El ser humano ha
desarrollado a lo largo de su evolución mecanismos para conseguir
la perpetuación de la especie. Uno de estos mecanismos es el
enamoramiento, un proceso bioquímico iniciado en el cerebro que
activa neurotransmisores, glándulas y respuestas fisiológicas para
alcanzar la reproducción. El amor es por tanto algo tan
simple y a la vez tan complicado como una adicción química entre
dos personas.
Está demostrado que suelen atraernos
las personas con rasgos similares a los nuestros y que tendemos a
elegir de manera inconsciente el olor de aquellas que tienen un
sistema inmunológico muy distinto al propio, lo que evita que nos
enamoremos de nuestros familiares. Antes de que nos fijemos en una u
otra persona, ya tenemos construido un mapa mental que determinará
qué nos hará enamorarnos de alguien. Aunque disponemos de un
sistema natural para llamar la atención de otras personas,
relacionado con la presencia de sustancias químicas como las
feromonas cuya percepción es instintiva, las personas estamos
capacitadas para comunicarnos sin hablar a través de señales
corporales, que pueden centrar nuestra atención en una u otra
persona por medio de la atracción sexual que provocan. De entre
estas señales corporales, las que mayor influencia tienen son las
miradas. Los ojos hacen evidente el instante en que se despierta el
apetito sexual, ya que las pupilas se contraen o se expanden en
función al placer que anticipan. Los gestos con diferentes partes
de nuestros cuerpos, pueden enviar mensajes de que se está listo
para el placer sexual, como ocurre en el caso de los labios húmedos
y entreabiertos, las cejas ligeramente arqueadas o roces discretos
de las manos.
Una de las principales sustancias
implicadas en el enamoramiento es la feniletilamina (FEA), una
anfetamina que el propio cuerpo segrega y que activa la secreción
de dopamina y de oxitocina. La dopamina es el neurotransmisor
implicado en las sensaciones de deseo y en los mecanismos de
refuerzo del cerebro, responsable por tanto de repetir los
comportamientos que proporcionan placer, mientras que la oxitocina
está implicada en el deseo sexual. Por tanto, cuando una persona
nos atrae, el cerebro produce feniletilamina (FEA), que activa a su
vez la secreción de dopamina y oxiticina. Cuando comienzan a
trabajar los neurotransmisores implicados en este proceso es cuando
decimos que estamos enamorados. La combinación de estas sustancias
hace que las personas enamoradas puedan permanecer durante horas
haciendo el amor y conversando, sin sentir cansancio o sueño. La
euforia, placer y excitación que nos hace sentir estar con la
persona de la que estamos enamorados, nos hace necesitarla como si
se tratara de la adicción a alguna droga.
En
las relaciones sexuales, tras el orgasmo, el sistema límbico del
cerebro libera gran cantidad de oxitocina, responsable también de
la vinculación emocional de la pareja. Esta hormona actúa de
manera diferente en hombres y mujeres. La oxitocina en combinación
con los estrógenos en la mujer, provoca que ésta se sienta
cariñosa y conversadora, mientras que en combinación con la
testosterona masculina, provoca en el hombre la necesidad de dormir.
El tiempo de permanencia de la oxitocina en el organismo también
varía entre hombres y mujeres. En la mujer permanece activa durante
días después del orgasmo, mientras que en el hombre tiene efecto
durante unas pocas horas. Este hecho podría explicar la diferencia
existente entre sexos en cuanto a vinculación emocional tras la
relación sexual. Tener relaciones sexuales sin enamorarnos es
posible, pero si se tienen constantes relaciones con la misma
persona, es posible que lleguemos a experimentar una especie de
adicción, ya que biológicamente estamos preparados para
experimentar unión con nuestra pareja sexual, respondiendo al
vestigio primitivo de conservación de la especie. La oxitocina,
tras la primera oleada de emoción, actúa forjando lazos
permanentes entre los amantes, cambiando las conexiones de los
circuitos cerebrales.
Cuando estamos enamorados y vemos al
ser amado, se activan ciertas zonas del cerebro como el córtex
anterior cingulado, que responde también a estímulos producidos
por drogas sintéticas, produciendo euforia y placer. Pero además,
el amor también inactiva ciertas áreas, como las encargadas de
realizar juicios sociales y, por tanto, de someter al prójimo a
valoración, lo que explica por qué consideramos que “el amor es
ciego” y nos resulta difícil observar fallos o condenar actitudes
de la persona de la que estamos enamorados.
Pero esta secreción de sustancias en
nuestro cerebro que provoca el estado de enamoramiento no dura
eternamente. Si la síntesis de feniletilamina (FEA) se prolongara
durante mucho tiempo, moriríamos de extenuación, por lo que tras
dos o tres años sus efectos desaparecen. El organismo se va
haciendo resistente a los efectos de estas sustancias y la pasión
se desvanece gradualmente. Termina la fase de atracción y somos
capaces de observar los defectos de la otra persona que antes no
veíamos. Es en ése momento cuando, si se han asentado sólidamente
las bases de la relación, comienza la etapa de permanencia,
caracterizada por un amor más tranquilo. En esta fase son las
endorfinas las que toman el control, aportando sensación de
seguridad y apego. Si durante la primera fase no se han establecido
las bases de una relación duradera y la relación concluye, dejamos
de recibir la dosis diaria de neurotransmisores, a lo que se
atribuye el sufrimiento que nos causa alejarnos del ser querido.
Así pues, como vemos, el proceso del
enamoramiento, así como el desamor tienen una clara base biológica,
pero el hecho de entenderlo no implica la capacidad de controlarlo,
por lo que el amor continuará siendo algo que escapa a nuestra
comprensión.
“El amor es como Don Quijote:
cuando recobra el juicio es que esta para morir” Jacinto
Benavente
republicado de sobremicerebro
...Cuidado mi cid campeador que estoy entrando en la estapa de la cordura de Don Quijote...
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