Hoy
me niego a que mis pensamientos se coronen bajo algún nombre. Quizá
mañana piense algo como: “Contra el mesmerismo de la lejanía”,
que no sé qué quiere decir, aunque lo comprenda muy bien. Además
me gusta porque dice precisamente eso que a ti te parece que es.
Contra el
mesmerismo del espacio y del tiempo, la lejanía y la estela de tu
presencia, puedo contar qué cosas hay entre tus cabellos, tu mentón,
tus costillas, y otros lugares de tu cuerpo; porque no son partes.
Contar que mi lengua curiosa se muere por captar la forma caprichosa
de tu labio inferior, por resbalarse entre tu boca; que desvarío y
me desvanezco. Que pretendo a tus prendas y deseo sentir cómo
floreces desde debajo de tus algodones; morderte algo, pero antes de
tiempo, mojarte, de todas maneras. Que aún cuando nada me provoca sé
lo que quiero. Y no siempre sé dónde estoy: a menudo me sorprendo
armándome entre el ruido, acomodándote las plumitas de tus alas,
danzando sobre tus pies gigantes, sembrando labios; recreando tu piel
en mi cuerpo, acariciando las formas de tu rostro, o tu torso
infinito en mi puta almohada, muy suave.
Cuando no
sé dónde estoy, me encuentro en cualquier lugar, al acecho de mis
propias caricias que son las tuyas, son para ti, para los dos; yo
duermo contigo, pero quiero lamerte ahora.
Estoy aquí,
acá, en alguno de tus lugares, dispersa entre las partículas del
primer rocío de tus entrañas, delante de un alivio final; jugando a
las escondidas entre el éxtasis del lamento por querer llevarte a la
cama, entre luces y sombras.
Déjame
llevarte a la cama, he tejido una flaca pijama de besos abismales
para ti. Alguna vez Amora, te dije en mi mente “juro
que quiero dedicarte palabras que no existen aún”,
pero ya sé por qué terminé escribiendo algo distinto. Descubrí
que no se trataba de palabras ni de sentimientos que no existen aún,
sino de sentimientos que nunca antes había experimentado.
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