Hay noches que la cama me parece gigante
aunque mis manos y pies encuentren sus esquinas
—la cama redonda la pienso para nuestra casa en la playa—
en busca de un contacto
con tu rodilla, tu brazo,
tu dedo o tu espalda.
También hay tardes en que lo dejaría todo
y me metería en cualquier maleta
rumbo a la aurora boreal
para compartir un pan con algo contigo
mojado en la bebida de moda
y con tu cuello entre mis dientes.
No dejo de mirarte cuando no estás
ni de escribirte versos obscenos
—que me guardo para lamértelos
desde los tobillos—;
tampoco me canso de enviarte energía positiva
imaginando que cuando estés
sudando y sin ropa en una sauna
te acuerdes de mí;
y cuando despiertes,
te acuerdes de mí;
y cuando vayas a bailar,
también te acuerdes de mí.
Así coincidirás conmigo
en que el amor es una fiesta
como cuando chocamos pelvis y nalgas
sin pensar en la pared o en una silla
—u otras vulgaridades—
para no derramarte sin remedio
a la primera vuelta sin resoplar.
Amo la libertad y el placer
y quiero arrancarte alguna bonita sonrisa
y seguir jugando contigo
mientras siembro
un patio entero de aguacates con tu nombre
antes de eliminar toxinas conscientemente,
aunque cambio todo
por un bonito suicidio en tus brazos.
Por ahora intentaré dormir más temprano
para soñarte más tiempo;
el miedo a pedalear se combate pedaleando
así como el miedo a amar se quita
amando sin censuras.
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