Extiende tú la mano
y mira como alcanzas la mía en la distancia;
si pareciera casi
que un volcán de kilómetros, en erupción fantástica,
se transformara en nube de cenizas,
se convirtiera en nada.
Tan cerca estás... tan lejos,
que casi siento encima tu fragancia;
que casi tacto el viento que surgía
de tus manos abiertas, como pampas!
Vuelve tus ojos como quien no quiere
y encontrarás los míos en cada madrugada;
en el temblor que deja el horizonte
con cada sol que se alza;
en cada nubarrón que trasnochó en la selva
y llevó apenas una gota de agua
hasta la cara misma de la tierra
donde dejé una lágrima...
quizá dirás entonces
que amaneció llorando la tierra abandonada!
Lanza un grito hacia el cielo
y espera... La lejana
oquedad del abismo
le hará nacer un eco a tu llamada,
multiplicada en el vacío inmenso
que habita en mi garganta...
No será más el eco de tu grito
sino el alma del eco del grito de mi alma!
Ya ves, estamos lejos... Estamos cerca... Estamos juntos...
¡En medio de una enorme distancia aniquilada!
(Nicaragua, 1930)
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