Francisca
Martín-Cano acaba de publicar el Tomo 1 de su libro:
Sexualidad femenina en diversas culturas. De ninfómanas a
decentes, editado por Chiado. Es una
investigación interdisicplinar del papel que tenían las mujeres y
varones en el Prehistoria, muy diferente de la que los Manuales
académicos prehistóricos han divulgado.
En su obra Martín-cano cuestiona la historia
producida bajo una visión androcéntrica y subjetiva (desde la
perspectiva masculina y machista) y que la visión patriarcal
imperante desde que nació la disciplina se empeña en afirmar que es
la “verdadera” y no quiere dar entrada a la perspectiva femenina
y feminista.
LO QUE MUCHOS CREEN DE NUESTROS ANCESTROS
PREHISTÓRICOS
Tanto los arqueólogos, como los antropólogos, así
como los divulgadores científicos y los escritores de ficción, han
convertido de domino público falsas ideas estereotipadas sobre la
Prehistoria desde que comenzaron a imaginarla hace poco más de un
siglo. Y falsas ideas en la que muchos creen como verdad absoluta y
“demostrada”, cuando no son más que las originadas bajo la
visión machista de historiadores androcéntricos y pregonadas
durante cientos de años por divulgadores de la Prehistoria.
Es lógico que todos tuvieran esos prejuicios, pues
estaban sometidos y coaccionados por los mismos esquemas mentales y
crecían sometidos a los mismos estereotipos sexistas vigentes en su
época, que afectaba también a los “científicos”, autores de
las fuentes en las que bebían. Fácilmente popularizaban tales
ideas, puesto que todos se movían por el mismo respeto reverencial
por los credos caducos, y no se atrevían a ponerlos en duda, ni a
declararse escépticos para no arriesgar su respetabilidad. Y también
tales ideas satisfacían sus creencias extracientíficas:
filosóficas, ideológicas o religiosas.
Así que, en el occidente patriarcal, se cree de
manera generalizada, que: los varones cavernícolas tomaban la
iniciativa e imponían de forma brutal la relación sexual a mujeres
sumisas y maltratadas; que la mujer prehistórica era un ser
dispuesto a someterse y a pagar con sexo la carne que su «proveedor
cazador» le traía para mantener a «su familia», a pesar de que
los nuevos descubrimientos antropológicos, etnológicos, etológicos,
arqueológicos…, lo desmientan.
Esos historiadores denominarían, al igual que los
hermanos de sexo del mundo en que se desenvolvían, a la acción de
acoplarse (con la que era su dependiente en lo económico y pasiva
esposa, o con la mujer a la que pagaban su favor sexual), como
«joder», sinónimo de «fastidiar». Así que no sorprende que los
varones de culturas patriarcales occidentales aprendiesen que los
esposos habían de “joder” a una consorte que no tenía deseo
sexual; mientras que las mujeres aprendiesen que las esposas habían
de someterse y dejarse fastidiar por su futuro sustentador por
intereses económicos: para su mantenimiento y el de sus hijos. Y
sugerencia de tener que dejarse «joder» / fastidiar y padecer la
penetración como una violación que incluso se aconsejaba a las
inexpertas para la noche de bodas: «Cierra los ojos, ábrete de
piernas y piensa en Gran Bretaña».
Así que desafortunadamente la mayoría de las
personas que vivían en ese ambiente en el que las mujeres se dejaban
fastidiar con la cópula como pago a un esposo sustentador,
terminaron por pensar que ello ocurría desde el nacimiento de los
tiempos, porque era ¡«genético»!
Además, todavía algunos investigadores del siglo
XXI, siguen bajo el influjo de tales condicionantes y visión sesgada
y androcéntrica. Y siguen organizando los datos de forma ilógica.
Lo ponen de manifiesto, cuando, incluso aceptando la idea innovadora
de que el género femenino en la Prehistoria era de vital importancia
dentro de la vida económica, pues en el Paleolítico Superior (desde
hace unos 45.000 años): Las mujeres proporcionaban el mayor aporte
de calorías al grupo, y regularmente y: En el neolítico, la mujer
se convirtió en fuerza de trabajo para el cultivo, según transcribe
Gutiérrez las palabras de un paleontólogo, sacan
la conclusión incoherente, de que del hecho de proporcionar
sustento, constituye la evidencia de que la mujer neolítica ¡estaba
esclavizada! ¡Y la convierten meramente en: … un valor de cambio,
en una mercancía, en un objeto!
Parecería que parapetado en la visión sesgada y
manipuladora que considera como esclava a la mujer agricultora
neolítica [desde su invento hacia el año 10.000 adne (antes de
nuestra era) hasta hace unos 3 mil años en Europa],
querría evitar que llegase al conocimiento de la población general
la idea de que, en el Neolítico, inversamente, las mujeres tenían
autonomía económica y actuaban con gran apetencia sexual. De ahí
la manera tendenciosa de describir los hechos, para evitar que fuese
la prueba que constatara lo contrario de lo que defiende.
Ante tales afirmaciones androcéntricas, nos
permitimos observar que se podría esperar una lógica más rigurosa
de ese estudioso, porque ¿Cómo se puede considerar esclava a una
valiosa mujer neolítica, ante la convicción de que tenía un papel
crucial en su sociedad, al ser la genial innovadora agricultora que
conseguía los alimentos para su grupo matricéntrico, mucho antes de
que naciesen las responsabilidades del esposo sustentador?
¿Como pensar que una proveedora iba a ser una
esclava y no iba a ser tratada bien por varones dependientes de ella,
para evitar perder su vestido, alimentación, acceso sexual…?
¿Cómo igualar el estatus de la mujer cuando tenía
un gran valor económico, y por ende, dictaba normas, tenía libre
decisión de elección de pareja y conducta sexual promiscua,
bisexual…, a la mujer explotada, objeto sexual protegido y con
sexualidad restringida que apareció muchos siglos después, cuando
fue convertida en verdadera esclava, tras perder el poder?. (Y ello
ocurrió cuando se produjo el enfrentamiento entre los sexos, tras el
ataque violento masculino de las sociedades femeninas defendidas
pacíficamente y que culminó con la victoriosa sociedad patriarcal).
El paleontólogo misógino que hoy día considera a
la mujer neolítica como «esclava», comete el mismo error de lógica
que algunos prepotentes viajeros occidentales cuando visitaron por
primera vez ciertas sociedades primitivas maternales. Frente al hecho
de que allí se adjudicaba a las mujeres los pesados trabajos del
cultivo del campo, y a pesar de que estaban acostumbrados a la forma
opuesta occidental, en donde la economía y el trabajo residía en
manos de los «privilegiados» varones trabajadores, no utilizaron la
misma vara de medir y calificaron a las mujeres autónomas
trabajadoras, de manera sexista como «esclavas» y «putas
lascivas», dado que tenían sexualidad libre.
ES IMPRESCINDIBLE INCLUIR LA VISIÓN
FEMINISTA
Claro, que no todos los estudiosos defienden los
mismos sofismas. A final del siglo XX algunos investigadores,
sabedores del imperialismo cultural machista, empezaron a poner en
entredicho el paradigma -generalizado en los Manuales académicos-
que defendía la visión dramática de la mujer prehistórica como
objeto sexual y sustentada por cazadores. Y cada día aumentan los
estudiosos que están dedicados a la revisión del pasado, sin seguir
los monocarriles condicionantes que sólo han llevado a los
historiadores androcéntricos a metas erróneas.
Esos revisionistas critican a los que se consideran
«objetivos», pero siguen creyendo en ideas y tabúes que no se
diferencian de las tendenciosas teorías popularizadas por la
comunidad ¿«científica»? conservadora de hace un siglo: Los
arqueólogos, en su faceta de exploradores y descubridores, han
mantenido el mito de la investigación objetiva mucho más tiempo que
los especialistas de otras disciplinas de las ciencias sociales. (…)
Sin embargo, en los últimos años, la disciplina está comenzando a
tomar conciencia sobre el hecho de que nuestras nociones sobre el
pasado, epistemologías, campos de investigación, metodologías e
interpretaciones están lejos de ser neutrales…. (diferentes
afirmaciones) muestran que la arqueología se halla fuertemente
ligada y condicionada por la sociedad que la mantiene (Gero, 1999:
341).
Y afortunadamente, desde que en el siglo XX muchas
mujeres se acercaron a todas las disciplinas, de las que habían
estado injustamente excluidas durante cientos de años, empezaron
también por fin a dar interpretaciones plausibles y validas a los
hechos del pasado, casi siempre enfrentadas a las que habían sido
dadas hasta entonces por varones. Algunas, han sido descalificadas
por «feministas» y subjetivas, pero se podría alegar que no serían
más subjetivas que algunas de las hipótesis masculinas «machistas»
dadas por casi todos los historiadores hasta hace poco y que han sido
generalmente aceptadas, a pesar de su impostura.
De forma que, cada día disminuyen los que se
atrevan a acusar a las investigadoras de dejarse cegar por su
prejuicios «feministas» y cínicamente no vean los que les ciegan a
sí mismo como «machistas», puesto que se habrían basado en una
selección de datos etnográficos, despreciando la mayoría que
beneficia al género femenino.
En lo que muchos están ya de acuerdo es que para
avanzar en el conocimiento del pasado, se necesita sentido crítico y
apertura de mente para integrar la visión sesgada
masculina-machista, con la incorporación de la visión
complementaria, la femenina, o mejor dicho la feminista: Para
terminar con la opresión de la mujer en nuestra sociedad hay que
reconocer que las descripciones masculinas del mundos son incompletas
(Jones y Pay, 1999: 323). Las mujeres sólo pueden obtener poder y
autoridad si optan por reescribir la vieja (y masculina) historia
política usando nuevas categorías para el análisis (Dinan y
Meyers, 2002: 17).
Y desde luego, es imprescindible introducir el
factor del género para conocer el pasado y desenmascarar la supuesta
neutralidad de los historiadores «machistas» y a veces, además,
misóginos, que han sido portavoces sumisos de la visión patriarcal:
En este artículo he planteado algunas de las estrategias con las que
las mujeres están empezando a asumir el control sobre su propio
pasado. (…) Para ello resulta indispensable, la perspectiva que
aporta el feminismo. Y no porque se trate sólo de un remedio, sino
porque cuestiona lo que durante tanto tiempo ha sido considerado
importante y porque supone una protesta política en contra de hacer
un pasado exclusivo de los hombres (Jones y Pay, 1999: 337).
Y si tal labor la asumen también varones
«profeministas / antisexistas», ¡bienvenidos sean a la tarea de
reevaluar y criticar el conocimiento que nos ha vendido el punto de
vista machista!
republicado de elciudadano.cl
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada
¿Qué te ha parecido este texto? ¿Algún comentario?