La intuición me susurra que si voy a conseguir que el amor de mis
dulces amantes por mí sea eterno y las relaciones que construyo sean
maravillosamente mágicas; le prepararé el desayuno a cada uno y
cada una de las amantes de mis amantes para que repongan energías
tras una noche o más de pura pasión y derroche de energía. Puedo
llevar el chocolate caliente hasta la cama y comentar las mejores
jugadas aunque depende del caso puede que reclame cariñosamente por
no haberme invitado.
¿Escandaloso? Pues tampoco lo sé porque nunca he tenido la
oportunidad de probarlo. Por más libertad, liberación, liberalismo,
libertinaje o como le quieras llamar que haya pretendido rodear a mi
afectividad y mi sexualidad en los últimos años no he puesto en
práctica cuestiones que teóricamente entiendo que son deseables
para un buen vivir relacional por diversas circunstancias.
Respecto a aquellas que dependen de mí, asumo que la primera batalla
en esta vida es cambiarnos y desaprender las lacras acumuladas e
incrustadas casi genéticamente en nuestras interacciones sociales y
sentimentales. Yo cojo mi cincel como una escultora y golpeo
fuertemente el bloque de piedra —mi vida— y la moldeo como puedo;
voy ganando experiencia, afino mejor los golpes y calculo sus
consecuencias. No sé cómo será la escultura y ni siquiera sé si
va a tener una forma comparable a algo conocido pero me niego a que
otros la definan por mí.
También tengo experiencia en equivocarme y mientras me lata el
corazón lo seguiré haciendo, también imagino que moriré con
problemas irresueltos con otras personas por no saber comunicarme
bien y a tiempo. Reconozco que debo de tener un ego inflado que no sé
cómo estallar —la vida me ha tratado demasiado bien—, pero cada
día tengo más claro que mi apuesta en como quiero vivir mis
relaciones es firme y no hay opción a retroceder: a cada paso de
libertad ganado armo trincheras que defiendo con mi vida.
En ese sentido, camino intentando confirmar si la gente es como
parece o dice ser. Me da igual como te definas o como vivas tus
relaciones siempre que nazca de tus deseos y necesidades y las personas con quienes las compartes están de acuerdo y a gusto. Miro con
buenos ojos la monogamia —seriada o no—, la bigamia o la
poligamia siempre que no me quieran imponer a mí ningún modelo. Si
es tu elección, me parece genial que disfrutes tu heterosexualidad,
homosexualidad, bisexualidad o asexualidad pues yo las he
vivido todas. Aunque a veces no lo parezca, me encanta que la gente
se case o viva en pareja, en grupo o manada y que le llame como
quiera. Me fascina aprender cada día alguna manera diferente de
vivir las infinitas diversidades sexuales, de género, de identidad o
de lo que sea. Lo que no veo bien es que vivas así porque no te
atreves a ser como eres o te dejas llevar por la corriente, aunque
insisto que mientras no me lo quieras imponer a mí, sé feliz como
puedas.
Yo promuevo algunas
reflexiones y prácticas que me parecen fundamentales para un buen
vivir. Por eso, ruego a mis musarañas que me den la sabiduría para
ser capaz de enviar señales de humo para proponer al mundo que
amemos en libertad antes que amarrar a alguien con cadenas
emocionales invisibles. La gente nunca está satisfecha: si tiene
poco, quiere más; y cuanto más tiene, más quiere. Yo creo que una
persona que no desea nada es feliz; la contradicción de la sencillez
es revolucionaria.
Quien ama a otra persona
debería querer liberarla hasta de sí misma y cuidar sus hermosas
alas. En vez de alejar a esas personas de posibles amantes,
deberíamos promover —o por lo menos facilitar— que los pruebe
todos y repita siempre que lo desee. Si después quiere seguir
disfrutando de tu cuerpo y tu amor es porque la relación que
construiste está por encima de calentones puntuales —sanos y
necesarios— y modas pasajeras —recargar los pulmones con aire
nuevo nos ayuda a respirar mejor—. Incluso si esas personas
permanecen en la vida de tu amante por un rato o una buena temporada
lo más sano es hacer compatible ese cruce de caminos tal y como te
gustaría que te pasara a ti. Simplemente pienso que si me dejas ser
como soy, podrás ser como eres: todo un lujo en esta sociedad
castrante.
Hay quien piensa que tener
otras relaciones puede provocar que alguien deje de amarte, pero está
estadísticamente probado que mayoritariamente la gente deja de
querer compartir su cuerpo o su vida con otra persona por otras
razones diferentes a la aparición de nuevos amantes. Romper una
relación a causa del intercambio secreto o consentido con otros
cuerpos suele ser la excusa fácil para resolver otros problemas de
fondo que no abordamos por falta de comunicación, miedo o simple
costumbre. Los lazos que tejemos a nuestro alrededor no son pompas de
jabón que revientan tan fácilmente.
Así pues, la recomendación
es que vivas tu vida, la tuya, como te guste y desees y que la hagas
compatible temporal o indefinidamente con aquellos seres que se
esfuercen para que vueles lo más alto posible. Lo contrario secará
tu pozo sin que te des cuenta.
Adenda: La cultura negra
palenquera —sobreviviente y resistente a la esclavitud— llora el
nacimiento y festeja la muerte. Venir a una vida en esclavitud era un
lamento y dejar este mundo, la liberación. Hay que dar hasta la
última gota de nuestros sueños para invertir esa terrible ecuación.
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