dissabte, 3 de desembre del 2011

El amor es como un balancín, Bibiana Hirukote


Cuando unas personas deciden jugar en un balancín tienen que equilibrar sus pesos como sea para que puedan subir y bajar al ritmo que deseen y que les llene de placer y alegría. Para quien nunca haya jugado, le cuento que resulta aburrido que quien pesa más monopolice el movimiento aunque le pueda parecer divertido obligar a subir y bajar el balancín a su antojo.

Así, quien pesa más tiene que hacer un esfuerzo para equilibrar las cargas y quien pesa menos tiene que hincharse y hacer acrobacias para ganar peso usando las leyes de la física respecto a ejes y palancas y las que se invente para que la diversión no dependa exclusivamente de la otra parte.

El juego es divertido pero no por ello tiene que durar hasta que la muerte les sobrevenga encima del balancín. Mientras tanto, hay que disfrutar y asumir que habrá un final inevitable o interrupciones obligatorias: la novedad es una atracción demasiado fuerte, el descanso es inapelable, la curiosidad es sana, la soledad es necesaria y hay que facilitar el descubrimiento de nuevas sensaciones.

En esas pausas es bueno analizar lo que falla para hacerlo mejor.

Cuando llega el momento en que una quiere bajar, tiene que avisar y hacer entender a la otra que ya no quiere seguir jugando. La otra lo tiene que aceptar y hacer lo posible para que ninguna salga dañada aunque realmente no quiera dejar de jugar. 

Puede hacer trampa y alargar un poco más el juego pero con límites porque si abusa, la otra puede actuar como le dé la gana y quizá decidir nunca más jugar a ese ni a ningún juego. Y además pueden acabar haciéndose mucho daño.

Lo mejor es bajarse del balancín con una sonrisa y ganas de participar en otros juegos con esa u otras personas cuando las circunstancias lo permitan o los astros se alineen para ello.
¿Cuándo es la última vez que te pusiste a la altura de una niña pequeña? ¿Cuándo volviste a su inocencia, su curiosidad, su falta de prejuicios, sus ganas de reir, jugar y vivir? Hay que hacerlo, a diario, y dejar de ser simples espectadoras de un mundo que parece que no controlemos.

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