Cuando analizamos el elemento principal de la fuerza erótica, descubrimos que es la aventura, la búsqueda del conocimiento de la otra alma. Este deseo vive en todo espíritu creado, pues la fuerza vital inherente a la existencia tiene que sacar de su aislamiento a la entidad en cuestión. El eros fortalece la curiosidad de conocer al otro ser. Y vivirá mientras exista algo nuevo para descubrir en la otra alma, mientras uno sea capaz de revelarse. En el momento en que piensas que ya has descubierto todo lo que se puede encontrar y que has revelado todo lo que tienes para revelar, el eros se irá. Pero tu gran error consiste en creer que existe un límite para lo que un alma puede revelar de sí misma, ya sea la tuya o la de otra persona. Sueles pensar que lo has descubierto todo una vez que llegas a cierto punto de descubrimiento o revelación superficial. Entonces te instalas en una vida plácida y dejas de buscar.
El eros te ha llevado ahí gracias a su fuerte impacto. Pero después, su voluntad para continuar investigando las profundidades ilimitadas de la otra persona al tiempo que voluntariamente revelan y comparten su búsqueda interior es lo que determina si se ha usado al eros como puente hacia el amor.
Lo cual, a su vez, siempre está determinado por el deseo de aprender a amar. Sólo si se actúa de ese modo se puede mantener la chispa del eros en el amor y sólo así se puede seguir encontrando al otro y dejándose encontrar a uno mismo. No existe límite alguno, pues el alma no tiene fin y es eterna; no alcanza con una vida entera para lograrlo.
Tomado de la revista Uno Mismo nº 160, octubre 1996 y extraído del blog Pareja Creadora
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