Existe un buen número de anarquistas que consideran enfáticamente a Kropotkin como a su correligionario y que, en lo que concierne a la esclavitud sexual y amorosa de la mujer, aún están en la luna. Creen, los infelices, que la mujer no es ni debe ser soberana de su cuerpo, sino que su rol estriba en someterse a los caprichos del hombre, concretamente, pertenecer sola y exclusivamente a un solo hombre. No se dan cuenta que opinando y accionando así, su manera de proceder es la misma absolutamente que la de los partidarios del matrimonio legal, religioso o civil, siendo que la unión monógama y la familia “indestructible” son la base y el sostén de la Religión, del Estado y de la Propiedad Privada.
Me ha sido dado el escuchar a algunos, como Draper y Cantu, cuando hacían el elogio del matrimonio -entendiendo que se trataba del casamiento libre- y atacar el “celibato libertino y la facilidad de las afecciones venales”, censurando a los que prefieren la variedad amorosa a “¡las alegrías inocentes del hogar!”. Edificante lenguaje en la boca de un “ácrata”, ¿no es verdad? Y sin embargo, los que así se expresan forman legiones. A ellos puede aplicarse esta frase lapidaria: “son libertarios que tienen las ideas de mi abuela”.
Examinemos todo esto en detalle. ¿Qué es el casamiento libre? ¿Es que acaso ese sistema de unión no posee todos los inconvenientes y defectos del matrimonio legal, con la excepción del ceremonial? ¿O es que no constituye un monopolio amoroso y una cárcel para la mujer?
¿Qué quiere decir “afección venal”? Lo que es afección no puede ser venal. ¿Es que darse libremente a varios hombres a causa de predilecciones sentimentales, de afinidades electivas o por otro motivo cualquiera -desde el momento en que el afecto juega su rol- implica “venalidad”? Sostener tal cosa es aunarse con la crítica rancia, caduca e indigna de los hombres modernos.
¿Y qué pensar de las risibles frases que algunos emplean contra el divorcio, el concubinato y la poligamia? ¿Es que acaso no provocan la hilaridad por lo que contienen de espíritu católico o judaico? ¿No se reconoce en ellas el lenguaje farisaico, hipócrita, del burgués religioso, que cree en Dios, y que es gran gloria para él ser un ciudadano modelo?
¿Es que el ideal anarquista de esa categoría de libertarios excluiría a las mujeres del usufructo de la libertad? ¿Es que la libertad soñada por los “ácratas” de esta escuela sólo es para uso de los hombres? No se puede negar que el prejuicio de una moral diferente para cada sexo no sea una idea profundamente arraigada en el subconsciente de la mayoría de los hombres, los cuales se consideran como seres superiores, propietarios absolutos de las individualidades femeninas.
“Catalina II cambiaba de amantes como de camisa”, decía uno de esos “ácratas” a quienes escandalizan los actos de libertad sexual. Y yo digo a mi vez: ¿acaso los hombres se privan de hacer la misma cosa? Que se ataque a esa mujer como emperatriz, como encarnación del poder coactivo y despótico ¡muy bien! Pero como mujer era tan libre como cualquier otra para reivindicar el goce de todos sus derechos de animal de la escala zoológica y de ser humano, soberana de sí misma, de su vida, de sus sueños, de sus ideas y de su cuerpo.
Además, es realmente vergonzoso el ver a ciertos ruidosos “defensores de la libertad” cuando olvidan el dar la mano a la mujer para que ésta camine a su lado hacia el advenimiento de la sociedad futura. “Defensores” que desprecian aún el trabajo serio y positivo de la educación para sumergirse en el uso y abuso de la violencia.
Paralelamente, otros hombres -menos imbuidos del libertarismo verbal, menos partidarios de la libertad absoluta sólo para los hombres- sienten en carne propia todo el ridículo y todo el sufrimiento de la mujer abandonada y olvidada. Sin arbolar tal o cual pomposa etiqueta, estos últimos le ofrecen la mano no como gesto protector y caritativo sino movidos por una reflexión de sinceridad ética en un equilibrio total de valores mentales, como si tratasen de expiar los errores en donde se encuentran sumergidos sus hermanos en masculinidad.
Entre estos hombres modestos -modestos porque no buscan la notoriedad- pero amantes de la justicia y la libertad para todos, que no dan importancia alguna a las etiquetas, a los credos, a los partidos y a los programas metafísicos, que se entregan por completo al trabajo fecundo y positivo de realizar el nivel femenino, a fin de que sea la madre la que eduque y forme a los niños, haciendo realidad todas las aspiraciones y suspiros de los hombres, los cuales, sin la rica cooperación de la mujer, no pasarán de ser meras quimeras y simples utopías; entre esos hombres, me place repetir, es preciso señalar a uno de los más notorios, no por su renombre -que es mediocre-, sino por la audacia de sus concepciones, el atrevimiento de sus tesis y sobre todo por la amplitud de sus vistas para estudiar la libertad sexual y amorosa. Me refiero al pensador español Santiago Valentí Camp, espíritu fértil y profundo, a quien la crítica no ha hecho aún justicia, pero a quien debemos dirigir el homenaje de nuestra simpatía, de nuestro afecto y de nuestra gratitud, no sólo nosotras las mujeres -aunque seamos las más favorecidas por este paladín de la libertad- sino todos los hombres que aspiran de verdad a una Humanidad mejor y que comprenden el rol importante que incumbirá a la mujer en la transformación social.
Especialmente las dos últimas producciones de Valentí Camp, Las reivindicaciones femeninas y La mujer frente al amor y frente a la vida, son obras magistrales de sociología feminista, en donde se ven conclusiones que no han sido alcanzadas aún por ningún escritor. La segunda de esas obras, en particular, constituye una verdadera apología del amor y del sexo liberados de toda trama. En ella se analizan las más modernas teorías de la libertad amorosa sostenidas por autores de vanguardia, como E. Armand, Havelock Ellis, Ellen Key, Bertrand Russell, Han Ryner, y se consagra una muy especial atención al amor plural.
Yo considero que el anarquista feminófobo, el que no se preocupa de obtener el concurso de la mujer o el que no da importancia a su acción, no solamente se engaña, sino que re-presenta un enemigo inconsciente de la emancipación humana. Y reafirmo una vez más que es -más aún que los partidarios del matrimonio indisoluble- un obstáculo al progreso ético de la Humanidad el individuo que, a pesar de su “libertarismo”, se encarniza en monopolizar el usufructo de un amor, el que sujeta y contiene las expansiones sexuales femeninas, imponiendo a la mujer un amor único, uniforme para toda la vida cuando él gusta de todos los placeres. Representan un obstáculo aun más temible que los adversarios con los cuales se puede librar batalla en todo momento, aquellos que, escondidos bajo un manto de “libertarismo”, contribuyen a sostener, bajo otro nombre, todos los vicios, todas las injusticias, todas las perversidades de la sociedad actual sin que nos sea posible combatirlos eficazmente.
¡Oh amigos míos! Mientras la mujer se encuentre excluida de las ansiedades masculinas, mientras no le hayáis dado los medios de alcanzar vuestro propio nivel y no le hayáis manifestado una confianza absoluta, los niños que ella eduque adolecerán de sus mismos defectos: serán caprichosos, irreflexivos, conformistas y, en cada generación, será de nuevo necesario recomenzar la obra transformadora. Pero si el sexo fuerte comparte todas las inquietudes masculinas, si se ve honrado con la confianza y la camaradería del hombre, entonces las nuevas generaciones se remontarán sobre las actuales en savia renovadora y serán capaces de realizar esa transformación que, desde hace tantos siglos, constituye nuestra esperanza.
Y que se tenga bien en cuenta que la incorporación de la mujer a las acciones y a las luchas masculinas no será efectiva mientras exista el monopolio del amor. La cooperación femenina no podrá ser absoluta mientras subsista la menor huella de restricción sexual.
Republicado de el (a)nticristo distro
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