Ilustración de Agustina Guerrero
Nos
rodeamos de pantallas que nos roban el tiempo. Queremos huir de ellas
pero nos aferramos; las criticamos constantemente y las necesitamos.
Son nuestro amor de culebrón. No nos alejamos de nuestro nuevo
teléfono con infinidad de aplicaciones así como tampoco lo hacemos
de aquella persona a la que decimos querer: obsesivamente. ¿Amamos o
creemos amar? La próxima temporada de invierno, los pijamas llevarán
bolsillo para el móvil y batería incorporada. No sabemos medir,
nuestras madres y padres nacidas en la postguerra nos mal
acostumbraron: lo queremos todo, ahora, rápido, en abundancia y sin
demora. Queremos consumir cuerpos y desear aquello que no podemos
tener, dramático y placentero a la vez pues en los escaparates
siempre hay más de lo que te puedes llevar. No nos sirve lo que
siempre nos ha funcionado, queremos lo último del mercado, el ansia
de novedad es insaciable.
Nos
hemos acostumbrado a que la gente esté interconectada las 24 horas
del día, nos parece raro que una amiga apague el teléfono o un
amigo no responda una llamada: ¡a mí nadie me hace esto! Buscamos
cobertura en la playa y la montaña y la buscaremos con la cabeza
inclinada y una mano a la altura del pecho en una fiesta llena de
gente para expandir nuestro límite relacional mientras lo limitamos:
más gente, relaciones más pobres. Esperamos
a llegar a casa para colgar las fotos de esa fiesta y hacer los
comentarios que entre el alboroto y el alcohol no nos pudimos hacer.
700 amistades en el face, cambio
mi estado cada 40 minutos, pero nadie me saluda en mi barrio y no sé
cuáles son los problemas del vecino ya que bastante tengo con
aguantar el volumen de su televisor que enloquece mis escasos
momentos de silencio. En la calle nos nos miramos a la cara,
centramos nuestra atención en la pantalla y los obstáculos del
camino. En el bus nadie mira por la ventana ni le guiña un ojo a la
vecina; estamos leyendo las noticias o jugando a cualquier bobada
gastando nuestras yemas dactilares.
La
sociedad de las pantallas nos da seguridad; no necesitamos
comunicarnos directamente y podemos decir lo que nos plazca gracias a
la mezcla de anonimato y virtualidad; siempre fue más fácil decir
las cosas a la espalda y no a la cara. Nos dan miedo las relaciones
afectivas y los domingos ya no buscamos a la gente en la calle, antes
escudriñamos enchufes para no perder el último suspiro de nuestra
batería.. Ahora mismo tengo 1.269 amistades en línea, paradoja del
amor monógamo y heterosexual que por lo menos ya no piensa en
príncipes azules ni sapos encantados. La pantalla no nos libera de
la angustia, solo la hace más soportable.
Las
relaciones nos dan pereza porque son lentas, requieren paciencia y
esfuerzo; preferimos velocidad, rapidez, cosas fáciles y cómodas.
Follar y punto, pasármelo bien siempre, orgía cada día, non
stop party. El amor languidece a pesar de los mensajes con
emoticonos que intercambiamos. En realidad no siempre nos queremos
ver, solo queremos mantener la apariencia del interés: el sexo
todavía nos atrae y no sabemos cuándo necesitaremos a aquella amiga
a quien no vemos hace meses. La actual sociedad “pantallizada”
nos ubica en la inmediatez y la impaciencia y es incompatible con
valores que requieren una concepción de la vida y el mundo a largo
plazo como la confianza y la amistad. ¡No tenemos tiempo para eso!
El
panorama no es tan decepcionante, hay grietas, resistencias y
perspectivas constructivas. Hay que aprender la naturalidad de la
vida y descubrir la generosidad en el aliento de nuestros amores. Si
tras el análisis racional de una pasión no hay dudas, pisa el
acelerador sin miedo; déjate llevar, la vida es una fiesta y tú
eres la invitada principal. El amor diverso, libre y plural ha de
resistir al embate del alejamiento interconectado; la estrategia será
comunicar el deseo con un hilo y dos yogures, con las manos y la
sonrisa.
Totalmente de acuerdo. Y siguiendo la antigua estrategia de "lo que no se ve no existe", no estando o estando de forma difusa e intermitente en ese sistema de simulación social (o como quieran llamarlo: redes sociales,...)empezamos a "perder cuerpo" (irónicamente).
ResponEliminaLa metáfora del hilo y los dos yogures me ha sacado una sonrisa, de esas que te calientan el corasonsito ^^
Mira por qué sitios más bonicos te encuentro, romita... un beso de yogur a yogur desde córdoba, mujer pez... y poco más que no quiero que el yogur se convierta en pantalla.
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