dimarts, 29 de maig del 2012

Lentitud, Valmore Muñoz Arteaga



Hace muy poco tiempo supe de un movimiento ¿filosófico? llamado Slow y que uno de sus promotores es Carl Honoré de quien sé muy poco. Sólo me llamó la atención la cierta sintonía entre lo que ellos proponen y las cosas que vengo pensando desde que me he descubierto hombre en los linderos de tu cuerpo. Honoré plantea que la actualidad de alguna manera nos obliga a reconectarnos con la tortuga interior que yace entre las múltiples cosas que, por lo visto, hay dentro de cada quien. Vivir con sosiego en un mundo tejido con hilos de tiempo que parece no alcanzar para nada suena, de entrada, un poco utópico, pero, si lo vemos bien, no lo es tanto. Es un asunto de paladear. En un texto que escribí hace tiempo sobre Nietzsche decía que no puede existir aprecio por la vida cuando se vive de prisa, cuando todo pasa sin que pase nada puesto que no le hemos dado tiempo al tiempo que somos y que hacemos. No hemos aprendido –en este mundo no creo que se pueda– a disfrutar, a paladear, a degustar, a saborear, a relamernos con los ojos en blanco la construcción de ese ser siendo. El ser se construye a sí mismo o, como apuntara Sartre: es lo que hacen de él. ¿Cómo me hacen a mí lo que soy? ¿Soy lo que han hecho de mí? ¿Soy lo que soy porque así soy? O ¿soy la sombra de lo que pudiera ser? Sobre estas preguntas, Nietzsche arroja sobre la conciencia la idea de la lentitud. La lentitud para contrarrestar la minusvalía a la que nos ha sometido la esclavitud de no tener tiempo más que para perder el tiempo y no pensar y relajarnos en nosotros mismos. Pensar sólo en la superficie para desechar la posibilidad de ser pozo profundo. Pozo, espacio para que las palabras cobren la fuerza de otra fuerza. Ser pozo profundo es no ser para todos o para ninguno, es ser para nosotros en función del otro que es para sí mismo. Vivificarnos a través del desenvolvimiento muy lento del tiempo, que está en el mundo –dirá Hermes– como en su receptáculo, y el mundo está dentro de la eternidad.

Kundera en su libro La Lentitud dice que Cuando las cosas suceden con tal rapidez, nadie puede estar seguro de nada, de nada en absoluto, ni siquiera de sí mismo. Paladear, relamer lentamente. La lentitud es la vida como orgasmo infinito. La vida para festejar el tiempo del cuerpo. Todo esto parece tener sentido cuando recuerdo el detenido y frágil movimiento de mi lengua sobre y dentro de tu sexo y la reacción que tu cuerpo tiene ante ello. Comer sin prisa. Detenidos en la espesura de la saliva que suda la lengua, de la saliva que exuda tu sexo. Detenidos en el movimiento que parece no moverse, pero que va acumulándose en sordos espacios de piel erizada. Comer sin prisa. Sin precipitarse. Lento tan lento que la lengua parezca no hacer nada más que, como dice Gonzalo Rojas, a mí se me salga la muchacha y a ti te salga yo por la propia espontaneidad de la piel sometida a la eternidad de chapoteo de salivas. Que la lengua flote en la ruta que divide tus carnes mientras tú y yo crecemos en la lenta desesperación lenta que se nos agolpa. Oscuros más oscuros. Densos más densos. Que el tiempo se arrastre a nuestro tiempo que no tiene tiempo pues lo tiene todo cuando en mi cuerpo se despiertan sus cuerpos en tu cuerpo.
Tu cuerpo sobre mi cuerpo comiendo de mí sin prisa tratando de vencer la frenética rapidez de estos 100, 200 años. Hay tiempo para recorrer entre entrada y salida los versos del Cantar de los cantares para flauta y vihuela. Me dejas entrar hasta la raíz del alma. Sépanlos cuantos este mi verso vean. Me dejas salir hasta casi sentir el aire. Que te amo. Vuelves a dejarme ingresar lánguidamente, quedamente, perezosamente. Del amor mayor. Hasta el fondo del fondo. Hasta el límite mórbido de tu oscuridad más íntima. Aprieto. Empuño. Que posible sea. Comienza el paso pesado hacia afuera y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez. Quédate al pendiente del cielo. Miradas enroscándose en el lento tañer de las cinturas. Las cosas son / Las cosas van. Nos visitamos parsimoniosamente los incendios. Dilatamos y encogemos. Te enseñaré el secreto onomatopéyico del mundo. Torcemos y encorvamos. Daré todo a las mesas anatómicas del masticador de entrañas. Espasmos lentos, viscosos, espesos. Espasmos tuyos. Espasmos míos. Abriré la puerta sumisa. Lento tan lento hasta ser rumor de barro, fatigado deambular de insectos nocturnos. En la hora del fantasma. Esa sonrisa tuya cuando empuño. Esta cara mía de dientes apretados. Llamados de victoria de Stalingrado. Lento, muy lento hasta la palidez.
Lento tan lento como aquella vieja canción de Miguel Bosé que se arrastra sobre el tiempo como si, luego de iniciada, no quisiera acabar nunca.

1 comentari:

  1. Muchas gracias por hacer correr mi voz. El nombre de mi blog cambió. Ahora se llega a él a través de la dirección eldiariodelinvisible.blogspot.com

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