Quiero amarte con la piel. De mi piel a la tuya.
Sentirte. Que me sientas. Olerte y que me huelas.
Se me escapa la vida entre los poros porque dicen
que el amor, si es con piel, comprende el sexo y si hay sexo, hay
pecado, hay fallo, hay temor.
Acabo de ver a una niña india en un documental,
estaba malita, recostada en su cama. Su piel brillaba con el aceite
que su padre le ponía al masajear su precioso cuerpecito. He tenido
unas ganas tremendas de acariciarla, olerla, amarla. Ahí he sentido
que es esta carnalidad del amor lo que me hace sentir que con lxs
niñxs el amor es incondicional. Lo es porque no hay tabúes que
emborronen nuestra relación piel con piel. He sentido que así es
como me apetece amar y sentirme amada, a través del tacto. Justo el
último de los sentidos en emplear en esta sociedad y el primero en
establecer las relaciones de amor y confianza gracias a la activación
de la oxitocina
(la hormona del amor).
Estos días de verano estoy aprendiendo mucho del
amor. De amar. Amar con permiso de la piel, o lo que otrxs llaman
sexo. Y no es que los términos sexo o sexualidad me asusten. A mí,
ya no. Es que creo que hemos perdido el hilo de lo que es
relacionarse entre cuerpos. La sexualidad es el lenguaje del tacto.
Es el amor hecho carne. Toda madre sabe que el vínculo entre su
cuerpo y el de su criatura son una tremenda experiencia sexual y
sensual. Ese vínculo une hasta en las mayores tormentas. Permanece
latiendo aún bajo tierra. Por eso si te beso en los labios y te
huelo la nuca el despertar, tu recuerdo se quedará impregnado en un
pedacito de mí hasta la posteridad.
Así quiero amar yo. Con la boca, las manos, los
pies, el vientre, los antebrazos, mi yoni, la lengua, las puntas de
mis dedos. Sin el miedo a que te asustes. Sin asustarme de lo capaz
que es mi cuerpo de amar tan redondo, tan puro y derramado.
Este verano, una de mis lunas, mi luna de mar, me
declaró que quería besarme en la boca. Me ruboricé a kilómetros
de su pantalla. Sentí que debía pedir permiso a mi compañero para
poder dar espacio a ese deseo, que también nacía en mí. Él me
sonrió y me explicó que no hay nada más bello que amar. Yo entendí
que no era necesario el permiso. Entendí que en el amor no hay
propiedad. Sentí que, su amor, lo que quería de mi amor era la
calidez, el peso, el rubor, los humores de mi corporalidad porque sin
nuestro cuerpo, amada ¿cómo nos íbamos a amar?
Recién observo mi cuerpo derretirse al acunar a esa
pequeña niña de la pantalla, comprendo el sentido del beso en la
boca de Elena. Amar piel con piel comprende la deshinibición de la
infancia. Aquella donde mis amiguitas y yo nos besábamos
tórridamente. Aquellas primaveras en las que nos acariciábamos
vigilando el pomo de la puerta. Creo que nunca me sentí tan amada
como entonces... Nuestras bocas de fresa degustaban el amor sin
prescripción, apellido, horario o desviación. Así quiero volver a
besar, tocar, acariciar, olisquear. Sin culpa, siguiendo la voz de mi
cuerpo y aprendiendo a escuchar la del otro cuerpo.
Antes veía algo sucio en todo esto. Hace muy poco
sentía un velo turbio cubrir mis palabras por vergüenza. Ahora
mismo siento que no hay mayor vergüenza que la de no acariciar
cuando se siente. Privarnos y privar de contacto está matando el
mundo. Estamos echxs para amarnos, gozarnos. Si no fuera así ¿por
qué al sentirnos amadxs, sentimos tanta felicidad? la plenitud viene
en forma de mano cálida, de guiño canalla, de sonrisa cómplice, de
beso en la frente...
Hoy decido amar con la piel. Darle cuartelillo a mi
pequeña Erika para que bese, toque sin temor ni remordimiento.
Este verano Elena me robó muchos besos. Alicia me
ofreció el primero. Yo espero a que nuestros cuerpos lleguen donde
ya llegaron las palabras (e incluso que dibujen otros caminos) y a
que este cuerpo mío ya no tema, porque el amor, el verdadero
verdadero, tiene olor, sabor y gesto.
Día 24: fase premenstrual
republicado de el camino rubí
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada
¿Qué te ha parecido este texto? ¿Algún comentario?