dilluns, 7 de gener del 2013
Ética para amadores, Coral Herrera Gómez
Se dice que el amor desata nuestras más bajas pasiones. Y es que cuando nos enamoramos solemos mostrar nuestra cara más amable, visibilizamos nuestras virtudes con más alegría, exhibimos nuestras bondades para agradar a la persona a la que deseamos conquistar. Sonreímos mucho, nos mostramos generosos/as, nos mostramos hospitalarios/as y con ganas de ayudar… pero esta actitud no dura para siempre. Curiosamente, los amores pasionales también sacan a la luz nuestros miedos, nuestra cobardía, nuestra dificultad para ser sinceros/as, y a menudo nos hacen caer en los actos más viles y las miserias más humillantes. Lo que jamás haríamos a un amigo o amiga, sí se lo hacemos a los amantes. Podemos hablar de la importancia de la paz mundial, pero tener una verdadera guerra infernal en casa.
Y es que a menudo no nos relacionamos desde el amor, sino en base a luchas de poder para dominar o someterse al otro. Esto nos hace “guerreros” de una batalla en la que todos salimos heridos, porque a menudo nos hacemos daño a diario y apenas nos damos cuenta de que convertimos el mal trato en algo cotidiano. Mucha gente hace uso de su veneno para maldecir al amante que nos traiciona, para convertir el miedo en odio, para dominar al otro o para mostrarle nuestro más profundo desprecio. Un amante despechado puede ser terrible si no se controla a sí mismo: puede ser violento, egoísta, cruel. Cuando no somos correspondidos, o cuando nos abandonan, es frecuente que nos invada un victimismo egoísta que se traduce en cascadas de dolientes reproches hacia nuestro objeto de deseo. Nos cuesta entender que no nos amen del mismo modo y con la misma intensidad que nosotros amamos, nos hiere la indiferencia del otro o la otra hacia la pureza de nuestras emociones, nos parece que siempre estamos en desventaja y nos sentimos como muñecos de trapo en manos de nuestro amada, completamente a merced de su santa voluntad.
Sin embargo cuando somos objeto de deseo amoroso, o sea, cuando nosotros no tenemos el problema sino que lo tiene otro, a menudo nos comportamos de forma cruel porque no llegamos a percibir lo que los demás sienten y piensan, o no nos conmueve tanto como cuando nos pasa a nosotros. Creo que al amor romántico le falta, pues, grandes dosis de empatía, es decir, la capacidad de ponerse en el lugar del otro: amores pasajeros, amigos, ex novios, ex novias, ex amantes, amores cibernéticos, aspirantes y pretendientes. A veces somos nosotros los que caemos rendidos, y otras veces son los otros o las otras; y es fácil que cuando el amor no se da con la misma intensidad en las dos personas, se cree un desequilibrio doloroso.
Si la amistad se caracteriza por la transparencia, los amores, creo, son opacos. A pesar de que tratemos de ser sinceros al cien por cien, es inevitable cierta ambigüedad, cierto misterio, una incertidumbre que al enamorado le destroza por dentro. Por eso lo ideal sería que no lanzásemos mensajes ambiguos que despierten falsas esperanzas del enamorado o la enamorada. Cuando un@ está bajo el encantamiento del romanticismo, tiende al autoengaño y al desarrollo sin trabas de la fantasía; por eso es importante que los noes y los síes de la amada o el amado sean rotundos, claros. Cuanta más información se le proporcione a la persona hechizada, más herramientas tiene para luchar contra el poder de la imaginación deseante, y para poder situarse en la realidad de la relación. Sin embargo, todos coincidimos en lo difícil que es ser cien por cien transparentes y sinceros. Es bien difícil ser claro cuando las aguas andan revueltas en nuestro interior.
Sin embargo, pese a esta dificultad, hay gente que logra separarse en términos amistosos. Hay gente que cuida a la persona que ha querido o que quiere, y gente que es abandonada y no acumula rencor. Es complicado, sí, pero hay personas que tienen claro que las relaciones empiezan y terminan y que mientras duren hay que disfrutarlas. Y cuando se acaban, asumen con mayor tranquilidad el final, dando alas al amante para que vuele en solitario o junto con otros amores.
Esto se da cuando la gente trata con cariño a las antiguas y nuevas parejas, y aplica la ética de la amistad y el compañerismo con los amantes para limar las diferencias de intensidad y de sentimientos. Que dos personas estén super enamoradas a la vez y en el mismo grado de intensidad es casi una utopía, de modo que no nos queda más remedio que aceptar a que a veces estamos arriba y otras veces estamos abajo; el poder, como dijo Foucault, cambia de dirección con facilidad.
En una relación amorosa el poder lo tiene siempre la persona que goza de mayor lucidez, autocontrol e independencia, porque tiene menos inseguridades y mayor capacidad para ser realista. El que cae bajo el influjo del enamoramiento en cambio ve todos sus esquemas vitales desordenados; baja la autoestima, aumentan las dudas, se confunde realidad con sueños, y se sufre mucho ante la incertidumbre. Y unas veces nos toca estar en lado, y otras en otro.
Los amantes doloridos suelen pedir información para saber si son correspondidos; si no lo son se puede comenzar a transitar por los caminos del olvido. Pero si no sabe si es correspondida, comienza la tortura interna tratando de descifrar los signos que emite la persona amada. Así pues, el amor es una especie de espejismo a través del cual nuestra percepción de la realidad se distorsiona; los enamorados se encuentran a merced del engaño ilusorio que sufren, pero no por ello renuncian a la realidad, sino más bien al revés. La necesitan desesperadamente para no caer en los abismos de la locura, para no arrojarse al poder de la obsesión, para no perder su autonomía en pos de un amor fabricado desde la propia mente.
Obviamente las personas que sufren la ebriedad del amor romántico también han de tener un comportamiento ético: creo que la base es no centrar el mundo en las necesidades y carencias propias (“necesito verte”, “sin ti mi vida no tiene sentido”, “me mataré si me dejas”, “cuando no estoy contigo creo que me muero”, “no puedo dejar de pensar en ti”, “por favor dame una sexta oportunidad”, etc). Normalmente estas exigencias y amenazas sólo consiguen agobiar a la persona objeto de su obsesión, que ante la falta de misterio o ante las cascadas de reproches huye sintiéndose, además, culpable de nuestra infelicidad.
La persona que sufre el encantamiento amoroso debe evitar al amado esa responsabilidad por su estado de ánimo. Nadie tiene la culpa de la soledad que nos acompaña de por vida, de modo que no podemos exigir que nos la quiten de encima con acompañamiento perpetuo. Es deber de un enamorado, una vez declarados sus sentimientos, evitar que estos aprisionen a la o al amado; por eso es importante evitar el chantaje emocional, contar las mismas cosas de diferentes maneras, asediar con la tecnología a mensajes y llamadas de atención, responsabilizar al otro de nuestra necesidad de afecto y seguridad.
Otro factor a tener en cuenta para los amantes es que el tiempo no discurre de la misma forma para un enamorado que para alguien que no se encuentra bajo los efectos de la ansiedad amatoria: dos horas pueden ser eternas, dos días pueden ser una tortura. Pero eso es siempre un problema que ha de sobrellevar el que se enamora, de modo que es importante practicar la contención en cuanto a la expresión de las zozobras que sacuden a los hechizados (para eso están los amigos y las amigas, pacientes escuchadores). Y de igual modo es importante no tener a nuestro enamorado horas y días esperando una llamada que prometimos hacer.
También los amantes apasionados han de evitar los reproches, las amenazas, las exigencias de reciprocidad, el ataque a la intimidad del otro (cotillear el móvil, entrar en su correo o su facebook, etc) en busca de signos de amor o de pruebas de infidelidad. La inseguridad que padecen los y las afectadas por el estado febril del amor no ha de ser alimentada por el amante caprichoso, pero tampoco los demás deben de cargar con celos imaginarios, indirectas amargadas, preguntas inquisitivas de doble sentido, insultos producto de la rabia, o llantos desgarrados e irracionales propios de los amantes despechados.
En el caso de las personas que son amadas, creo que es importante no lanzar mensajes equívocos, no abusar de la ambigüedad, no prometer cosas que no sienten o no se pueden cumplir. A tod@s nos gusta gustar, pero creo que el acto de generosidad más grande que puede haber en una relación amorosa es liberar al otro, es decir, dejarlo marchar en busca de otras relaciones que le satisfagan más. Un@ tiene que ser capaz de ser sincero aun sabiendo que puede perder a esa persona; ser generos@ y ser capaz de renunciar a alguien a quien no correspondes con la misma intensidad. Simplemente para evitar que sufra.
Y es que cuando el amor no goza de igualdad de condiciones, es inevitable pasarlo mal por esa descompensación. Ocurre por ejemplo en gente que quiere relaciones abiertas y se une a gente que busca una pareja estable. O en el caso de gente casada que tiene una aventura con alguien soltero o soltera, ya saben, pueden pasar los años y el casado o la casada seguir prometiendo que se separará para iniciar una nueva vida junto a su amante. El que asume ese desnivel en la relación ha de conformarse con lo que recibe del otro, y cuando no quiera conformarse, dejarlo. Pero precisamente es esa descompensación la que mantiene al amante en una inseguridad radical, y a veces una dependencia y sumisión que lo hace menos atractivo todavía a ojos de su amado/a.
Del mismo modo que cuidamos a nuestros amigos y amigas, deberíamos cuidar a la gente con la que tenemos relaciones sexuales y amorosas; y cuidar supone ser sinceros, no alimentar falsas esperanzas, y ser asertivos con la otra persona para no tener que mentir o dar un plantón cuando no nos apetece quedar.
Esto es especialmente difícil con una pareja a la que queremos dejar y no sabemos cómo. Le queremos, pero no deseamos hacerle daño de ninguna manera. Se lo digamos antes o después, va a pasarlo mal; así que muchas veces dilatamos el proceso hasta que estamos completamente seguros de que no queremos nada con la otra persona. Pienso que cuanto mayor es la dilatación, más se acrecienta la angustia, aunque se comprende que todo el mundo pasa por periodos críticos, dudas y procesos de desamor más o menos lentos.
Debido a lo complicado que es romper lazos con alguien después de mucho tiempo, y a la natural torpeza de los humanos en sus relaciones afectivas, hay amantes que se dedican a putear al otro para que el otro reaccione y sea el que tome las riendas de la ruptura. Putear significa “mentir para no hacer daño”, quedar y desquedar como si el otro no tuviese otra cosa que hacer que estar pendientes de nuestra agenda y apetencias, lanzar mensajes confusos “te quiero pero no sé”, o peticiones como “necesito un tiempo”, que solo dilatan el ya de por sí doloroso proceso de la ruptura.
Lo lógico cuando hemos compartido cama, afectos, sexo, vivencias, intimidades y experiencias vitales es cuidar a la otra persona, entablar conversaciones largas donde cada uno pueda expresarse y desahogarse, darse muestras de cariño, como abrazos que nos hacen sentir queridos pese a la lejanía angustiosa que sentimos cuando nos estamos separando de alguien. Si hay terceras personas, creo que es importante hablarlo; el enamorado, por muy dolido que esté, debe aceptar que es mejor saberlo que no saberlo (antes podrá rehacer su vida), y también acepta que no es algo que podamos controlar; nadie puede elegir de quién se enamora y cuanto tiempo. Es decir, debe asumir que el amor se acabó o que le queda poco, y aceptar la impotencia que nos invade cuando dejamos de ser amad@s, pues no podemos obligar a nadie a que permanezca a nuestro lado sabiendo que no nos ama.
Por eso, creo, debe prevalecer el cariño, que en cierta medida es consolador, porque nos hace sentir humanos. Acabar una relación nunca es fácil, pero sin duda se puede tratar de hacer bien, o sumirnos en un mar de torpezas que provoquen el odio doliente de nuestra pareja. Siendo el amor como es, tan opaco, creo precisa, en la medida de lo posible, una transparencia informativa, es decir, una plena sinceridad con nosotros mismos, primero, y con nuestra relación, después.
Esta es la razón por la cual mucha gente conserva a sus parejas como amigos especiales a los que se quiere para toda la vida; ex amores con los cuales poder compartir en un nivel mucho más profundo que el del amor, porque la amistad, creo, es menos egoísta, más empática y menos inestable que las tormentas pasionales. Los códigos de la amistad están basados en la ayuda mutua, la lealtad inquebrantable, la complicidad sin necesidad de palabras, el cariño desmedido (porque no hay necesidad de contención ni de disimulo, como sucede a veces en el amor no correspondido).
Por todo y por esto, abogo por un trato más humano entre amantes, ex amantes, matrimonios, parejas de hecho, follamigos, amigos con derecho a roce, adúlteros y adúlteras, amantes virtuales, amores platónicos… Creo que una solución ética al problema del desamor o del desencuentro amoroso es la plena comunicación basada en el nivel emocional del discurso: “yo me siento así…”, “pues yo me siento asá”. Desahogarse, expresar la pena, la rabia, el miedo, recordar buenos momentos, darle un final bonito a la historia, con abrazos y muestras de cariño. Hacerle saber al otro que fuimos felices, que lo disfrutamos, que fue importante en nuestras vidas a pesar de la ruptura. Otra solución es ponernos en el lugar del otro, evitar lo que no nos gustaría que nos hiciesen (plantones, misterios sin resolver, mentirijillas, verdades ocultas, actitudes cambiantes o contradictorias, huidas sin explicaciones, justificaciones absurdas…).
Portarse bien, además, nos libera mucho de la culpa que nos acompaña siempre en estos casos, tanto cuando amamos, como cuando somos amados y no podemos corresponder en la misma medida. Es por esto por lo que hay que ser valiente y practicar la generosidad; aun temiendo hacer daño a la otra persona. Aunque es cierto que va a sufrir si nos alejamos de su lado, si nuestro grado de compromiso con la relación no es el mismo que el suyo, o si le contamos que nuestros sentimientos no son tan fuertes o duraderos como los suyos, hay formas elegantes y cariñosas de hacerlo. La sinceridad es uno de los factores principales de esta buena praxis, porque el engaño solo añade dolor, y de eso sí somos responsables cuando nos relacionamos amorosamente con alguien.
Así que querámonos un poquito más, y dejemos las estrategias de guerra para los juegos de cama… Que el mundo ya es suficientemente cruel, injusto y desigual como para andar jodiéndonos los unos a los otros.
republicado de entretanto magazine
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