divendres, 30 de març del 2012

Por qué no… creo en el enamoramiento, Margarita Rosa de Francisco


Estar enamorada me parece absolutamente insoportable. Me ha ocurrido en más de una ocasión, lo cual habla bastante mal del poder de selectividad de ese estado tan venerado a lo largo de la historia de la humanidad. Perpetuado a su vez en incontables canciones que ya gastaron todo el repertorio de frases alusivas a una especie de farmacodependencia severa, pues se refieren sobre todo a la incapacidad total del individuo para tolerar la ausencia del otro. “Sin ti no puedo vivir, me falta el aire, si tú te vas mi corazón se morirá”. No puedo imaginar algo más indeseable que depender de alguien para poder vivir. Y no solo esto, el enamorado tiene tan alterada su conciencia que hasta le cambian las condiciones atmosféricas dependiendo de si la otra persona está o no. “Sin ti todo es gris, tu sonrisa ilumina mi día, el sol sale cada vez que tú apareces”.

Por más felicidad que haya, la sola idea de perder al otro es una posibilidad funesta. De modo que el sentimiento que realmente subyace tras el estado de enamoramiento es el miedo. Si se observa más atentamente, es muy fácil desarticular las estratagemas del ego, que en el patético caso del enamorado es lo único que opera. El subtexto sería algo así como: “Yo necesito algo que solo ese otro puede darme y debo obtenerlo a toda costa aunque tenga incluso que anular mi propio ser”. Sobre este pantano se sostiene la parodia del amor hasta que el mismo ego se encarga de sembrar las primeras dudas, pues por mucho que se niegue, uno se enamora es de la propia proyección de un ideal, no de la persona real que tiene delante.

De ahí el sospechoso amor a primera vista que se encarga de adjudicarle una desproporcionada investidura al recién aparecido y el muy predecible des-engaño, que vendrá no cuando alguno de los dos supuestamente la embarre sino cuando no se pueda sostener por más tiempo la fantasía. La voz del corazón es siempre sabia y susurrada, mientras que la del ego con su lista de demandas es estridente. El corazón no es sordo ni ciego. Si de verdad respetáramos nuestras corazonadas no nos enamoraríamos de tanto pelele que en las primeras de cambio da todas las señales de alerta para salir corriendo.

Publicado en soho

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