divendres, 22 de febrer del 2013
Carta a mis hijas, Carolink Fingers
Lleváis viéndome llorar varios años. Antes me escondía, ya no. Ahora os digo que es un rato, y lo es, y se pasa. Podría explicaros que me siento sola, o que se me viene el mundo encima, o que sumo años para verme con cada uno de ellos más pequeña e incapaz de llevar vuestras dos vidas adelante. El relato en verdad es que no hay relato. El relato es que se me inscribió en la carne que se trataba de ser feliz con una pareja al lado, a hundred per cent of the time.
Pero eso son días. Sois niñas inteligentes y sabéis hace rato que las princesas no existen. Os gusta Merida porque es salvaje, atrevida, aventurera. Os gusta Buffy porque mata a los malos uno detrás de otro. No sé si esos relatos se os quedarán en la carne más que los de las princesas Disney, cuyo objetivo final en la vida es encontrar el Amor. Y quedarse ahí para siempre.
El relato es que no hay un solo amor válido, fastuoso, terminal. Que nos iría mucho mejor si valorásemos -y la sociedad valorase- todo el resto de tipos de amor de la misma manera que encumbra y hace fascinante el amor romántico.
“¿Qué vamos a hacer este fin de semana?”, os pregunto. “¡Ver a las amigas!”, me respondéis, con ansia y arrobo. No sé por qué ha de valer menos el amor que nos tenemos entre nosotras o el amor que nos tenemos con todas las amigas. Con E, con E, con E, con K, con V, con S, con A, con S. Sí, he conocido parejas muy longevas y envidio el contrato hecho entre esas dos personas, al mismo tiempo que me digo que una buena parte de la identidad que ahora tengo se la debo precisamente a haber terminado mi matrimonio hace ya algún tiempo.
Nada es blanco ni negro, pero aquí dentro en la carne se trata únicamente de la innata necesidad de amor que todos tenemos, mientras que ahí afuera nos dicen que se trata únicamente de que tengas una pareja estable y que vaya contigo de la mano por los prados.
Eso y la heterosexualidad, el eje del mal, que también se inscribe dentro de la piel como el capitalismo o la propiedad privada. Va todo junto. Es un código cultural, y blablabla. Tendríamos que hablar más con el cuerpo y menos con las palabras, me dice hoy una amiga amada. Y no, no se desmonta todo este tinglado en dos tardes, ni en cuatro años. Otro día os hablaré con otras palabras, pero espero que entendáis que en éstas no hay rabia, solo la misma frustración que siento frente a un discurso de un político.
Las amigas que tienen hijos a mi alrededor los han tenido hace un par de años y piensan que por mi lado ya he superado la fase de la crianza. No saben -o intuyen no más- que vendrá otra fase en la que implacablemente sus hijas las necesitarán cada día menos y eso obligará a una adaptación constante, nueva, a veces dolorosa. Vendrá la parte en la que mi hija no me cuente lo que le sucede, la de que me mienta cuando ha quedado por primera vez con un chico -yo lo hice-, la de que no entienda las cosas tan turbadoras que le están sucediendo y tampoco me las pregunte.
Hay amor, por supuesto que hay amor, tendréis que descubrirlo solas.
Me da risa cuando vemos una serie juntas y vienen las escenas románticas, los besos en la boca, y sacáis esas muecas de asco.
Me da menos risa cuando me cuentas que un niño de tu clase te molesta llamándote “zorra”. No hemos pasado un siglo de luchas para que un mequetrefe de doce años se crea con la potestad de juzgar tu identidad, tu físico, o tus actitudes de mujer pequeña y segura, colgándote una etiqueta por unas decisiones de vida autónoma que ni siquiera has tenido tiempo de tomar. Un mequetrefe entre treinta y cinco, que me hace preguntarme qué cojones de relato reciben ellos, los niños, no tengo experiencia alguna.
Por eso hoy he mandado todo a la mierda y nos hemos merendado las tres una tarta en forma de corazón.
El relato del amor romántico, amores míos, es uno que dice que nos sometemos, y que ahí ya no es necesario seguir conservando un espacio propio. Es probable que mi propia mediabiografía os ayude a desmontarlo. No se trata de ellos, por supuesto, el amor romántico es también homosexual. Se trata de la desidealización del constructo. Se trata de aumentar la potencia social de otros tipos de amor, de equilibrar las balanzas, de ahondar en nuestra actividad pública y nuestro territorio común, así como de explorar los sentimientos que se generan con otra persona con la que una se entiende, y punto. A veces eso se da. Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí.
Es posible que no sepáis aún de qué os hablo, pero al menos sé que no jugáis a princesas hace rato.
republicado de diario de trabajo de carolink fingers
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Tremendo e interesante
ResponElimina“Demuestra que no eres un robot”… no estoy seguro, pero he dicho que no lo soy y ha publicado el comentario.
ResponEliminaNo sé si os interesan o no los comentarios, pero si os interesaran mucho yo eliminaría el farragoso requisito de meter numeraciones… Es una sugerencia. Os felicito por el blog, lo considero muy interesante.
Ya hemos quitado lo del robot... a ver si así se mueven más los comentarios!!
ResponEliminaHe llegado al blog a través de esta "carta a mis hijas".
ResponEliminaMe parece MUY interesante. Ya estoy suscrito. ¡Nos leemos! :)