Cuando llegó el momento de decirle a mi director de tesis, Gérard Imbert,
 el tema sobre el que quería investigar, pasé dos semanas sin atreverme a
 hablar con él y preparando mi discurso para convencerlo. Él mismo me dijo, "piensa bien el tema porque tu vida va a girar en torno a él durante años; así que lo mejor es que sea algo que te apasione".
Yo ya sabía 
lo que me apasionaba, pero no sabía como planteárselo. Desde niña me han
 fascinado las relaciones amorosas humanas, y cuando comencé a 
experimentar todos los síntomas del romanticismo, en la adolescencia, mi
 interés por el tema aumentó. Siempre me gustó mirar a los adultos, 
oírles hablar, escuchar historias de  vida, y analizar mis propios 
sentimientos y reacciones. 
Con las 
amigas y amigos pasé años hablando sobre el amor, sus mitos y la forma 
en cómo nuestro cuerpo, nuestras ideas, nuestro comportamiento, están 
determinados por las emociones, y cómo esas emociones, a su vez, están 
determinadas por mandatos sociales y modelos culturales, debidamente 
idealizados.
Mi idea era 
estudiar el amor desde un enfoque multidisciplinar, porque buscando en 
las bibliotecas me encontraba con libros sobre el amor desde una 
perspectiva literaria, o antropológica, o biológica, o histórica, pero 
no encontraba un libro que uniese todas esas perspectivas, y pensé en 
escribirlo yo, añadiéndole por supuesto el enfoque de género.
No me costó 
mucho convencer a Gerárd porque él es un hombre de horizontes abiertos, 
 aventurero, que le gusta desentrañar las profundidades de las emociones
 humanas y  analizar cómo se plasman en el cine y en los productos 
culturales de masas. Para mí fue súper importante su apoyo porque no 
quería estudiar otra cosa que este tema, dado que mi curiosidad se 
remonta a los principios de mi infancia, dado que necesitaba también 
comprender lo que nos pasa cuando nos enamoramos, saber de dónde viene 
esa forma de amar, y sobre todo, saber por qué amamos de esta manera y 
no de otra.
mi tesis doctoral, de 850 páginas
Entonces me 
puse a analizar ese proceso, y el modo en cómo se construye 
socioculturalmente el amor; pero también cómo esta construcción influye significativamente en las estructuras económicas y políticas de la sociedad occidental.
Sin
 embargo, mi trabajo de investigación no hubiera sido posible si, a lo 
largo del siglo XX, no se hubiese dado el gran debate epistemológico que
 destronó al cientifismo empirista y gracias al cual surgieron 
investigaciones que demostraron la hipervirilidad de la Ciencia occidental, y su sesgo androcéntrico. Los principales protagonistas de este debate fueron los pensadores de la Teoría Crítica liderada por la Escuela
 de Frankfurt en los años 30, el Postestructuralismo, la Sociología del 
Conocimiento y la Teoría Feminista, que sacaron a la luz teorías y 
científicos (sobre todo científicas) marginados por la Ciencia, 
cuestionándose así numerosas verdades dadas por supuestas. 
Esta tarea deconstructiva demostró que lo que se consideraba Ciencia Universal
 era sencillamente una actividad ejercida por hombres blancos, 
occidentales, y en su mayor parte de clase media. También se puso de 
relieve el hecho de que la mayor parte de sus investigaciones estaban 
impregnadas de intereses ideológicos, económicos, sociales y políticos. 
Se quiso derribar, así, el mito del cientifismo como verdad universal y 
el mito del científico como un robot objetivo sin emociones, sin 
condicionamientos culturales, sin intereses personales. Fue entonces 
cuando se reveló la dimensión hipermasculina de la Ciencia, que había marginado durante siglos a la mujer como sujeto y como objeto de estudio científico. 
Gracias a 
este debate y a este proceso deconstruccionista, la Ciencia vio 
cuestionada profundamente la pretensión de validez universal y de 
neutralidad de la que había hecho gala  desde el siglo XVII. Las 
principales consecuencias de este debate fueron la ampliación de los 
límites del conocimiento y el surgimiento de nuevas áreas de 
investigación científica. Este hecho posibilita, en la actualidad, 
adentrarse en espacios del conocimiento que no han sido considerados, 
hasta hoy, dignos de ser estudiados, como es el caso del amor romántico.
 Gracias a la lucha feminista contra el sistema patriarcal, además, 
he podido ir a la Universidad; si hubiese nacido en otra época no podría
 haber estudiado si quiera; ni este tema, ni cualquier otro.
Hoy se 
acepta comúnmente que todos estamos influidos por la cultura en la que 
nos hemos criado, por el género al que se nos adscribió al nacer, por la
 educación que recibimos y las instituciones sociales, la religión, 
nuestro estatus social y económico, además de nuestras propias 
aspiraciones personales y  experiencias vitales, que conforman nuestra 
identidad. Por ello, ningún científico, institución científica o 
investigación empirista puede hoy declararse objetivo o neutral. De 
hecho, se considera más honesto que los y las profesionales de la 
Ciencia admitan en sus investigaciones el punto del que parten, y 
tengan en cuenta a la hora de elaborar sus teorías e hipótesis la 
perspectiva personal desde la que ejercen la actividad del conocimiento,
 para así diferenciar sus propios condicionamientos culturales y 
personales del objeto de estudio. Es decir, admitir la inevitable 
subjetividad que impregna cualquier actividad humana en el área del 
conocimiento científico, dejando atrás mitologías científicas antes 
nunca cuestionadas. 
El trabajo 
de documentación no fue tarea fácil, dado que no existe mucha 
bibliografía científica debido a la marginación de las emociones como 
objeto de estudio. Para
 Carlos García Yela (2002), es muy significativa la gran diferencia 
existente en cuanto a volumen de investigación entre el amor y otros 
temas “que quizá sean menos relevantes en la vida del hombre, como por ejemplo, el reflejo salivar condicionado”. 
La Antropología ha estudiado temas como la familia, el parentesco, el matrimonio,
 el comportamiento sexual, los ritos vinculadores, el apego, el beso y 
las conductas altruistas, pero no específicamente el amor romántico, 
considerado generalmente como una peculiaridad exclusiva de las 
civilizaciones occidentales.
 La Sociología
 se ha centrado en el análisis del matrimonio (y la satisfacción en el 
mismo) como unidad básica de la estructura social y sólo en contadas 
ocasiones ha concedido suficiente atención a la importancia estructural 
del amor y las creencias románticas en nuestra sociedad. 
En el campo de la Historia, destacan las obras de algunos historiadores sobre el matrimonio (Westermarck, 1926) y la pasión (De Rougemont, 1939). 
En el campo 
de las ciencias sociales, el interés por las emociones también se ha 
visto incrementado a medida que avanzaba el siglo XX. 
Ortega y Gasset (1941) se quejaba de que el tema del amor no fuese objeto de investigación científica o filosófica: 
“Si
 un médico habla sobre la digestión, las gentes escuchan con modestia y 
curiosidad. Pero si un psicólogo habla del amor, todos le oyen con 
desdén, mejor dicho, no le oyen, no llega a enterarse de lo que enuncia,
 porque todos se creen doctores en la materia. En pocas cosas aparece 
tan de manifiesto la estupidez habitual de las gentes. ¡Como si el amor 
no fuera, a la postre, un tema teórico del mismo linaje que los demás, y
 por tanto, hermético para quien no se acerque a él con agudos 
instrumentos intelectuales!”.
 Leo Buscaglia, también opina que es ridículo que el Eros, una fuerza de la vida tan poderosa, sea ignorada, no investigada y condenada por los científicos sociales,
 “que en cambio, sí se ocupan mucho de esa otra fuerza llamada sexo, 
cuando originariamente y en rigor etimológico se trata del mismo 
fenómeno”. 
Defendiendo 
la idea de que el amor es un gran tema a tratar por todas las áreas 
científicas, Carlos Yela afirma que es frecuente entre los intelectuales
 la queja sobre la enorme distancia  existente entre el progreso 
tecnológico y el progreso de las relaciones humanas: “el estudio 
riguroso, sistemático y empírico del amor podría ser una vía que 
contribuyera a salvar esa abismal y lamentable diferencia”. 
En los años 90 el tema se convirtió, según Yela García (2002), en un punto de referencia obligado de la Psicología Social.
 La publicación de monografías sobre el tema continúa aumentando cada 
año, muchos de ellos de orientación psicodinámica (Gabbard, 1996), otros
 muchos desde la  Psicología Feminista. 
En España, 
hasta los años 80, la producción intelectual sobre el amor ha sido 
bastante limitada. En los años 70 Josep Vicent Marqués edita un número 
especial en El Viejo Topo sobre el amor (extra número 17), con
 colaboraciones de Paolo Fabretti o Christian Delacampagne, en el que se
 habla del amor sobre todo como un instrumento de control social que 
sirve para perpetuar el patriarcado y la familia tradicional nuclear. 
En 1982, la  Revista de Occidente publica un número monográfico sobre el amor. En 1986, sucede lo mismo con los Cuadernos de Historia 16.
 En los 90 se publican artículos firmados por profesores universitarios 
(ej: Ochoa y Vázquez, 1991; Sangrador, 1993; Serrano y Carreño, 1993, 
Yela García, 1996) así como algunos libros en mayor o menor medida 
dedicados a, o relacionados con el tema (Guasch, 1991; Ortiz, 1991). 
Además, se realizan seminarios, conferencias, cursos de doctorado, 
simposios, congresos y alguna tesis doctoral (Carreño, 1991; Yela 
García, 1995; Martínez Iñigo, 1997). 
Recientemente, han surgido algunas obras en el ámbito de la divulgación científica, en áreas como la Biología, la Etnología, o la Antropología (Helen Fisher, Eduardo Punset, David Buss, Eibl-Eibesfeldt, Desmond Morris, Barash y Lipton…). Sin embargo, sólo ahora, en los primeros años del siglo XXI, se ha empezado a tratar el tema desde una perspectiva social (Ulrich Beck, Zigmunt Bauman, Pascal Bruckner, Erich Fromm, Anthony Giddens, entre otros). 
 La mayor 
parte de los grandes teóricos occidentales ha escrito libros acerca de 
los sentimientos y las pasiones, pero han sido siempre considerados 
obras menores, poco menos que anécdotas
 dentro de la sesuda literatura científica y filosófica de estos grandes
 autores (Ortega y Gasset, Roland Barthes, Francesco Alberoni, entre 
otros). 
En mi caso, lo
 que más me fascinaba del tema es como el amor de pareja siempre se ha 
tratado como un fenómeno afectivo que acontece en el interior de las 
personas, es decir, como un sentimiento individual y mágico difícil de 
explicar. Y sin embargo, son muchas las personas aquejadas de esta 
“enfermedad”, “intoxicación”, “borrachera”, o “dulce tormento”. El 
dinero que gastamos en terapeutas que nos ayuden a sobrellevar una 
ruptura amorosa, en abogados que tramiten una separación, en regalos 
cuando empezamos una relación, la cantidad de energía y tiempo que 
dedicamos al amor me hacía pensar que el amor es una construcción 
sociocultural, es decir, creada desde la cultura para conformar 
sociedades de gente que se une de dos en dos. y yo me preguntaba, y ¿por
 qué de dos en dos?, ¿y por qué han de ser de diferentes sexos?, ¿y por 
qué la mujer debe de ser de una manera y el hombre de otra?....
el libro sobre el amor, publicado en Febrero 2011.
Mi 
aparato teórico desde el cual enfocar este estudio está basado en mi 
admiración por la teoría del pensamiento complejo de Edgar Morín, que 
propone superar los dualismos con los que estamos acostumbrados a 
pensar. La vida no es blanco o negro, razón o emoción, hombres o 
mujeres, el bien o el mal, lo grande o lo pequeño. Leyendo sobre 
Einstein una aprende que todo es relativo según el punto de vista desde 
donde se mire, y que la realidad es mucho más rica que las etiquetas 
reduccionistas con las que tratamos de entender el mundo.
Me encantó 
leer a Sergio Manghi, que afirmaba que el estudio de las emociones 
humanas no se trata sólo de una tarea científica, sino también 
ético-política, “pues la 
persistencia, en nuestro tiempo, de hábitos perceptivos dualistas, que 
separan el corazón y la razón, el cuerpo y el espíritu, las emociones y 
la cognición, es una fuente permanente de sufrimientos, de 
prevaricaciones y de violencia”. 
En el seno 
de este paradigma dualista que simplificaba el mundo en dos extremos 
opuestos, se consideró que el hombre representaba la Cultura (el 
raciocinio, la civilización, la Ciencia, la ley, el orden, la 
filosofía), y la mujer la Naturaleza (los sentimientos, lo irracional, 
lo salvaje, lo caótico, lo oscuro, lo incognoscible). Por eso los 
hombres, que  representan la civilización,  deben controlar la 
naturaleza, explotarla, domesticarla, utilizarla para sus necesidades. Y
 para eso se ha creado el romanticismo patriarcal, para que perpetúe esa
 desigualdad y ese control, y para que la gente se una en sistemas de 
mutua dependencia. 
Y es que el hecho de que las pasiones no hayan sido temas considerados dignos de estudio científico serio es
 un hecho íntimamente relacionado con la estructura patriarcal que ha 
subordinado a la mujer durante siglos. En esa actitud discriminadora y 
despreciativa hacia su figura se incluía todo lo que se consideraba 
femenino, como los sentimientos. Sólo en este siglo, la primacía de la 
mente y la razón sobre el cuerpo y las emociones ha dado paso al estudio
 de los sentimientos como parte constitutiva fundamental del ser humano.
Y gracias a 
ello, hoy me encuentro aquí escribiendo acerca del amor. Entiendo que es
 un tema que, por su complejidad y extensión, no se puede abarcar en su 
totalidad; pero sí que he pretendido demostrar que las emociones están mediadas culturalmente, y que están predeterminadas por la cultura en la que se incardinan (construidas a través del lenguaje, de los relatos, los símbolos, los mitos, los estereotipos,
 los ritos, y las creencias). El poder simbólico incide de forma 
poderosa, creo, no sólo en la nuestros sentimientos, sino también en la 
construcción de la realidad social, económica y política de las 
sociedades. 
Dado que la 
cultura evoluciona a la par que los sistemas políticos y económicos, 
bien sosteniéndolos, bien transformándolos, considero que es necesario 
los productos ficcionales y las teorías filosóficas para entender cómo 
construimos la realidad, cómo la reificamos y cómo unas ideologías se 
imponen sobre otras (y a la vez coexisten). 
El motivo por el que centré mi análisis sobre los mitos y las representaciones simbólicas del Amor es porque la mayor parte de nuestros productos culturales desde la Antigüedad hasta
 nuestros días se basan en las relaciones sexuales y amorosas entre los 
géneros: desde las cosmologías (como la griega, que se basa en las 
relaciones de amor y odio entre los dioses) hasta las series de ficción 
televisiva, pasando por la escultura, la pintura, la cerámica, la 
música, el baile, la narrativa oral, la poesía, los cuentos y leyendas, 
los folletines, las radio-novelas, las canciones, las novelas, las 
películas, la ópera, y todas las representaciones culturales que han 
tenido y tienen como tema central el amor y las pasiones. 
Mi deseo era,
 mediante un proceso de crítica y deconstrucción, echar abajo ciertas 
ideas que se han dado por supuestas o como “naturales”: prejuicios, 
tabúes, mitos falsos y creencias subjetivas que han distorsionado el 
concepto de amor y que lo han devaluado durante siglos a la categoría de
 emoción irracional no susceptible de ser tratada e investigada. 
Para mí es obvio que el amor no es sólo una fuente de productos culturales en forma de novelas o canciones, sino también un dispositivo político.
 Las relaciones humanas atravesadas por el poder, y ello hace que sean 
complicadas, conflictivas, dolorosas y también, enormemente 
gratificantes. Los seres humanos necesitamos a los otros para 
sobrevivir, porque los afectos forman parte de nuestra nutrición y
 son el eje a partir del cual desarrollamos nuestra vida en sociedad. A 
través de nuestros seres queridos aprendemos a hablar, a pensar, a vivir
 en sociedad y a asumir las normas morales, sociales, culturales y 
políticas. Rodeados de afectos o con una falta total de ellos 
construimos nuestra identidad y nuestra biografía, y nos reproducimos, 
sacando adelante y educando a nuevos miembros de la sociedad.
 mi libro sobre la construcción de las identidades, 
los feminismos, las masculinidades y el queer
La mayor 
parte de nuestras vivencias y recuerdos están implicados en las tramas 
emocionales y sentimentales que construimos en la interacción con 
nuestros semejantes y nuestro entorno. Nuestra felicidad, nuestro 
bienestar psíquico y emocional, nuestros sueños y anhelos, nuestras 
esperanzas y nuestra energía se desarrollan en torno a nuestras 
relaciones afectivas. Ellas son las que nos provocan dolor, tristeza, 
confusión, desgarro; también nuestras frustraciones, decepciones, 
preocupaciones y obsesiones están en su mayor parte determinadas por 
nuestros afectos. 
De algún modo, siempre
 me ha parecido fundamental analizar y tratar de entender por qué las 
relaciones humanas son tan maravillosas y a la vez tan dolorosas. Creo
 que es a nivel microsocial como es posible entender la dimensión 
macrosocial de nuestra cultura; por eso analizar las relaciones entre 
los humanos puede ayudarnos a entender por qué las grandes estructuras 
políticas y económicas son tan desiguales, injustas y crueles. La 
complejidad emocional del ser humano es inmensa, a menudo contradictoria
 y cambiante, y tiene mucho que ver con la ética individual y el sistema
 moral colectivo, y por supuesto, con las jerarquías de poder. También 
con los recuerdos y las vivencias, los intereses, las motivaciones, los 
valores, las creencias y los modelos amorosos que nos ofrecen las 
industrias culturales. 
Creo que es necesario tratar de comprender el complejo mundo de las emociones principalmente porque entender
 y analizar nuestras formas de relacionarnos puede ayudarnos a mejorar 
nuestro mundo. Es posible que las guerras, los conflictos humanos, la 
violencia cotidiana
 que inundan las cabeceras de los telediarios disminuyesen si lográsemos
 entender los mecanismos sociales y afectivos con los que los humanos 
nos relacionamos entre nosotros, bajo el trasfondo de las luchas de 
poder y del miedo.
El miedo 
forma parte de nuestras relaciones y de nuestra forma de entender y 
movernos en el mundo. Es un poder psíquico, un producto mental y a la 
vez un mecanismo biológico de carácter instintivo. También los animales 
sienten miedo, y en ocasiones se revela como un mecanismo de 
supervivencia fundamental ante los depredadores. En el caso del homo sapiens,
 con su capacidad de imaginar, el miedo se convierte en un monstruo que 
empobrece su vida en sociedad, porque a menudo  establecemos estrategias
 defensivas y de ataque. Los humanos tenemos miedo a los desastres 
naturales, pero también miedo al dolor y a la muerte, a la incertidumbre
 con respecto al futuro, miedo a perder seres queridos. Miedo a la 
soledad y a la locura, pero sobre todo miedo al otro, a lo desconocido, lo extraño, lo que se escapa a nuestro entendimiento. Miedo al poder del otro, al color de su piel, su idioma, su cultura, su religión.
Este miedo 
afecta especialmente a las relaciones entre hombres y mujeres por el 
ancestral temor hacia el género femenino desarrollado en las culturas 
patriarcales. La mayor parte de las relaciones entre los hombres y las 
mujeres han estado siempre basadas en el miedo al poder del otro, a la 
dominación física y psicológica. En este sentido, los hombres siempre 
han entendido la seducción femenina como estrategia simbólica de dominación por la vía de la sutil persuasión. 
El miedo también
 tiene una clara conexión con el apego: todos tenemos miedo a perder a 
nuestros seres queridos, a que no se nos necesite o no se nos quiera. 
Nos apegamos a los objetos, las propiedades y las personas como si 
fueran “nuestras”, y además quisiéramos que ellas y los sentimientos que nos unen sean eternos e indestructibles.
 El ser humano sufre por la contingencia y trata de encontrar su centro y
 su estabilidad psíquica en las personas a las que ama o quiere; pero 
también siente un profundo anhelo de libertad.
 Miedo y libertad se tensan contradictoriamente, porque no nos es fácil 
lograr alcanzar un equilibrio entre la estabilidad y la aventura, la 
seguridad y el misterio. Los seres humanos lo queremos todo a la vez, lo
 queremos todo para siempre, y nos cansamos de todo también. La realidad
 monótona y rutinaria nos frustra, de modo que nos embarcamos en 
aventuras corriendo riesgos: quizás debido a esta contradicción entre 
libertad y necesidad de afecto, mitos y realidades, el sufrimiento parece inherente a la condición humana. 
 Sin 
embargo, también es característico en nosotros la empatía, el altruismo,
 la generosidad, la entrega, el sacrificio personal, la solidaridad y la
 red extensa de afectos que establecemos con el resto, y gracias a la 
cual la supervivencia de la especie ha sido posible. El amor entendido 
como un todo es una fuerza poderosa que nos atrae y nos une los unos a 
los otros, ya sea en forma de amor filial (amor a la familia), de
 amistad (amores elegidos libremente, relaciones de apoyo y cooperación 
mutua que tenemos con personas con las que sin embargo no tenemos una 
relación erótica) o de amor pasional (el que se da entre dos o más 
personas y tiene carácter erótico). 
El amor ha 
logrado que el ser humano cuide de sus semejantes más indefensos 
(ancianos, bebés, enfermos), y que la gente disfrute en la interacción 
con el resto. Las relaciones amorosas de pareja, además, son placenteras
 porque generan sentimientos positivos y porque es una fuerza creadora y
 constructiva que ilusiona a las personas y las anima a seguir viviendo,
 pese a la crueldad y precariedad a la que tiene que enfrentarse el ser 
humano a lo largo de su vida. 
Además de
 estudiar las raíces del amor romántico en nuestra cultura occidental 
desde Grecia, pasando por el amor cortés del siglo XII y el Romanticismo
 del XIX, quise estudiar las relaciones amorosas en la actualidad, 
porque es la época histórica que me ha tocado vivir, y la que más me 
apasiona. En mi esfuerzo por entender por qué existe ese vacío social, 
por qué la gente ya no persigue metas colectivas, me centré en el 
análisis de lo que denominé la utopía emocional colectiva romántica de la Posmodernidad, porque entiendo que hoy el amor idealizado nos ofrece la salvación frente a la angustia existencial, el horror vacui, y la falta de sentido que impregna la realidad occidental. 
El ser posmoderno es urbanita, se mueve en la sociedad del anonimato y sufre de angustia existencial, hambre de emociones y soledad.
 En este contexto posmoderno,  el romanticismo constituye una creación 
de sentido personalizado y colectivo, una promesa ideal de 
autorrealización, una meta para alcanzar otras metas, como la felicidad.
 Y es que la sociedad occidental ha perdido en gran parte su instinto de
 supervivencia para dar paso al de autodestrucción; de ahí la 
proliferación de las depresiones en el Primer Mundo, que visibilizan la 
angustia vital que sienten las personas una vez satisfechas sus 
necesidades básicas (alimento y un techo donde cobijarse). La sensación 
de alienación permanente que poseen los habitantes posmodernos se 
traduce en un anhelo de emociones placenteras e intensas que consumimos a
 través de los relatos. La necesidad de evasión y de entretenimiento se da en nuestra cultura en unas cantidades y dimensiones hasta hace poco desconocidas.
El amor 
romántico cubre estos anhelos del mismo modo que las drogas, la fiesta, o
 los deportes de riesgo, y además está conectado con lo sagrado: la 
totalidad, la fusión definitiva, el placer total, la eternidad (premisa fundamental de todo amor verdadero). Una de las ficciones más importantes que proyecta el amor idealizado es la del cese de ese doloroso sentimiento de soledad que
 nos acompaña a todos los seres humanos desde la caída de las grandes 
construcciones sociales como la religión o la clase social, y cualquier 
institución en la que antes nos podíamos sentir pertenecientes a una 
comunidad o grupo unido por cuestiones religiosas, económicas o 
políticas. Así, las representaciones simbólicas, con mitos como el de  
la “media naranja” (de resonancias platónicas), nos anuncian el fin de la perpetua soledad a la que estamos condenados. 
Estas utopías emocionales se acoplan al individualismo y al consumismo a la perfección, porque están basadas en la filosofía del sálvese quien pueda y el egoísmo a dúo, una expresión acuñada por H.D. Lawrence para explicar el estilo de vida basado en una forma de relación basada en la dependencia,
 la búsqueda de seguridad, la necesidad del otro, la renuncia a la 
interdependencia personal, la ausencia de libertad, celos, rutina, 
adscripción irreflexiva a las convenciones sociales, el enclaustramiento
 mutuo… 
Este 
enclaustramiento en parejas propicia el conformismo, el viraje 
ideológico a posiciones conservadoras, la despolitización y el 
vaciamiento del espacio social, con notables consecuencias para las 
democracias occidentales y para la vida cotidiana de las personas. Con 
el triunfo del individualismo la
 democracia se encuentra en manos de los políticos, los empresarios y la
 Banca; la sociedad no es gestionada por una población adulta, 
sensibilizada, culta, comprometida y unida. Dejamos, irresponsablemente,
 en manos de unos pocos nuestro destino como especie, y por supuesto, 
coextensivamente, el del resto de los seres vivos de este planeta. 
El 
individualismo como modo de vida ligado al consumismo conlleva también 
una potente sensación de soledad; es normal entonces que la gente quiera
 formar equipos, aunque sean solo de dos miembros, para hacer frente a 
un mundo cruel, jerárquico y desigual. En pareja la
 vida se hace más llevadera por la ayuda mutua que nos prestamos, pero 
no nos queremos ni imaginar cómo funcionaría un mundo en el que se 
practicase la solidaridad de grupos humanos frente a las grandes 
estructuras de poder, es decir, un mundo donde el amor fuese una praxis 
social cotidiana no centrada en un solo ser humano. 
Evidentemente,
 a un sistema capitalista no le conviene una excesiva solidaridad entre 
las personas, ni facilitar la autorganización y autogestión de las 
comunidades; a causa de esta necesidad económica en televisión nunca se 
apela al amor de las personas por sus semejantes, por la totalidad 
humana, ni el amor hacia el propio planeta o el resto de sus habitantes.
 Más bien se le incita al consumismo que es una actividad solitaria o en pareja que ayuda al sostenimiento de la  economía capitalista. 
Sólo se 
representan amores colectivos en televisión cuando se trata de un 
sentimiento social hacia  conceptos artificiales como “nación” o 
“patria”, o
 hacia algún objeto o persona determinada (como la religión cristiana o 
la musulmana, los partidos políticos y sus líderes, los grandes clubes 
de fútbol que aglutinan millones de seguidores, o las estrellas del rock
 o el cine). Por ello he creído importante exponer el reduccionismo 
interesado de la concepción del amor representada en las producciones 
culturales como algo que concierne exclusivamente a dos personas, o como
 mucho al núcleo familiar, excluyendo siempre al tercero, al otro, a los
 y las otras.
Y por ello os invito a sumergiros en los principales mitos del amor romántico para poder analizarlos, de-construirlos, desmontarlos. Poniendo
 al descubierto la distancia insalvable que hay entre la Realidad y las 
idealizaciones, podremos quizás construir relaciones más igualitarias, 
menos dolorosas y menos basadas en expectativas desmesuradas y 
condicionadas por lo que he denominado “el Romanticismo Patriarcal”, que está aún plagado de estereotipos y división de roles de género. Este
 amor patriarcal es, aún, un modelo plagado de promesas que en realidad 
sostienen una interdependencia entre los miembros de una pareja 
engalanado con los adornos románticos. 
El sistema amoroso occidental y su modelo de lo que debería ser que nos impiden construir relaciones basadas en la libertad antes que en la necesidad.
Texto extraído de El rincón de Haika














Brillante... especialmente la segunda mitad, una vez entrado en materia. Me gustaría tener más tiempo para comentar ahora, pero más adelante lo tendré.
ResponEliminaSi tienes tiempo tú, échale un vistazo a una entrada sobre el sexo moderno (en mi país natal, Cuba, y en el mundo) en mi blog, que escribí hace mucho tiempo. Si puedes leerla y perdonar las faltas de redacción, me encantaría leer tu opinión. Sería invaluable.
http://abajoelblogueo.blogspot.com/2010/06/un-pais-bien-templado.html
Un saludo,
Melkay
que me dices del INCESTO, dedica uno de tus archivos al incesto....es q si controláramos todo tipo de atracción hacia alguien no tendríamos posibilidad de enamorarnos. el choque emocional q tuve al reconocer que m enamore de mi hermano fue horrible, reconocer de una vez por todas que me enamore de mi hermano mayor, que no es un simple cariño, ni que solo te sientes identificada con esa maravillosa persona, es real, es amor en todas sus dimensiones, no solo sexual, es esa necesidad enorme de sentirse plena con tu alma gemela. simple mente los prejuicios se han ido formardo en mi mente y lo veo como algo inaceptable, estoy a diario en un dilema etico-moral-biologico-religioso-famliar-liberal, que tengo miedo de demostrarle lo que siento que no lo veo ni nunca lo vere como mi hermano que sueño y pienso en el muchos instantes de mi vida, a veces percibo que el siente algo por mi pero me da miedo arriesgarme a soltar todo, porq sencillamente no quiero perderlo......y la biblia dice Deuteronomio 27:22: `Maldito el que se acueste con su hermana, la hija de su padre o de su madre. Y todo el pueblo dirá: ``Amén.... y solo le creo...mi gran deseo es su felicidad, lo amo tanto que no me importa seguir amandolo en silencio deseandolo, queriendole, haciendolo feliz cada dia q pasa...porq encontre algo en internet que me dijo: el incesto es biológicamente nocivo
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