Su mujer le da la espalda, está desnuda y duerme tibia. Pepe se acomoda en el cuerpo de ella buscando la ergonomía de los miembros, se acurruca en la calidez del contacto y respira hondo. Por arte de magia los pulmones se le ensanchan y las cervicales se distienden. Su pene, independiente de cualquier acto voluntario, se posiciona entre las nalgas de ella brujuleándose sin motor y aparcándose cómodamente en el mullido espacio entre ambas. Qué gracia divina disponer de ese acogedor parking nocturno donde los problemas decrecen y las bonanzas se inflaman, donde lo estéril fermenta en fecundo y donde los sinsabores de la vida adquieren un cierto sentido.
republicado de Erotómana
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