El Sueño de Venus y Cupido. Marie Constance Mayer. |
La génesis de esta ruindad comenzó con Adán y Eva -fin del neolítico, comienzo del sedentaristo, de la propiedad privada, de la monogamia, del sometimiento de la mujer-. El cacareado pecado original simboliza el trauma primigenio con el que nacemos al ser paridos por una madre cuyos deseos libidinales han sido castrados. De ahí la vergüenza del cuerpo desnudo y el terrible castigo de ¡¡parirás con dolor!!
Dice que las mujeres primitivas orgasmaban al parir, que hoy todavía algunas lo consiguen, las menos, ya que este sistema social ha bloqueado cualquier deseo sexual que no esté orientado hacia el varón adulto. Las mujeres actuales somos el resultado de una larga cadena humana de despropósitos encaminados a destruir nuestra libido natural y el resultado es que estamos desconectadas de nuestra sexualidad primigenia. Nuestro útero se nos ha quedado rígido. Parir nos aterra y nos duele -la regla también nos aterra y nos duele- y esto provoca que las crías lo pasen fatal para llegar a este mundo. Nacer es tan traumático, que ya se queda el miedo metido en el cuerpo y con él la tendencia a ser sumisos y temerosos, a padecer una carencia afectiva perenne que con frecuencia desemboca en odio y violencia.
El periodo de amamantar es una etapa de la sexualidad femenina que aporta un inmenso placer sensual gracias a las cantidades ingentes de oxitocina -hormona de la felicidad- que envuelven al bebé y a su mamá. En condiciones idóneas, ambos viven una especie de idilio romántico que aporta al nuevo ser un soporte extraordinario de fortaleza y felicidad para encarar su vida. Pero esta sexualidad materno infantil es el gran tabú histórico y, lejos de favorecerla, se le ponen un montón de zancadillas. La chorrada -acuñada por Freud y su complejo de Edipo- que plantea que el bebé es un perverso polimorfo que ansía copular con su mamá y cargarse a su papá, viene a avalar el que se trate a los bebés como seres peligrosos con apetitos terribles, a los que conviene someter cuanto antes, refrenar y dominar. Para ello hay que fustigar la tendencia de la madre a embelesarse con mimitos y carantoñas.
Casilda nos insta a desmontar todo este tinglado que emponzoña nuestro instinto compasivo de ayuda recíproca, hay que confiar en nuestra naturaleza evolutiva y tratar de recuperar la magnificencia de la sexualidad materno infantil. Si está en lo cierto, más nos vale abandonar esa frigidez uterina y dejarnos seducir por el placer que supone ser nutrición, ser cobijo, ser regazo y ofrecer nuestros senos palpitantes de deseo a la vida que se abre camino.
Bibliografía: La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente. Casilda Rodrigañez y Ana Cachafeiro.
Republicado de Erotómana
Super interesante rate artículo.
ResponEliminaEste artículo,quería decir.
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