El panóptico de Bentham es una cárcel
en la cual todos los prisioneros son vigilados desde un único punto
sin que el vigilante sea visto ni oído. El recluso no sabe si está
siendo vigilado y no tiene manera de averiguarlo. El objetivo es
someter a los presos con el miedo: ni siquiera hace falta que el
vigilante vigile, bastaría con que los vigilados sientan que podrían
ser vistos haciendo algo que no deben para que el individuo lo
interiorice hasta el punto de vigilarse a sí mismo y no exceder
voluntariamente los límites de la norma. La mirada omnisciente es la
idea del poder en sí mismo: poder para controlar a las personas y
modificar su conducta. Es el éxito del poder, el fin de la rebelión,
la generalización de la docilidad y la sumisión, la inquisición
interiorizada en cada individuo, el orgasmo de los represores que
inculcan religiones cuyo Dios omnisciente todo lo ve para planificar
la autocensura.
Ante todo modelo autoritario siempre
hay rebeldes y desobedientes igual que guardianes de la moral y la
costumbre, la tradición y hasta la estética y el buen gusto. Sí,
por absurdo que nos parezca, hay normas para definir hasta lo que es
bello y si te maravilla algo que la ley dice que es feo, en el mejor
de los casos serás castigada con la burla.
Los primeros guardianes son nuestras
madres y nuestros padres que nos preparan para la vida adulta
enseñándonos como primera lección la negativa a nuestros deseos y
necesidades de juego y curiosidad. La repiten repetitivamente; la
interiorizan hasta que la asumimos como lógica. Van aplanando el
camino para que el panóptico
se incruste en nuestras vidas incluso con agresiones “justificadas”.
Hasta las madres más libertarias reproducen modelos represivos sin
que nadie pueda entrometerse en esa relación desigual —solo amos
superiores como el padre o el Estado pueden intervenir—; los hijos
como los animales gregarios solo responden a la voz de sus amos y a
los amos hay que respetarlos.
Luego
la escuela se convierte en el mecanismo más efectivo de imposición
de obediencia y sumisión. Durante los años de la formación de la
razón y el entendimiento, de la capacidad de reflexión y duda, de
la explosión de la curiosidad y la necesidad de aventura quienes
ejercen la docencia se convierten en guardianes de la moral imperial
que nos condiciona para la vida adulta en la que temeremos a la
libertad y censuraremos nuestra rebeldía. Todo estará mediatizado
por la norma, la obediencia al maestro y la falta de autonomía. El
rodillo cumple mejor su función cuantas más veces pasa por el mismo
lugar.
Lo
importante en la casa o en la escuela no es tanto el contenido
educativo —aunque en la mayoría de casos son conocimientos básicos
para la producción— sino que lo fundamental es interiorizar el
mecanismo que se reproduce y se mete por cada poro de nuestra piel
como un virus. El objetivo es llegar con la cabeza lo suficientemente
agachada a la fábrica para no crear problemas y que el patrón nos
pueda explotar y doblegar la moral a su antojo sin necesidad de
emplear la fuerza. Con supervisores o incluso simplemente unas
cámaras hace que nuestro contrato de trabajo sea una tenaza al
cuello pues el banco con su hipoteca y el Estado con sus impuestos ya
nos echaron sus manos a nuestra vía respiratoria.
Por
si algo falla, en las calles la policía se encargará de corregir
las desviaciones residuales y proteger los intereses oligopólicos y
del papá-Estado a su servicio. El miedo al dolor físico y a las
consecuencias judiciales de nuestras acciones nos somete
implacablemente y nos hace actuar como excelente correa de
transmisión para que nuestros iguales se queden en casa y no
desobedezcan una sola coma del enunciado.
Si no
tuviéramos miedo, hace rato que seríamos libres. Pero hasta nuestra
libertad nos da miedo y no queremos ejercerla. Nos acostumbraron a
depender de alguien o de algo para comer, para tener un techo, para
conseguir lo que necesitamos e incluso para amar. Salirnos de esa
dependencia puede significar que estemos “solas” y el modelo a
seguir no es ese: nos obligaron a depender de una sola persona para
perder el vínculo con el resto de la sociedad. Personas de 20 o 30
años tienen miedo de envejecer “solas” cuando ni siquiera
conocen todas las posibilidades de relacionamiento que podrían
llegar a experimentar antes de decidir cuál les conviene.
Es
lógico, si quisiéramos probar diferentes vínculos sexoafectivos
estaremos en permanente vigilancia incluso en el nombre de la amistad
o el amor. Algunos seres nos permitirán experimentar sin
denunciarnos en un ejercicio que creerán dignos de un monumento a la
tolerancia siempre que apliquemos modelos ya más o menos
experimentados.
Y
todo el método relatado funciona: el mundo está lleno de guardianes
de la moral y enemigos de la curiosidad y la aventura en las
relaciones humanas. Todo lo que se sale de la norma es censurado y
castigado. Y cuanto más se aleja de la norma, peor. Fruto de todo
este proceso hay individuos tan vacíos que necesitan vivir la vida
de otras personas y ante sus propias carencias pretenden regular el
caminar de sus semejantes en vez de explorar su potencial. Y eso es
porque quienes no realizan su propio potencial es improbable que
reconozcan el potencial de otros seres. Pretenden ser amos y también
hay que respetarlos.
Uno
de los lugares más curiosos de este entramado es el matrimonio o
como le quieras llamar al vínculo sexoafectivo entre un hombre y una
mujer que se mantiene estable por el tiempo y que además no incluye
la participación sexual conocida de otras personas. Tenemos clara la
norma y los límites que nos impone la moral, no necesitamos hablar
con nuestro par para asumir el modo de convivir y de regular nuestro
vínculo sexual, nadie nos coloca cinturones de castidad, nos los
ponemos solitas. Cada miembro de la pareja pretende ser el amo del
otro y hay que respetarlo porque así es la norma.
Y
desobedecer la norma implica castigos, rechazo y problemas de todo
tipo en todas las cárceles. Toda huida tiene su emoción y placer y
no hay que mirar atrás ni dejarse atrapar. En este juego tiene una
consideración importante el arranque del texto: el recluso no sabe
si está siendo vigilado y no tiene manera de averiguarlo. Así, lo
curioso en cárceles como el matrimonio es que nos podemos salir de
la norma siempre que nuestra pareja no se entere; la hemos tocado y
sabemos que no es omnisciente, suponemos que no nos ha colocado
dispositivos de control y no revisa nuestras cosas. Simplemente
tenemos que esconder rastros y evitar que nos dejen perfumes o
huellas nuestros amantes o enredos sexuales ocasionales. De esa
manera mantendremos la ficción de la autoridad de la norma mientras
en el fondo nos la queremos saltar a cada rato.
¿Y
no sería mejor hablarlo? Evidentemente que la respuesta es sí. Pero
en vez de proponer nuevas normas consensuadas entre los miembros del
grupo, por pequeño o grande que sea, nos empeñamos en seguir las
leyes supuestas, sobreentendidas, las que siempre fueron así. Los
pocos intentos que existen que cuestionan este contrato no son
sencillos de plantear y supone un dilema hacerlo con la persona con
quien deberíamos tener más confianza. Igualmente, merecen ser
vistos como actos de valentía de cuyos errores hay que aprender para
mejorar la rebeldía y la insumisión al sistema. El reto para los
espíritus libres es no dejarse gobernar y seguir siendo rebeldes
románticos enamorados de sus ideales y de las personas que les
impulsan hacia ello.
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