una nueva ética
sexual, dada la influencia de lo sexual en la vida política y
social, puesto que “las cuestiones sexuales en nuestra civilización
desempeñan un papel extraordinario en la vida política y social de
la Humanidad”. Así debían darse de forma paralela un cambio en
las costumbres y un cambio radical en el sistema político económico.
Estos planteamientos supusieron un
claro avance con respecto a algunas de las ideas que sustentaría,
décadas después, el movimiento feminista que consideró los
aspectos sexuales y privados de la vida humana como una cuestión
política, situando al patriarcado como el sistema sobre el que se
sustentaban todos los otros sistemas de opresión e insistiendo en
que cualquier revolución que pretendiese alcanzar un profundo cambio
social debía comenzar por una revisión radical y absoluta de la
sexualidad42.
Por otra parte, si bien las
definiciones y concepciones anarquistas de la sexualidad como
expresión de un instinto natural, especialmente desde una
perspectiva científico-médica, reprodujeron ideas dominantes en la
época constituyéndose en discursos reguladores de la sexualidad,
las propuestas libertarias de construcción de relaciones
interpersonales y amorosas no autoritarias expresaron ya una clara
conciencia de que el sistema sexual, como parte del sistema social,
se conforma de acuerdo a relaciones de poder.
Este artículo fue publicado por
primera vez en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.4
(octubre de 2007)
____________________________________________________________
1.- Arantza Campos Rubio, Charles
Fourier: pasión y utopía, de la atracción pasional a la política
sexual, Universidad del País Vasco, 1995, p.179.
2.- Desde el siglo XVIII, como ha
puesto de manifiesto Foucault, se dio una verdadera “explosión
discursiva en torno al sexo”, una multiplicación de discursos que
no se situaban fuera del poder o contra él, sino “en el lugar
mismo donde se ejercía y como medio de su ejercicio”, producción
discursiva cuyos efectos de poder penetrarán los cuerpos; véase
Michel Foucault, Historia de la sexualidad. La voluntad de saber,
Siglo XXI, Buenos Aires 2006, p.25-47.
3.- Richard Cleminson, Anarquismo y
homosexualidad, Huerga y Fierro, Madrid 1995; “Beyond Tradition and
Modernity: The Cultural and Sexual Politics of Spanish Anarchism”:
Spanish Cultural Studies, Oxford University Press, 1996.
4.- José Álvarez Junco, La ideología
política del anarquismo español, Siglo XXI, Madrid 1991, p.44.
5.- Antonia Maymón, “Anarquismo y
naturismo”: La Revista Blanca, 15 de septiembre de 1925, p.11-12.
6.- Álvarez Junco, op. cit., p.51-52.
7.- María Lacerda de Moura, “¿Tiene
sexo la inteligencia?”: Estudios, diciembre de 1931, p.10-13.
8.- Julio R. Barcos, “Una moral para
los dos sexos”: Generación Consciente, abril de 1929, p.169-170.
9.- Frixo Eufonia, “La trata de
negros, la trata de blancas (la esclavitud, la prostitución)”: La
Revista Blanca, 13 de enero de 1933, p.499-501.
10.- Mirella Larizza, Presupuestos del
anarquismo de Charles Fourier, Zero, Algorta 1970.
11.- Arantza Campos Rubio, Charles
Fourier: pasión y utopía, de la atracción pasional a la política
sexual, Universidad del País Vasco, 1995.
12.- Federica Montseny, “La mujer,
problema del hombre IV”: La Revista Blanca, 15 de abril de 1927,
p.679-682.
13.- Ibídem.
14.- Mariano Gallardo, “Tendencias
del instinto sexual humano”: Estudios, diciembre de 1934, p.7.
15.- Dolors Marín, “La influencia de
Emile Armand en España”, introducción al libro de Émile Armand,
Individualismo anarquista y camaradería amorosa, Barcelona 2000.
16.- Émile Armand, op. cit., p.61-62.
17.- Ibídem, p.57.
18.- Ibídem, p.65.
19.- María Lacerda de Moura, “Los
libertarios y el feminismo”: Estudios, julio de 1932, p.15-17.
20.- Ídem, “El amor plural frente a
la camaradería amorosa”: Estudios, mayo de 1934, p.22-23; “¿Qué
es el amor plural?”: Estudios, abril de 1934, p.24-25.
21.- Errico Malatesta, “Amor y
anarquía”, recogido en Baigorria, p.36.
22.- Así lo proponía también Armand,
op. cit., p.59.
23.- Luigi Fabbri, “Lo único y la
pluralidad”: La Protesta, 22 de diciembre de 1924, Buenos Aires,
recogido en Baigorria, El amor libre, Anarres, Buenos Aires 2006,
p.28.
24.- Emile Armand, “La educación
sexual”, en op. cit., p. 50.
25.- Mariano Gallardo, “La sexualidad
y el naturismo”: La revista Blanca, 30 de junio de 1936, p.54.
26.- Emile Armand, “La educación
sexual”, en op. cit., p.50.
27.- Eduard Masjuan, “Procreación
consciente y discurso ambientalista: anarquismo y neomalthusianismo
en España e Italia, 1900-1936: Ayer 46 (2002), p.63-92; véase
también del mismo autor, La ecología humana en el anarquismo
ibérico, Icaria, Barcelona 2000.
28.- Mary Nash, “El neomalthusianismo
anarquista y los conocimientos populares sobre el control de
natalidad en España”, Presencia y protagonismo. Aspectos de la
historia de la mujer, Serbal, Barcelona 1984, p.316; Masjuan, La
ecología… p.233.
29.- Así lo plantea Masjuan, La
ecología…
30.- “Sobre la procreación”,
Generación Consciente, septiembre de 1923, p.61-62.
31.- María Lacerda de Moura, “Ley de
Malthus”: Estudios, junio de 1932, p.7-9.
32.- “Rechazaré siempre todo medio
artificial y fuera de las leyes de la Naturaleza que se quiera
emplear para contener el desarrollo de la población; los obstáculos
que recomiendo son aquellos que están conformes a la razón y
sancionados por la religión”, Malthus, citado por Hildegart
Rodríguez en “Maternidad Consciente”: Genética, eugenesia y
pedagogía sexual. Primeras Jornadas Eugénicas Españolas, Javier
Morata, Madrid 1934, p.209.
33.- Émile Armand, “Tesis
individualista de la procreación voluntaria”: Generación
Consciente, abril de 1925, p.2-5.
34.- María Lacerda de Moura, “La ley
de Malthus”: Estudios, junio de 1932, p.7-9.
35.- Emma Goldman, “La trampa de la
protección”, en Baigorria, p.51.
36.- “A modo de programa”:
Estudios, junio de 1931, p.1-3.
37.- Isaac Puente, “Neomalthusianismo”:
Estudios, octubre de 1930, p.2-4.
38.- Mary Nash, “La reforma sexual en
el anarquismo español”, en Bert Hofmann (ed.), El anarquismo
español y sus tradiciones culturales, Vervuet Iberoamericana, Madrid
1995. Sobre eugenesia en España veánse los trabajos de Raquel
Álvarez Peláez, “Eugenesia y darwinismo social en el pensamiento
anarquista”, en Bert Hofmann (ed.), El anarquismo español y sus
tradiciones culturales, y “Origen y desarrollo de la eugenesia en
España”, en José Manuel Sánchez Ron (ed.), Ciencia y sociedad en
España: de la Ilustración a la guerra civil, El Arquero - CSIC,
Madrid 1988.
39.- Véanse las Actas del I Simposium
Internacional Félix Martí Ibáñez, Medicina, Historia e Ideología,
Generalitat, Valencia 2004.
40.- “Concepto confederal del
Comunismo Libertario”, recogido en Gabriel Jackson, Entre la
reforma y la revolución 1931-1939, Crítica, Barcelona 1980.
41.- Félix Martí Ibáñez, “En
torno a la reforma eugénica del aborto”: Estudios, enero de 1937,
p.11-12; “Sanidad, Asistencia social y Eugenesia en la Revolución
Social española”: Estudios, enero de 1937, p.34-38.
42.- Así lo sostuvieron feministas
radicales como Kate Millet, véase Política sexual, Cátedra, Madrid
1995, p.63-69.
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