“Al
principio, no me verás ni entenderás pero tienes que tener paciencia y
mirar. Con perseverancia y sin prejuicios, con libertad y con deseo,
mirar. Con la fantasía desplegada y el sexo predispuesto –de
preferencia, en ristre– mirar. Allí se entra como la novicia al convento
de clausura o el amante a la gruta de la amada: resueltamente, sin
cálculos mezquinos, dándolo todo, exigiendo nada y, en el alma, la
seguridad de que aquello es para siempre. Solo con esa condición,
poquito a poco la superficie de oscuros morados y violetas comenzará a
moverse, a tornasolarse, a revestirse de sentido y a desplegarse como lo
que, en verdad, es: un laberinto de amor”.
“Hace
un instante estabas ciego y de hinojos entre mis muslos, encendiendo
mis fuegos como un sirviente abyecto y diligente. Ahora gozas mirándome
gozar y reflexionas. Ahora sabes cómo soy. Ahora te gustaría disolverme
en una teoría”.
“¿Somos
Impúdicos? Somos totales y libres, más bien, y terrenales a más no
poder”…. “Nos han dejado sin secretos mi amor. Esa soy yo, esclavo y
amo, tu ofrenda. Abierta en canal como una tórtola por el cuchillo del
amor. Rajada y latiendo, yo. Lenta masturbación, yo. Chorro de almíbar,
yo. Dédalo y sensación, yo. Ovario mágico, semen, sangre y rocío del
amanecer: yo. Esa es mi cara para ti, a la hora de los sentidos. Ésa soy
yo cuando, por ti, me saco la piel de diario y de días feriados. Esa
será mi alma tal vez. Tuya de ti”.
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