Mis amigas se rieron mucho cuando les
conté que después de meses de sequía y algún que otro polvo nada
memorable había por fin encontrado a un hombre que me equilibraba los
chakras. Claro, era una forma muy simplificada de explicar cosas más
complejas, y al leer hace un par de días un texto fundamental de
Milagros Rivera, El Cuerpo Indispensable, sentí la necesidad de poner en claro a qué me refería.
El párrafo al que aludo es el siguiente:
Toda la vida me ha acompañado una sorpresa: oír decir, atribuirle a una mujer, que solamente se la amaba por su cuerpo. Como si esto fuera insatisfactorio, como si no significara apenas nada.
Como si el cuerpo fuera poca cosa,
cuando es tanto, en sí mismo como sustancia, o como significante para
muchos significados, o como vehículo de comunicación, de puesta en
relación, de expresión de mensajes. Tiene mucho que decir el cuerpo, y
sin embargo el cuerpo de las mujeres ha sido utilizado por el
patriarcado para sus fines, y con ello mutilado real o metafóricamente,
privado de sentido propio, de placer propio.
En el documental corto “El cuerpo de las mujeres” se
alude a este uso que se hace en los medios del cuerpo femenino, un uso
patriarcal, falocéntrico y capitalista del cuerpo de la mujer como
reproductor de una cultura que marca unos estándares de belleza que nos
transforman quirúrgicamente, mutilando nuestro rostro verdadero, el
rostro de mujer que expresa su individualidad, convirtiéndolo en máscara
sin personalidad. Y los cuerpos, recauchutados tras el bisturí, son
cuerpos irreales que solo aluden al supuesto deseo masculino, deseo a su
vez mediatizado por la pornografía, una industria al fin y al cabo y
que sin embargo, industria y todo, coloniza lo cotidiano a base de
moldear el deseo de los hombres alejándolo del sentir interno, en una
maniobra aculturizadora basada en claves artificiales, misóginas y
violentas.