Somos un tejido amoroso hecho a base de conexiones y encadenamientos
inesperados: unas personas aparecen en nuestras vidas para
conectarnos con otras y éstas con otras y así hasta el infinito.
Hay que saber agradecer lo aprendido, vivido y compartido con quienes
quedan atrás y especialmente que esas personas nos hayan contactado
con otras con quienes la vida se renueva y nos abre senderos mágicos
con puentes de madera para cruzar ríos invisibles. El secreto es el
abrazo sincero; yo huyo del golpecito en la espalda y busco los besos
que dejan marca. ¿Y qué es el amor si no es estar feliz por conocer
lo que otros seres te dejan ver?
Vivir debería parecerse a lo que sueñas y que tu casa tenga una
huerta espléndida, chimenea para el frío y bomba de calor humana
para las noches. En esa línea curva la mente se avanza al cuerpo
para que los pies caminen con seguridad; los argumentos suelen sobrar
pero la decisión es lo más difícil de enhebrar aunque imparable si
la voluntad es firme. Una vez en su punto, todas las piezas juegan
con ese objetivo y se colocan en la mejor posición. Ahí es cuando
los viajes no admiten vuelta atrás y, como huracán o tsunami, no
pasas desapercibida. La mezcla de sensaciones es inevitable; el
miedo, la ilusión, la alegría y la incertidumbre se mueven en el
mismo tablero sin orden lógico para las mentes obtusas.
Si tus dudas te ciegan, regálate una bicicleta cósmica y pedalea
por el universo para disfrutar el presente y sonreirle al futuro.
Protegerse demasiado puede provocar que te rompas una costilla.
Cógela suave; nadie que te ame en libertad pretende robar tu
autonomía ni tu necesidad de espacio. La solución está en mirar
los acontecimientos con simplicidad y expresar francamente lo que
sientes mientras escuchas a las demás. Tener muy claro el discurso
no significa que una siempre sepa qué hacer con él.
La vida real la vemos en un espejo, nos hacemos trenzas para caminar
por la selva y caminamos silbando para ahuyentar a los malos
espíritus que se disfrazan de pasado rencoroso. La supervivencia no
puede sustituir la vida plena y en libertad. Esta era está pariendo
una nueva y necesitamos creer que podemos cambiar la realidad, por lo
menos la nuestra si nadie nos quiere acompañar.
Por ahora lo más cercano a una crisis existencial es aburrirse de
los caminos ya conocidos. Tras experimentar un tipo de vida y
observar que la mayoría de esos caminos están agotados solo falta
saber cerrar ese capítulo y estar a la espera indefinida de nuevas
ilusiones. Las crisis son oportunidades que hay que vivir con
paciencia y buen humor, momentos excelentes para madrugar a caminar y
adelantarse al sol. Incluso para posibilitar el inicio de nuevas
ilusiones hay que remar en el sentido contrario al avance del sol,
afrontar los obstáculos y mirar a los miedos con los ojos bien
abiertos. La posibilidad de equivocarse es más elevada que nunca
porque decidimos hacer algo diferente a la norma, corremos el riesgo
de meternos en un laberinto sin salida. Por si las moscas hay que
clavar estacas bien fuertes para no dejarse llevar por la corriente.
Si no estás dispuesta a morir por algo es que tampoco querrás vivir
por nada: apártate del camino, quédate en casa, no interrumpas el
paso.
Sin desprendernos de todo lo aprendido, hay que desear vivir nuevas
sensaciones y buscar compañía cuando sea necesaria y deseable y la
soledad cuando sea imprescindible y saludable. ¿Y qué es el
erotismo si no es compartir la desnudez en una cama sin obligarse al
coito? Debemos buscar a las otras personas sin absorber su energía y
para multiplicar su potencial transformador. Debes acordar el
andamiaje de tus principios y negociar los ajustes logísticos si
estás dispuesta a subirte al barco cuya bandera ondea de las
palabras a los hechos.
En ese tránsito aparecen todo tipo de ilusiones. Entre ellas hay
obsesiones sanas, aquellas que te levantan por la mañana con ganas
de comerte el mundo: si amas algo, desde que abres los ojos lo
persigues. Para poder obsesionarse sanamente hay que perder el miedo
a dejarse llevar y así profundizar en todos sus desvíos
imaginables. La obsesión es un miedo más y hay que saber
enfrentarse a ella; como en el aikido, hay que aprovechar su fuerza
en tu provecho y no pretender eliminar a tu supuesto adversario que
nunca es tu enemigo.
Luego están las otras obsesiones, las que te ciegan y te anquilosan
el esqueleto, las que deberían ser nieblas pasajeras y no nieves
perpetuas. La lucha callejera puede mostrarnos soluciones: una
botella con gasolina, un trapo y una chispa que prenda la llama del
caminar con la cabeza bien alta. Como hay de todo en este mundo,
quizá haya quien necesite un remedio casero para que la sangre
vuelva a alimentar su cerebro. Para evitar los escupitajos, improvisa
un karaoke en cualquier parque, grita en la ducha, salta por el
balcón de la represión, ponte tu ropa más sexy, vuela ligera, pero
no te dejes inocular el veneno maligno que pretende que ajustes tu
vida a la norma.
Si te crees suficientemente madura, salta la barrera de las
prevenciones —aunque siempre quede alguna para no perder el
equilibrio— y planifica el asalto al infinito, mira a tus cómplices
a los ojos y expresa tus deseos y necesidades sin ansiedad ni miedo
al desafío o a las contrariedades. Las contradicciones son y serán
inevitables y necesarias para conocerte mejor pero nada insuperable
que el amor no pueda suavizar: ¿quién no se pelea en la manera de
cocinar o no sabe cómo presentar un nuevo amante a sus antiguos
amantes? Ante las dudas, dile a la luna que te dé un poco de
paciencia y buen humor para afrontar lo más desagradable de tu red
de afectos. Mientras tanto, procuraré inventar un extraño brebaje
que cosquillee tu vientre para construir relaciones sencillas y
placenteras, vacuna experimental contra la rabia, la sumisión y la
indiferencia; suave poción para acariciarte los pies cuando la panza
te lo impida.
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