¿Qué argumentos pueden aducirse a
favor de la monogamia y contra el poliamor, es decir, contra la tesis
de que el amor (en el sentido específico de amor conyugal, cuya
diferencia principal con la “mera” amistad es la sexualidad, y
que es constitutivo de la familia) no tiene por qué ser de uno
a uno o “monógamo”, sino que tan moral o más puede serlo siendo
múltiple?
Empezaré remontándome hasta Tomás de
Aquino, no solo ni principalmente (aunque también) por ser un gran
pensador y sistematizador del pensamiento antiguo, sobre todo el
aristotélico (en este asunto hay diferencia con Platón, quien, en
La República, defendió la familia común para todos los guardianes
y guardianas), sino por ser el principal referente filosófico-moral
para mucha gente, al menos subconscientemente, a través de su
magisterio principal en la iglesia católica.
(En este caso, por cierto, más quizás
que en ninguno, a la Iglesia le conviene apelar a la luz natural, y
dejar un poco en la sombra el texto sagrado, ya que los patriarcas
hebreos eran polígamos).
Según Tomás (sigo aquí la Suma
contra los gentiles, CXXIV):
1. Es instintivo en todos los animales
no consentir que otros machos compartan sexualmente a “su hembra”,
y la razón, al parecer, es que todos quieren disfrutar de la
libertad de cohabitar con la hembra cuando lo deseen (de manera
similar y por semejantes razones a como no les gusta que nadie toque
su comida). Si varios machos pudiesen copular con una sola hembra,
eso iría en perjuicio de la libertad de cada uno de ellos. Por ello,
dice Tomás, se pelean los machos.
2. Además de esta, hay otra razón por
la que de forma natural rechazamos compartir la hembra: el
hombre (especialmente, se entiende, el varón), como parte de su
plan de vida, necesita estar seguro de cuál es su prole (solo sus
verdaderos hijos heredarán, porque son su continuidad, etc.), y esa
seguridad se perdería si la hembra pudiese copular con otros machos.
Es verdad, dice Tomás, que este segundo problema solo afecta a la
posibilidad de la poliandria, y no excluye la poliginia. Pero la
primera razón sirve para proscribir ambas posibilidades, pues la
mujer sería privada del goce libre de la cópula, si su
necesariamente único esposo pudiese copular con otras mujeres.
3. Además, los animales que cuidan de
la cría no se permiten la “poligamia”, como puede observarse “en
las aves”, según Tomás. Y el hombre está en ese caso.
4. Una razón más es que la amistad
requiere “cierta igualdad”. Pero si al hombre le estuviera
permitida la poligamia, la mujer, más que una amiga sería una
esclava (como prueba la experiencia, según Tomás).
5. Una razón más: una amistad
profunda no puede sostenerse con muchos, según afirma el Filósofo
en el libro 8 de la Ética a Nicómaco.
6. Por último, la poligamia es
contraria a las “buenas costumbres”, como prueba el hecho de que
da lugar a muchas discordias.
¿Qué decir de este argumentario
tomista como contra la poligamia, o contra el poliamor?
Antes de nada, quiero hacer una
observación general acerca de cierto tipo de estrategia
argumentativa que usa Tomás y, con él, muchos partidarios de la
moral “natural”. Me refiero a la argumentación por analogía con
otros animales o, en general, con “la naturaleza”. Debería ser
obvio que este tipo de argumentos no solo no es útil sino que es
contraproducente (dejando a un lado que, además, la mayor parte de
las veces incurre en un desconocimiento profundo de los hechos
naturales).
- No es útil
porque, en primer lugar, puede encontrarse ejemplos animales o
naturales para todo o casi todo, y especialmente para muchas de las
cosas que los teólogos y filósofos están interesados en proscribir
como “anti-naturales”: hay animales que se comen a sus crías, o
a su “cónyuge”, que practican la homosexualidad, que son muy
liberales en materia sexual (con mucho éxito social); hay razas
humanas donde se ve de lo más natural la poligamia, donde la pareja
no es perenne, donde se ve bien la copulación sagrada… ¿Deberíamos
ir desnudos, como hacen todos los animales? Si quisiéramos actuar en
analogía con nuestros primeros padres, incluido quien firmó con
Dios la Alianza, tendríamos que ver como totalmente “natural” la
poligamia. ¿Haremos caso a estos hechos naturales? Seguramente no:
condenaremos algunos como “salvajes” o “bestiales”. Pero
entonces necesitamos otro argumento, distinto al hecho efectivo de
que se den, y que permita discriminar entre correcto e incorrecto, de
entre lo que efectivamente se da.
En verdad (y en segundo lugar), en la
argumentación moral por analogía con otros hechos naturales,
subyace la falacia naturalista. Aunque encontrásemos una conducta
completamente común y sin excepciones en todos los animales y demás
hombres, de ahí no se deduciría en lo más mínimo que eso es lo
bueno y correcto.
- Además es
contraproducente para, por ejemplo, Tomás de Aquino, razonar así,
porque trabaja contra una tesis fundamental del interés de los más
de los teólogos y filósofos anejos: el carácter “sobrenatural”
del hombre. En términos sencillos: no se puede decir “te comportas
como un animal” cuando se quiere condenar moralmente a alguien, y
“compórtate como cualquier animal” cuando se le quiere conminar
a algo.
La caída en ese tipo de argumentos
falaces por parte de teólogos y filósofos es tan poco casual como
perniciosa. Se trata de la confusión entre naturaleza y naturaleza,
y la caída en el materialismo. Una moral “idealista-naturalista”
(como la que sostuvieron Platón, Aristóteles, etc., y que yo
defiendo) cree que hay, por naturaleza, cosas que son buenas y malas
para tal o cual (tipo, individuo y circunstancia de) entidad. Pero
esta naturaleza no es la naturaleza de hecho, “lo que es”, sino
la naturaleza ideal, “lo que debe ser”.
Nunca es válido, pues, un argumento
moral por analogía con lo “natural”, salvo si esa naturaleza es
precisamente la naturaleza ideal humana (y de cada uno).
Quienes no vemos una diferencia tan
grande entre humanos y otros seres como para establecer una sima
entre unos y otros (naturales / sobrenaturales), podemos y tenemos,
no obstante, que notar la especificidad de cada ser, y, por tanto,
tenemos que sostener que, lo que es “natural” para un ser humano
(dada su esencia o naturaleza), no lo es para una mariposa (dada la
suya), y lo que es natural para mí (dada mi esencia o naturaleza) no
lo es para ti (dada la tuya).
Pero vayamos a los argumentos de
Tomás:. Algunos de ellos me parecen manifiestamente débiles y
prácticamente desechables:
Por ejemplo, el último (6), según el
cual la poligamia (podemos leer también poliamor) sería contrario a
las “buenas costumbres”, como se prueba en que da lugar a mayores
conflictos. Suponiendo (pero no concediendo) que esa discordia fuese
un hecho (habría que estudiar, sin embargo, el calvario que, a lo
largo del tiempo y del espacio, ha supuesto y supone el matrimonio
monogámico e indisoluble para muchas personas, sobre todo las
mujeres), no es un argumento válido, porque las disensiones se
deberían, seguramente, a motivos egoístas, y estos deben ser
combatidos más que admitidos como causa para abandonar algo que se
considere bueno y correcto. Seguramente, además, las disensiones y
conflictos a las que se refiere Tomás sean, sobre todo, las que
surgen cuando, en el interior de una sociedad endoculturizada en la
monogamia, se dan situaciones no-monogámicas. Y eso significa que el
argumento es circular: la poligamia da lugar a discordias porque la
(esta) sociedad la persigue.
El argumento 5, que dice que (como dijo
el Filósofo) la amistad auténtica es muy difícil, es casi peor.
¿Es acaso, la dificultad que hay en conseguir una buena amistad, un
buen argumento para prescribir que toda persona tenga a lo más un
solo amigo? Obviamente, no. La amistad no es difícil porque la
dedicación a un amigo vaya en detrimento de los demás amigos, sino
porque es difícil encontrar personas cuyo principal móvil sea la
virtud (o, al menos, en que sean afines caracteriológicamente, a
uno). Más bien, “entre los amigos todo es común”, y la
propiedad transitiva hace que, en la amistad por virtud (o por
afinidad o compatibilidad de caracteres), a diferencia de en la
amistad por interés o por placer, los bienes fluyan entre toda la
comunidad amistosa. Si teníamos un “amigo en la virtud” y
encontramos a otra persona digna de esa amistad, es moralmente debido
otorgársela, y sería una discriminación irracional e injusta no
hacerlo. Y nadie se atrevería a aducir que, con el nuevo amigo, el
primero saldrá perjudicado. Con el poliamor ocurre lo mismo, porque
se trata de la amistad completa (incluyendo la sexualidad). Puede ser
difícil encontrar a una persona digna de ser nuestra auténtica
cónyuge, pero si tenemos la suerte de encontrar a dos o más, no
existe ninguna razón de amistad para reducirnos a una.
El argumento 4 (según el cual, la
amistad requiere “cierta igualdad” y, por tanto, si la mujer no
tiene derecho a la poliandria, el varón no puede tenerla para la
poliginia), es algo mejor, aunque resulta curioso oírselo a alguien
que solo unos capítulos antes ha insistido en que la mujer está
naturalmente subordinada al varón. Claro que el término “cierta”
permite estar en misa y repicando. En cualquier caso, es obvio que la
falta a la igualdad se produciría solo si la relación amorosa
múltiple le estuviese permitida a unas personas pero no a otras. Y,
en efecto, Tomás cree que es mucho pero la poliandria que la
poliginia (por el argumento 2). Por eso, este argumento (4) solo es
válido en dependencia de las razones que apoyen que la poligamia
para la mujer sería peor que la poligamia para el varón.
El argumento 3, por analogía con “las
aves” que crían, no es tampoco muy bueno, a mi juicio.
Obviamente, para la cría y educación de los hijos, es, en principio
(estando todo lo demás igual) beneficiosa la estabilidad familiar.
Pero ¿por qué esa estabilidad vendría garantizada por la
monogamia, más bien que por una familia poliamorosa? La experiencia
hoy es, más bien, la contraria: la mayoría de las parejas se rompen
cuando surge una nueva relación amorosa, suponiendo ello un
perjuicio para los hijos. Si el poliamor estuviese bien visto,
seguramente muchas familias serían más estables, además de más
felices y respetuosas (la alternativa que nos ofrecen los medios
conservadores, desde la Iglesia hasta el extremo o “pureza” de
los talibanes, es rechazar el divorcio, cosa que no merece siquiera
la atención de una breve discusión).
El argumento principal parece ser el 2
(en combinación con el 1): el hombre está, como parte de su
proyecto vital, interesado en identificar con seguridad en todo
momento a sus descendientes. Este es un hecho poderoso: nuestros
hijos son algo así como nuestra continuación natural (la única
manera de subsistir que tiene lo material, según Platón en el
Banquete). En algunas especies, incluso, el macho dominante recién
llegado mata a las crías de machos anteriores. La explicación en
términos de aptitud genética inclusiva es que no hay sitio para
todos los genes, y que la competencia es la ley. Aunque esto no tiene
un aspecto muy espiritual (ni evangélico).
Sin embargo hay que hacer varias
observaciones adversas:
- Por empezar por
lo menos importante, hoy ya es posible identificar genéticamente a
nuestros descendientes. Si esa fuese toda la preocupación, bastaría
con un análisis genético.
- Tampoco sería un
argumento útil contra aquellas uniones amorosas que no tienen
interés en tener descendencia, o para los padres que no sintiesen
una especial pulsión por identificar, por vía genética, a sus
descendientes.
- Pero lo más
importante es que esa visión nos considera (de una manera muy
“materialista”) atados a lo genético. Con ella, la adopción de
hijos debería considerarse, en el mejor de los casos, una opción
inferior. Y, desde luego, mucha gente lo cree así. Sin embargo, hay
pocas razones para sentir una especialísima relación con el
descendiente genético, más que con el mimético. Los seres humanos,
como entidades altamente espirituales que son, son mucho más el
resultado de la comunicación ontogenética que de la filogénesis.
La relación entre las cualidades genéticas con que uno nace y lo
que uno llega a ser como persona, son mucho más contingentes, casi
anecdóticas, que en los otros animales, y que lo que parece creer,
de manera instintiva y más bien inconsciente, la tradición.
No tiene, pues, nada de menos moral,
sino acaso al contrario, una familia en la que los padres, un grupo
múltiple de amigos y afines, crían y educan a sus hijos.
Por último, tampoco parece muy bueno
el argumento (1) de la libertad de uso sexual, contra el cuál
parecería ir la posibilidad de compartir el cónyuge. ¿Si yo tengo
un ejemplar de la Suma contra los Gentiles, y tengo que (o, mejor
sería decir –para que la analogía con el poliamor sea correcta-
decido) compartirlo contigo, pierdo, en parte, la libertad de
disfrutar de él cuando yo lo desee? Sí, en un sentido poco
recomendable moralmente. Por lo demás, no parece más que una
muestra de egoísmo y de afán de posesión.
Mi conclusión es que los argumentos
que Tomás de Aquino ofrece a favor de la monogamia necesaria y
“natural”, no son convincentes. Aún así, hay que reconocer en
su visión cierta virtud: cierta apelación a la amistad como base de
la vida conyugal, y cierta apelación a “cierta igualdad entre los
cónyuges.
Los argumentos de Tomás parecen más
bien encaminados a justificar lo convencionalmente sancionado por
cierto estado social patriarcal, en un momento histórico determinado
y con determinada estructura económica. Hoy es muy difícil ver eso
como lo más deseable para el amor conyugal entre humanos.
republicado de bien de verdad
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