Es hora de que
empecemos a hablar de amor, de emociones y de sentimientos en
espacios en los que ha sido un tema ignorado o invisibilizado: en las
Universidades, en los congresos, en las asambleas de los movimientos
sociales, las asociaciones vecinales, los sindicatos y los partidos
políticos, en las calles y en los foros cibernéticos, las
comunidades físicas y virtuales. Hay que deconstruir y repensar el
amor para poder crear relaciones más igualitarias, más sanas, más
abiertas, más libres, más bonitas. Tenemos que hablar de cómo
podemos aprender a querernos mejor, a llevarnos bien, a crear
relaciones bonitas, a extender el cariño hacia la gente y no
centrarlo todo en una sola persona.
Hay que romper con la idea de que el
amor solo puede darse entre dos personas, y hay que romper con los
miedos que nos separan: los racismos, la homofobia, la transfobia, la
xenofobia, la misoginia, el clasismo... para poder crear mundos más
horizontales, más abiertos, más solidarios. Ahora más que nunca,
necesitamos ayudarnos, trabajar unidos por mejorar nuestras
condiciones de vida y luchar por los derechos humanos.
El amor romántico que heredamos de la
burguesía del siglo XIX está basado en los patrones del
individualismo más atroz: que nos machaquen con la idea de que
debemos unirnos de dos en dos es muy significativo. Bajo la filosofía
del “salvese quién pueda”, el romanticismo patriarcal se
perpetua en sus esquemas narrativos en los cuentos que nos cuentan en
diferentes soportes (cine, televisión, revistas, etc) , y nos ayudan
a escaparnos de una realidad que no nos gusta. Así es como
consumiendo estos productos aprendemos a soñar con una utopía
emocional y política que nos ofrece un mundo mejor al que habitamos,
pero solo para mí y para ti, los demás que se busquen la vida.
Frente a las utopías religiosas o las
utopías sociales y políticas como el marxismo, el anarquismo, el
comunismo, etc. el amor romántico nos ofrece una solución
individual, y nos mantiene entretenidas soñando con finales felices.
El romanticismo sirve también para
ayudarnos a aliviar un día horrible, para llevarnos a otros mundos
más bonitos, para sufrir y ser felices con las historias idealizadas
de otros, para olvidarnos de la realidad dura y gris de la
cotidianidad. Sirve para que, sobre todo las mujeres, empleemos
cantidades de recursos económicos, de tiempo y de energía, en
encontrar a nuestra media naranja, creyendo fielmente que nuestra
vida será mejor cuando encontremos al amor ideal que nos adore y nos
acompañe en la dura batalla diaria. Sirve para que adoptemos un
estilo de vida muy concreto, para que nos centremos en la búsqueda
de pareja, para que nos reproduzcamos, para que sigamos con la
tradición y para que todo siga como está.
Las industrias culturales y las
inmobiliarias nos venden paraísos románticos para que nos
encerremos en hogares felices y por eso una gran parte de la
población permanece adormilada, protestando en sus casas, aguantando
la pérdida de derechos y libertades, asumiéndolas como desgracias o
mala suerte. Cada uno rumiando su pena y su desesperación, como las
víctimas de los desahucios bancarios, desesperadas y solas.
Los medios jamás promueven el amor
colectivo: podría destruir patriarcado y capitalismo juntos. Las
redes de solidaridad podrían acabar con las desigualdades y las
jerarquías, con el individualismo consumista y con los miedos
colectivos a los “otros” (los raros, las marginadas, los
inmigrantes, las presidiarias, los transexuales, las prostitutas, los
mendigos, las extranjeras). Por ello es que se prefiere que nos
juntemos de dos en dos, no de veinte en veinte: es más fácil
controlar a dos metidos en su hogar que a grupos de gente que va y
viene.
El problema del amor romántico es que
lo tratamos como si fuera un tema personal: si te enamoras y sufres,
si pierdes al amado o amada, si no te llena tu relación, si eres
infeliz, si te aburres, si aguantas desprecios y humillaciones por
amor, es tu problema. Igual es que tienes mala suerte o que no eliges
a los compañeros o compañeras adecuadas, te dicen. Pero el problema
no es individual, es colectivo: son muchas las personas que sufren
porque sus expectativas no se adecuan a lo que habían soñado,
porque temen quedarse solas, porque se ven obligadas a cumplir con el
rito para demostrar éxito social, y porque aunque así nos lo
vendan, el amor romántico no es eterno, ni es perfecto, ni es la
solución a todos nuestros problemas.
Lo personal es político, el
romanticismo es patriarcal: asumimos modelos sentimentales, roles y
estereotipos de género, y patrones de conducta patriarcales a través
de la cultura. Y estos patrones los tenemos muy dentro, incorporados
a nuestro sistema emocional. De este modo, también la gente de
izquierdas y los feminismos seguimos anclados en viejos patrones de
los que nos es muy difícil desprendernos. Elaboramos muchos
discursos en torno a la libertad, la generosidad, la igualdad, los
derechos, la autonomía… pero en la cama, en la casa, y en nuestra
vida cotidiana no resulta tan fácil repartir igualitariamente las
tareas domésticas, gestionar los celos, asumir separaciones,
gestionar los miedos, comunicarse con sinceridad, expresar los
sentimientos sin dejarse arrastrar por el dolor…
No nos enseñan a gestionar
sentimientos en las escuelas, pero sí nos bombardean con patrones
emocionales repetitivos y nos seducen para que imaginemos el amor a
través de una pareja heterosexual de solo dos miembros con roles muy
diferenciados, adultos y en edad reproductiva. Este modelo no solo es
patriarcal, también es capitalista: Barbie y Ken, Angelina Jolie y
Brad Pitt, Javier Bardem y Penélope Cruz, Letizia y Felipe… son
algunos de los modelos exitosos que nos venden en la prensa del
corazón, en los cómics, las series de televisión, las novelas
románticas, las películas, los telediarios, los realities…fácil
entender, entonces, porqué damos más importancia a la búsqueda de
nuestro paraíso que a la de soluciones colectivas.
Para cambiar el mundo que habitamos hay
que tratar políticamente el tema del amor, reflexionar sobre su
dimensión subversiva cuando es colectivo, y su función como
mecanismo de control de masas cuando se limita al mundo del
romanticismo idealizado, heterocentrado y heterosexista.
Es necesario pensar el amor,
deconstruirlo, volverlo a inventar, acabar con los estereotipos
tradicionales, contarnos otras historias con otros modelos, construir
relaciones diversas basadas en el buen trato, el cariño y la
libertad. Es necesario proponer otros “finales felices” y
expandir el concepto de “amor”, hoy restringido para los que se
organizan de dos en dos. Para acabar con las soledades hambrientas de
emociones exclusivas e individualizadas necesitamos más generosidad,
más comunicación, más trabajo en equipo, más redes de ayuda.
Solo a través del amor colectivo es
como podremos articular políticamente el cambio. Confiando en la
gente, interaccionando en las calles, tejiendo redes de solidaridad y
cooperación, trabajando unidos para construir una sociedad más
equitativa, igualitaria y horizontal. Queriéndonos un poquito más,
pensando en el bien común, es más fácil aportar y recibir, es más
fácil dejar de sentirse solo/a, es más fácil elegir pareja desde
la libertad, no desde la necesidad, y es más fácil diversificar
afectos. Queriéndonos bien, y mucho, vaya.
En primer lugar decirte que muy buen texto, me gusta lo que expones y como lo expones, e incluso el sentido por donde vas.
ResponEliminaAhora, desde mi punto de vista creo que lo que he interpetao que dices no es excluyente. El amor en pareja no es en sí un problema si además cada uno sabe dar amor a su prójimo, el problema viene, como bien dices cuando se crea esa burbuja que te nubla de la realidad, que te hacer seguir un patrón de entorpecimiento de tu propio conocimiento de sociedad.
Pero aún así no creo que tenga que ser excluyente una cosa de la otra, como ya he dicho, hay que amar más, sin más. A nuestro alrededor, independientemente de tu familia o tu pareja, sino al colectivo, pero ese colectivo es reticente a un amor al que no esta acostumbrado tener de los individuos. Hay que cooperar más, ser más solidarios, abrazarnos, sonreirnos, comprendernos, aceptar la diferencia... y de eso carece la mayoría porque nos viene políticamente inculcado.
Si yo amo a una persona y quiero convivir con ella no tiene porque ser malo cuando también tenga la cualidad de dar todo esto de lo que hablas a los demás... El problema no viene del romanticismo. El problema viene de los valores de individualismo y competitividad. El romanticismo es hermoso y el romanticismo cada uno lo ha de encontrar por sí mismo, al igual que el amor en pareja o como cada cual ame. Lo importante es mirar más allá de eso, lo importante es colaborar con el vecino y la vecina, es construir uno pilares de humanidad más fuertes. El sentido común que tanto se nos ha extirpado es lo que ha de primar... pero ese sentido común ha de ser destapado de donde lo han enterrado para que primer el egoismo de unos pocos.
Excelente!no và a ser fàcil que cada uno vea su forma de amar y cuestione lo poco a la larga que incluso en pareja nos queremos... nos educan en el no escuchar y no ver a l@s otr@s que amamos, a veces solo cumpliendo con un rol que asigna la cultura a cada quien sin compartir de verdad afinidades o pasiones, pero que no sea fàcil no implica que no lo busquemos porque seguro, seguro vamos a vivir mejor todos!
ResponEliminaInteresante artículo.
ResponEliminaGracias.
Ahora mismo llueve en andalucia, y todas la ciudades y estan varias personas aguantado la humedad, sin casa, sin familia, sin mañana. Con esto como hacemos?
ResponEliminaEstoy de acuerdo con Araceli.
ResponEliminaEl amor romántico es una mentira, te enamoras de quien puedes no de quien quieres. Lo has captado muy bien al decir que es una idea que se constituye en el siglo XIX. Es fruto de la sociedad industrial. Si no es malo en sí, es porque no es posible bajo condiciones capitalistas. Hoy por hoy lo que amamos es nuestra propia supervivencia: por ejemplo, una persona en paro vive diez años menos estadísticamente que una persona con trabajo. Así lo dice un poeta de hoy en día:
ResponEliminaCuando llegue el insomnio, que llegará, cuenta,
para no volverte loco, amor mío, cuenta el número
de coches que pasan
a doscientos kilómetros por hora
(provistos de aparatos
altamente sofisticados que detectan los radares
de las baratas autoridades policiales españolas)
en madrugadas tan insignificantes
como las golosinas que venden en la tienda de la esquina.
Amor mío no puedes dejar tu trabajo, amor mío
si quieres follamos hasta morir, pero por favor
no dejes tu trabajo.
Manuel Vilas
La intuicón no es mala, pero el tratamiento requiere mucha más evidencia argumentativa y de investigación. Lo que llama el autor "amor romántico" (monogamía) no se constriñe al capitalismo, si bien adquiere su propia especificidad. Y no muestra prácticamente ningún ensayo de su hipótesis o propuesta de amor colectivo, esto es: su viabilidad fáctica o sus antecedentes y experiencia efectiva, lo que podría implicar un carácter más utópico que los mencionados, si se documenta todos los fracasos intentados por comunas o grupos semejantes en sus ideologías de amor grupal.
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