dissabte, 31 de març del 2012

La sexualidad hoy, Cristina Corbella Cazalet

De la potencialidad a la realidad

Desde la Sexología, se está llegando al consenso de definir Sexualidad no como algo que tenemos, como un añadido, y, mucho menos, que tenemos sólo durante una etapa, más o menos larga, de nuestra vida, sino como una dimensión que impregna la existencia de toda persona constituyéndonos en seres sexuad@s. Es decir, no es algo que se tiene sino algo que se es. O, para ser más exactos, que se va siendo. Nos vamos haciendo sexuad@s al mismo tiempo que nos vamos haciendo personas.
Se trata de un proceso en el que se integran múltiples elementos procedentes de niveles tan distintos como el biológico, el psicológico (intelectual, emocional, etc.) y el social, cada uno de los cuales aporta una riqueza tal de variables, de matices, de posibilidades, que su combinación va a ser única en cada persona. Es decir, nuestra forma de ser, de vivirnos o de expresarnos como seres sexuad@s que somos, va a ser personal, singular, única y va a ir evolucionando y enriqueciéndose a lo largo de nuestra vida.
Evolutivamente, nuestro cuerpo está preparado para el placer, el contacto, la intimidad y la vinculación. Nuestra postura bípeda nos ha proporcionado la posibilidad de liberar las manos, ya no necesarias para trasladarnos, manos libres, con dedos que acaban en yemas sensibles y no en garras o pezuñas, manos preparadas para tocar, acariciar, abrazar… para la comunicación y el placer. La posición de los senos y de los genitales, más frontales que en otros animales, propician el encuentro de frente, vis a vis. Por otra parte, el hecho de que en la mujer no se dé el celo, sino que la ovulación sea silenciosa va a permitir una interacción más abierta, voluntaria y social y no sólo con fines reproductivos.

Un cuerpo, que desde el nacimiento viene preparado para el placer (auto o compartido) y la comunicación, con sus más de cinco mil receptores sensoriales salpicados a lo largo y ancho de más de dos metros cuadrados de piel. Una piel sin pelaje, desnuda, que forma una enorme zona erótica en la que cada cual, según su experiencia, irá descubriendo sus rincones preferidos, construyendo su propio mapa erótico, nunca definitivo.
Hermoso panorama el que nos brindan nuestras potencialidades. La realidad puede pintar uno bien diferente. Y, sin embargo, en general, no es necesaria una técnica refinada y sólo al alcance de l@s profesionales para hacerles coincidir.

Los «Cuerpos Danone»



¿Cual es la factura? En primer lugar, los complejos: allí donde no somos como el modelo, zona de nuestro cuerpo que no nos gusta (el enunciado correcto sería al revés: allí donde no me gusto, zona de mi cuerpo que no coincide con el modelo). Y si no nos gusta, está muerta al placer, no existe ni para nosotr@s mism@s, ni para compartir. Y si existe es para el malestar, para crear distancia.
Vamos con los ejemplos. Empecemos con la relación que tenemos con nuestro propio cuerpo. No hay duda de que ésta se va a ver condicionada por diversos factores. Uno de ellos es lo que denominamos «cuerpos danone» y no por hacer publicidad sino porque con el sólo nombre ya podemos saber a qué nos referimos: esos cuerpos de hombre o de mujer, cuerpos con las proporciones y las medidas exactas para ser considerados perfectos. Cuerpos que nos venden y que tod@s queremos comprar. Queremos ser atractiv@s y sabemos que cuanto más nos acerquemos al modelo de turno (varía en el tiempo, con las modas, ¡encima!), más cerca estaremos de conseguirlo. Toda una industria de la estética puesta a nuestro servicio para hacer realidad nuestro sueño. Y si no, ya nos ofrecerán, vía publicidad (o contra-publicidad, según a qué subcultura pertenezcamos), algo que ponernos, algo que tener, que nos haga atrayentes a pesar de no dar con la talla. Quien nos crea el problema nos ofrece la solución.
¿Qué hacer? ¿Resignarnos? ¿Pelear con nuestro propio cuerpo para que consiga esas anheladas medidas (aunque nos dejemos la salud y los nervios por el camino)? Si eso nos asegurara el éxito…
Sentirnos atractiv@s no depende de las medidas de nuestro cuerpo, sino de que nos sintamos a gusto en él.
Una de las condiciones para ello va a ser recuperar esas zonas muertas, hacerlas nuestras, integrarlas en nuestro cuerpo placentero. ¿Cómo? Hay un método realmente simple y, sin embargo, muy efectivo. Receta: elige una zona de tu cuerpo que no te gusta. Es importante que sea una por vez. Durante un mes, dedícale un tiempo, unos minutos, todos los días. ¿Haciendo qué? Dándole atención, una atención «cariñosa». Conoce y reconoce esa zona, no desde el juicio estético, sino desde su potencial sensibilidad. Mírala, acaríciala, siéntela desde dentro. Corta con los pensamientos que te hacen rechazarla: si vas a utilizar la sugestión, que sea a tu favor y no en contra. Es un método sencillo, aunque no fácil, como podrás comprobar si te pones a ello. Prueba y, al cabo de un mes, fíjate si las cosas han cambiado.
Los modelos estéticos también nos van a influir a la hora de establecer relaciones (acercarnos o no a quien nos resulta atractiv@, y no me refiero sólo a sexualmente atractiv@) y en el tipo de relación que vamos a establecer. Lo primero es evidente. Me decía una chica: «entro en un bar, me fijo en la gente, veo a un chico (chica) que me gusta y, lo primero es calificar. Pongamos que está muy bien y le doy un nueve. Yo me pongo un cinco, por eso de aprobarse. Conclusión: ni me acerco». ¿Y si el «nueve» hace caso al «cinco»? ¿Que tipo de relación se va a establecer? ¿De tú a tú, de personas enteras que comparten y construyen juntas esa relación? Probablemente sea una relación de dependencia, de «lo que tu quieras» con tal de retener a ese príncipe azul (princesita rosa). Es un buen sistema para asegurarnos el malestar, la baja autoestima, la degradación, el sufrimiento, etc.
Otro tipo de dependencia, no tan evidente, es el hacer depender al placer de la otra persona. Es el otro (la otra) quien te da placer. Es la trampa más sutil pero más efectiva para alienarnos no sólo de nuestro propio placer, sino de nosotr@s mism@s. Nos coloca, tanto a hombres como a mujeres, en un rol de espectador del destino que nos deparará, si hay suerte, ese «experto» o «experta» que nos haga sentir.
Volvemos a la minoría de edad, a la dependencia, al no tener ni voz ni voto.
Ser conscientes de donde colocamos el placer, si en nosotr@s mism@s o en el otro, nos va a dar una de las claves más importantes en cuanto al bienestar (sexual y personal) se refiere. Es la piedra de toque. El placer está en ti (lo que resulta fácil de descubrir cuando se realiza un trabajo vivencial pero no tanto a nivel de discurso). Colocar el placer en ti significa volver a la mayoría de edad, al protagonismo en tu vida. Tienes algo que decir, algo que aportar. Significa retomar las riendas, explorar e ir descubriendo qué te gusta, qué no, en qué momento, de qué manera. Significa saber pedir o comunicar lo que quieres, saber decir que no (ahora no, de esta manera no, esta propuesta concreta no) a lo que no. Significa hacerte cargo de tu placer, de tu responsabilidad. Significa establecer relaciones desde el tú a tú, desde el compartir y no desde el poder o la dependencia. Significa, en definitiva, irte construyendo como persona también en este área.

El modelo olímpico

Cuerpos danone o no, lo que está claro es que antes o después, gran parte de nosotr@s estableceremos relaciones sexuales. ¿Te acuerdas de la primera vez? ¿Qué edad tenías? Tomate tu tiempo.
¿Has pensado en, por ejemplo, la primera vez que esa personita por la que se derretían tus huesillos te dio un beso y volviste a casa en una nube con una sonrisa tonta (tonta porque estaba ahí sin que tú lo decidieras) que duró varios días? O, ¿has pensado en la primera vez que hubo genitales, penetración y (en el mejor de los casos) orgasmo? Pues no es casual. Este es el modelo de relación sexual al uso. Por algo se llama el acto sexual. Claro que puede ir bien adornado, pero cuando te falta algo, si no se dan algunas de estas cosas, significa que el modelo está actuando. Es decir, no es una forma más de relación entre dos personas (heterosexuales, además) sino la forma.
¿Qué implica? Por una parte centrarse (con más o menos rodeo) en unos pocos centímetros del cuerpo, los genitales, dejando de lado, todo el potencial erótico del resto. Con el agravante de que, por nuestra cultura y educación, puede ser una zona bastante desconocida, sobre todo en las mujeres. Damos el papel protagonista de nuestra película a un actor desconocido del que no tenemos la certeza de cómo va a reaccionar. Reintegrar todo nuestro cuerpo, explorando sus posibilidades (que, si es mutuo, puede ser un juego muy placentero), incluir todos los sentidos ¿has probado a olerle de arriba abajo, después de una ducha? ¿Y a ser olid@?), conocer, explorar, mirar los propios genitales, puede ser una manera de romper con esa estrecha carretera.
Que la práctica reina sea la penetración puede llevar a que si, por la razón que sea, no se da una erección, «ya no se puede hacer nada» ¿Nada?
En cuanto a la mujer, la sola penetración no garantiza que pueda llegar al orgasmo (lo que no quiere decir que no sea placentera, claro). Según los últimos estudios realizados en el estado español por el profesor Carrobles, sólo el 25% de las mujeres llegan al orgasmo por la penetración exclusivamente. Es decir, «lo normal» es no llegar al orgasmo por esta práctica a menos que se incluya otro tipo de estimulación. Me parece un dato importante que viene a romper un mito que ha creado bastante sufrimiento.
El orgasmo se ha convertido, hoy, en la unidad de medida de la satisfacción sexual. Es la meta. Lo que puede hacer que, si no nos damos cuenta, vayamos al encuentro sexual con anteojeras que nos impidan distraernos de ella. El río debe fluir recto a su destino, sin detenerse en ningún remanso por delicioso que sea.
Y esto puede hacer que nuestras relaciones se conviertan en una carrera para conseguir el premio final (además, final), en lugar de un vagar placentero y juguetón, disfrutando de cada momento, buscando el encuentro y el gozo compartido. Una carrera con etapas que ir logrando, lo que puede introducir elementos de ansiedad más que de placer. Se va a la cama a dar la talla como hombre o como mujer. Lo que parece importar son los rendimientos: ¿cuántos? ¿cuántas veces?, más la cantidad que la calidad.
Y si, además, el orgasmo no aparece se puede desencadenar un verdadero drama. Cuando una mujer viene a consulta por falta de orgasmo, su planteamiento no suele ser del tipo: «me han hablado de una forma de placer que no conozco, el orgasmo, y quiero descubrirlo e incluirlo en el abanico de formas de placer que conozco», sino desde el dolor y el sufrimiento, poniendo en duda, muchas veces, su valía como mujer, y no sólo en «la cama».
Descubrir si estamos adscrit@s incondicionalmente al modelo, haciendo de él la única forma de encuentro, con más o menos variación, puede darnos otra de las claves para entender la rutina o el desinterés. Si hacemos un paralelismo con las comidas, e imaginamos que, a partir de hoy, cada vez que tengamos hambre podremos disfrutar de nuestro plato favorito, para comer, cenar, desayunar, picar entre horas, etc., siempre el mismo, ese que nos encanta… ¿durante cuánto tiempo? Elaborar una amplia Carta de Placeres, donde además del menú del día podamos encontrar múltiples platos, desde los más sencillos hasta los más elaborados y originales, puede ser una «tarea» divertida y enriquecedora. Tal vez haya un momento para cada plato, y ¿quien mejor que nosotr@s para decidir cual es el más adecuado o el más apetecible?
Si no nos damos cuenta, podemos estar viviendo nuestras relaciones sexuales no desde nosotr@s mism@s, desde lo que nos gusta, lo que nos acerca y nos ayuda a la comunicación y al placer, sino desde modelos que se nos imponen y que nos dicen lo que tenemos que hacer, cuándo, de qué manera y con quién. Afortunadamente es este un tren al que un@ se puede subir en la estación que quiera. Toda la vida somos sexuad@s y en todo momento podemos ir haciendo para que nuestras relaciones sean más nuestras.

Asociación Sexológica GARAIA (Bilbo)

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